No es infrecuente escuchar conversaciones sobre el ego de los cirujanos. Parece que es una característica que ha saltado más allá de los límites del sector sanitario.
Incluso hay quien ha utilizado popular y cinematográficamente el «complejo de dios«, reflejado en el personaje que Alec Balwin encarnaba en la película Malice.
En algún caso he llegado a comentar que los cirujanos somos «psicópatas sublimados», para los que se ha encontrado una misión social. Porque estaremos de acuerdo en que se necesita algo especial, mucho más que el mero entrenamiento, para decidir en la juventud que quieres sacrificar tu vida en horas de estudio, noches de insomnio y fines de semana de práctica para «cortar» a tus congéneres en pequeños trozos con la promesa futura de que mejorarás su vida.
Pero no es justo. Primero porque los cirujanos no somos los únicos que tenemos un ego desmesurado. Y segundo, muchos de nosotros, la mayoría, somos capaces de elaborar y superar la enorme carga que nuestra profesión nos trae.
Aún así, nuestros comportamientos son complejos y han dado origen a numerosos reflexiones académicas sobre nuestra necesidad de control, certidumbre y la tendencia a la «paranoia».
Al final, pese a nuestro ego, un estudio de 2011 entre cirujanos norteamericanos encontró que 1 de cada 16 cirujanos encuestados había tenido ideaciones suicidas en el año previo.