Variando a Dostoyevski

La ciudad se abría ante los ojos de Iván Petrovich como un laberinto oscuro y retorcido, lleno de callejones sombríos y callejuelas empedradas. La bruma nocturna envolvía las calles como un manto misterioso, ocultando los secretos que yacían en cada rincón. Iván se movía con determinación, pero su corazón latía con ansiedad. Había cruzado una línea que nunca pensó que cruzaría, y ahora se encontraba en un juego mortal entre su propia conciencia y la necesidad de escapar del cerco de la ley.

Paseando entre crímenes y castigos – por Julio Mayol

Las palabras de la anciana resonaban en su mente como un eco incesante. «Cada acción tiene consecuencias, joven», le había dicho con una sonrisa maliciosa. Las monedas que había robado de su bolsa seguían pesando en su mano, y aunque su intención inicial había sido solo sobrevivir, ahora se enfrentaba a la brutal verdad de su acto impulsivo. Miró a su alrededor, sintiendo los ojos invisibles de la justicia acechándolo desde las sombras.

Cada paso que daba lo llevaba más lejos de su antigua vida y más cerca de un destino incierto. Las calles parecían retorcerse y deformarse bajo el peso de su culpa, y el aire estaba cargado con la electricidad de lo inevitable. En su mente, la imagen de su familia, cuyas esperanzas habían depositado en él, se desvanecía lentamente, reemplazada por el rostro angustiado de la anciana a la que había robado.

En su cabeza se agitaban emociones: miedo, arrepentimiento, determinación. Iván sabía que no podía escapar de su pasado, pero se negaba a ser prisionero de él. Las decisiones que había tomado lo habían transformado en un hombre diferente, un hombre que ahora enfrentaba un camino lleno de obstáculos y consecuencias impredecibles. A medida que avanzaba por la oscuridad, el eco de sus pasos resonaba como el latido de su propio corazón, recordándole que la expiación, aunque dolorosa, era la única forma de liberarse del castigo interno que lo atormentaba.

LGDK – 8:00 Starting the day

Ever since I can remember, I hate the sound of alarm clocks waking me up. That is why I prefer waking up to a smooth and warm yet artificial light, gradually increasing in intensity like an encroaching daylight. All 365 days of the year, including weekends, the sun rises in my room when the clock strikes 6.30 am. In reality, it is only 5.40 am, because my alarm is always ahead of time. Fifty minutes early; not a minute more, not a minute less, fifty. I am sure that some soft music would never hurt anyone since I sleep alone, by personal choice of course. But then I would have to decide which music would be best to wake up to every morning, and I don’t feel like making more decisions about mundane aspects of my daily life.

            If I did not have to go to work, I would go back to sleep. Otherwise, once I am out of bed I go straight to the bathroom, always. It is an automatism, completely avolitional. It is the first thing I do in the morning, an irrational act, just like the rest of humanity. I undress, empty my bladder, wash my hands, and afterwards look at myself in the mirror as I attempt to tame my hair, all blonde and tousled, with my damp hands. At this point in time, I am still fuzzy, whether from sleep or presbyopia I cannot tell. I stroke my eyebrows, rub my eyes, trace my face with the tips of my fingers until they rest on my jawline. I don’t know why I do that, I just do.

            I make a living with these hands, which seem rather common. There’s nothing special about them. From time to time, I stare at them as if they don’t belong to me. I stretch them out in front of me and turn them around to look at them from different angles. Five fingers each, palms and backs, with short nails. I hate the sight of long nails on a man, and especially on me. I feel a certain disgust when I see them. They only looked good on de Niro playing Louis Cyphre in New Orleans. “How terrible is wisdom when it brings no profit to the wise, Johnny”. A feature befitting the character.

            My fingers have been in places other human beings would consider unusual, not because they are unknown but because they are nasty. I must confess that it has been pleasurable having them there.

            I am a surgeon….

Traducción y adaptación de Ameera alHasan

Klint, soy Gustavo Klint: hit me with your rythm stick

Aquí me tienen, preparado para lo que venga.

Soy Klint, Gustavo Klint, un hombre, austriaco, una persona, un psicópata sublimado, un descarado, un sinvergüenza. Y además, ante todo, un cirujano.

96edf5bb-f7ee-4764-a90b-768dc5f30ad0

Pronto me tendrán a su disposición. Sólo para sus ojos. No esperen la corrección política de mi. No sirvo. Me molestan los meapilas, los tibios, los adocenados, los que sonríen como si supieran cosas que se reservan. Me joden los poetas. Sobre todo si van de marginales. No soporto el almibar. Me da náuseas. Aún menos la mermelada. Eso queda para la leyenda urbana de Ricky Martin.

Llevo saltándome los códigos éticos desde que Hipócrates lactaba. Como muchos otros. ¿La diferencia? Soy menos hipócrita. Me produce reflujo.