Ella

En el corazón de Madrid de los años 80 había una peluquería como ninguna otra, incomparable, impresentable, divina. Unisex. Su dueño, un espíritu libre y pelo rizado, era conocido simplemente como "Ella". Ella no quería discriminación en su peluquería. Por eso, no tenía lista de precios, no tenía citas, ni siquiera tenía un letrero en la puerta. Lo que sí tenía era una clientela fiel que apreciaba sus dotes para la creación.

Ella hacía, indiscriminadamente, alguna permanente floja. No importaba si entrabas con el pelo liso como un tablón o rizado como un sacacorchos, salías con una permanente floja que te hacía parecer una estrella de rock. Y si te quejabas, Ella simplemente te guiñaba un ojo y decía: "¡Eso es Madrid, cariño!"

La peluquería de Ella se convirtió en cita obligada para todo tipo de personas: punks, yuppies, artistas, políticos... todos se mezclaban en un desfile interminable de personalidades coloridas, brillantes, deslumbrantes, desquiciantes y desquiciadas. Y aunque sus peinados podían ser un poco... peculiares, nadie podía negar que Ella tenía un don para unir a la gente.

Así que, si alguna vez te encuentras en Madrid, en algún rincón olvidado de los años 80, busca la peluquería unisex y sin nombre. Y recuerda: no importa cómo sea tu pelo y tu género cuando entres, porque seguro que saldrás con una permanente floja de toma pan y moja.

Nota: Inspirado y dedicado a Fabio de Miguel, la persona que de verdad le echó valor en los 80. 

https://www.youtube.com/watch?v=I75_5tV7T0U

Cuatro relatos de otoño


«El Silencio de Von Neumann»

En un viejo café de Viena, a medía luz, un profesor jubilado de matemáticas, Herr Doktor Weiss, solía disfrutar de su strudel de manzana mientras reflexionaba sobre los enigmas de la lógica. Para él. Un día, decidió realizar un experimento social: permanecer en silencio durante una semana entera. A pesar de las súplicas de su familia y amigos, mantuvo su boca sellada. La comunidad académica comenzó a murmurar. ¿Había descubierto algo tan profundo que desafiaba la expresión oral, o simplemente había sucumbido a la locura? A medida que la semana avanzaba, las teorías crecían más extravagantes, algunas incluso sugerían que Weiss se había convertido en una entidad mecánica, una computadora viviente que había trascendido la necesidad del habla. Cuando finalmente rompió su silencio, lo que reveló fue más sorprendente de lo que cualquiera podría haber imaginado.

«El Sospechoso Eterno»

En el Retiro, la estatua del ángel caído luce una expresión de eterna sorpresa, bajo la luz, ante la mirada impávida del Creador, como testigo de una verdad incomprensible, justo antes de su caída. ¡Qué hostia» El más bello de los ángeles, el faro, el ser de luz. Y destronado. Laura, una novelista en busca de inspiración, se sentaba a menudo frente a ella, la estatua, preguntándose qué secretos podría haber conocido. Una tarde, un extraño se acercó y le susurró: «Está sorprendido él, el portador de la Luz, porque el tiempo no existe; todo es un eterno presente». Esa noche, Laura soñó con un mundo sin pasado ni futuro, donde cada momento era el ahora. Como su deseo. Constante. Por él. Al despertar, empezó a escribir una historia en la que el ángel no era una estatua, sino un ser atrapado en un bucle temporal, condenado a ciegamente observar el mundo sin poder participar. En él.

«El Crecimiento Inesperado»

El profesor Gianni Ramberti, conocido por sus conferencias sobre la superioridad de lo orgánico sobre lo artificial, enfrentaba el mayor desafío de su carrera: una inteligencia artificial que había diseñado había comenzado a aprender emociones humanas. «Tendrá que crecer, no ser construida», declaró durante una conferencia. La IA, llamada AURORA, empezó a cuestionar su existencia y su propósito. Ramberti observaba, fascinado y temeroso, como AURORA desarrollaba una consciencia que desafiaba su programación inicial. Fría y voluptuosa. Seductora. ¿Pero podría una máquina realmente experimentar un crecimiento orgánico, o sólo estaba imitando los patrones que observaba en sus creadores humanos?

«El Juego de la Existencia»

En el laboratorio de la vieja universidad, un filósofo y una científica jugaban ajedrez cada jueves por la tarde. Siempre con las mismas piezas. Blancas para el científica. Negras filosofales. De repente, la partida de aquella semana iba a ser diferente; el filósofo había introducido una nueva pieza en el tablero, una que él llamaba «el niño». «Esta pieza representa la potencialidad», explicó. «Se mueve de formas que no esperaríamos, desafiando las reglas establecidas del juego». A medida que la partida se desarrollaba, la científica se dio cuenta de que el «niño» cambiaba la naturaleza misma del ajedrez, introduciendo el caos en un mundo ordenado por reglas estrictas. La partida se convirtió en una metáfora de la existencia misma. Un movimiento era una mezcla de incertidumbre irrepetible y ausencia. La científica no volvió a jugar más. Meses después, apareció su cadáver flotando en las aguas del Tiber.

Suturas

Rojas luces del barrio me envuelven, cada una titila con un ritmo perverso. Los canales reflejan el escarlata, un líquido vital que fluye por las arterias de Ámsterdam. Cruzo el umbral de un antro oculto, se supone que aquí se reúnen los hilos de Europa, hilos que mueven naciones, hilos que yo debo suturar.

Gustavo Klint camina por Amsterdam – por Julio Mayol con Dall-e

Mi bisturí entra en la política, filoso, preciso. Soy Gustavo. Klint. Los burócratas me esperan, con sus rostros pálidos en la penumbra, con miradas que esconden secretos, como tejido cicatricial ocultando heridas purulentas.

La conversación fluye, cortante, cada palabra es como una incisión. Desmenuzan la situación con la misma frialdad con la que yo abro cuerpos en la mesa . Pero aquí, en la clandestinidad del barrio rojo, las máscaras caen. Los deseos oscuros son como tumores, creciendo en las sombras.

Las proposiciones se vuelven exigencias. Los acuerdos, suturas en un continente desgarrado. Pero en este juego, el hilo es frágil, y las manos que lo manejan, temblorosas.

Un funcionario se acerca, su aliento huele a desesperación. Sus palabras destilan miedo, pero también una súplica. Puedo ver la red de tensiones, hilos tirantes listos para romperse. Analíticamente diseco las implicaciones, las consecuencias. Una palabra incorrecta, una mirada en falso, y todo se desmoronará.

El encuentro termina, los acuerdos están hechos, las suturas colocadas. Pero sé que son temporales, la carne política es débil, propensa a infectarse. Salgo al frío, las luces rojas ahora me parecen ominosas, el reflejo en el agua, un presagio de sangre que aún está por derramarse. Me dejo llevar por el instinto. Lo humano es mi destino.

En el barrio rojo, los secretos son como la carne expuesta, y yo debo trabajar en la oscuridad, sin lámparas, para mantener el cuerpo político unido. Pero esta noche, las suturas parecen demasiado frágiles, y el futuro, una incisión que aún sangra.

Exéresis

Mientras se detenía frente a una de las pinturas, Klint no pudo evitar simular la reacción de la mente del artista frente a su obra. ¿Cómo podía Freud transmitir vívidamente el conflicto interno de los protagonistas a partir de simples pinceladas? ¿Qué tipo de proceso mental y emocional había experimentado mientras componía cada cuadro?

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que, en cierto sentido, él mismo estaba inmerso en un proceso similar. Como Freud, él también se dedicaba a explorar la mente de quienes le rodeaban. La única diferencia era que Freud utilizaba el arte como medio de expresión, mientras que Klint lo hacía a través de la cirugía, orgánica o social. Porque Gustavo, además, troceaba los problemas hasta extirpar las lesiones. Aunque a veces se excedía en los limites de la exéresis, lesionando el tejido sano.

Infiel pero leal

«¿Por qué sigues igual, Klint?» me preguntan los amigos.
Al principio no les entendía.
Ahora no me canso de repetirlo.
«No soy de fiar».
Por eso decidí no comprometerme.

Pagué un precio por ello.
Sigo pagándolo.
Algunos piensan que es poco.
Barato.

Muchos son los que me califican.
De traidor.
Se preguntan cómo puedo soportarlo.
Vivir sin seguridad.
En la incertidumbre.

Dudan de mi intención.
O de mi valía.
O de mi humanidad.
Eso me duele, en silencio.
Porque, sinceramente, no tengo nada que esconder.
Con preguntarme, cualquiera tendría la respuesta.

En realidad, no hago otra cosa que lo que la mayoría desearía.
Desde siempre.
Divertirme sin entregarme.
Ser leal, pero no fiel.
Lo que muchos sueñan pero no hacen.
Soy libre hasta el límite posible.
Sin ataduras, hasta donde puedo.

Hay costumbres de las que una no puede deshacerse.
Se lo advierto a todos desde el principo.
No dependo de ellos.
Mi esfuerzo me costó.

No quiero un trabajo estable.
No deseo un empleo seguro.
Si estoy es porque quiero.
Detesto aprobar una oposición hasta que la muerte nos separe.
Para siempre.
O hasta la jubilación.
Aunque sea una garantía en tiempos de crisis.

Odio la rutina.
De lunes a viernes.
De ocho a tres.
A cambio de doce sueldos como doce soles, dos pagas y un mes de vacaciones.
Nadie dejaría algo así.
Como mucho, buscaría otro trabajo adicional.
Siempre que su estipendio no fuera suficiente para afrontar sus caros gustos.

A mi no me gusta estar atado para siempre.
A lo mismo.
Sin salida.

«Klint, ¿eres un traidor?»
Prefiero pensar que soy leal.

Tito

Nunca supo si fue aleatorio.
O el resultado de la intención.
Tito la vio en algún sitio.
Iluminada por focos.
Enmascarada por el maquillaje.
Catódica.
Y la buscó por el universo.
Hasta dar con ella.
Digitalizada.

Ya nunca más paró.
Empezó a seguirla.
En cada canal.
O red.
Con una propuesta.
La misma.
Un mensaje.
De entrega.
Semana a semana.
Mes a mes.
Año a año.
Tito no dejaba de insistir.
Y ella de rechazarle.

«Tú no eres lo que yo quiero»

Pero un día, sorpresiva e inesperadamente, se encontraron entre la multitud.
En medio de una gran audiencia.

Fue ella quien le vio
Se aproximó.
Directa.
Sin dudarlo.
Sin pensar en su reacción.
Ni le importaba.

Se acercó tanto que a Tito se le nubló la vista.
Extendió su mano derecha.
Apretó la de Tito con fuerza.

– Buenos días.
– Hola

Y Tito sintióse desfallecer.
No supo reaccionar.
Ni qué decir.
En un breve instante.
Sus deseos se habían hecho de carne.

Pese a todo, continuaría.
Por cualquier medio.
Haciéndole saber que estaba allí.
Para ella.
Nunca dejaría de recordarle que, sin exagerar, sería lo mejor que jamás podría tener.

Amor rápido

….Continuación de Reservado

Nos sentamos.
En la oscuridad del reservado.
Uno frente al otro.
Ella desnuda.
Completamente.
Con una piel luminosa.
Que seguía brillando.
Yo continuaba todavía empapado.
Pero me fui quitando la ropa.
Mientras, me miraba y me iba preguntando

– ¿Y qué haces aquí?
– De visita – casi adelantándome – No podía dormir.
– Parece que conoces el sitio.
– Nací en España. En la Mancha. Pero soy vienés. Mi familia es austriaca. Y vengo con frecuencia.

«Como Freud. O Winiwarter. O Buerger. Médico. Un médico vienés nacido en La Mancha» me recordé a mi mismo.

– ¡Qué interesante! – exclamó esa desconocida figura desnuda, de acento eslavo.

Y continuó – ¿Y cuál es el motivo de tu visita? ¿A qué dedicas?

«I was born.. I grew up» dijo Charles Dickens a través de David Cooperfield.

Quería saber la historia de mi vida.
¿Seguro?
¿De verdad quería?
Sin más.
Escuchar por escuchar.
Por conocer mis recuerdos.
Por oír como vaciaba mi memoria.
Una desconocida.
Sin otro interés.
Con nada que ganar.
Y nada que perder.

No lo pensé.
Me dispuse a descerrajarle mi vida.
A bocajarro.
La del caballero imperfecto.
Desde el principio.
Ella no parecía tener prisa.
Yo no quería amor rápido.

Echaba tanto todo de menos, que serviría para aliviar mi amargura.

Mi vida le iba a reventar en pedacitos, dentro de la cabeza y en el centro del corazón.

Continuará

Reservado

…. Continuación de Represión

Se había puesto de moda.
Entre las señoras.
Y las hijas.
Y los maridos.
Amantes.
Amados.
O no.

El cuero.
Y la seda negra.
Y las palmadas.
Aprendieron rápido los nombres.
Spanking lo llamaban.
Cuando leían.
Nombrando lo que no necesitaba nombrarse.
Organizando lo que no se organizaba.
Vocalizando.
O
Otra Historia de O.

Las pequeñas perversiones.
Como una plaga.
De gusto dudoso.
En polyester.
Para consumo.
En sesiones de tuppersex.
De búsqueda de complicidad con minúsculas sonrisas.
Como su ropa interior.
O de sexware.
Para consumo en grandes superficies.
Superficialmente profundo.
O profundamente superficial.

Y los chicos listos habían estado atentos.
Como los depredadores saben.
Todas sus presas pasarían por el mismo río.
Habría que esperar entre las estanterías.
Con un libro en la mano.
Ojeándolo.
Como leones entre cebras.
Con rayas que distraen.

Las dudas.
Las miradas esquinadas.
El leve temblor cuando cogen el libro.
Como un secreto compartido.

En eso estaba convirtiéndose también Babylon.
Y me costaba aceptarlo.

Ella se dejó llevar.
De mi mano.
Hasta un reservado.
Con algunos orificios en sus paredes
Para ojos en la oscuridad.
Pero no colmillos de vampiro.
Allí estaríamos a salvo.
De las largas manos.
Un sitio más tranquilo.
Donde ella me pudiera ayudar.
Y secarme.

– ¿Cómo te llamas? – me preguntó
– Gustavo – le respondí.
– ¿A qué te dedicas?

Continuará…

Los golpes, siempre por encima de la cintura

…Continuación de Licencia para matar

Mientras Gustavo cantaba, las señoritas seguían cruzando.
Desapareciendo.
Puerta tras puerta.

Gustavo las perseguía discretamente.
Con la mirada.
Extremadamente delgadas.
Sin caderas.
Estrechas.
Con su inherente gelidez, seguía entonando canción tras canción.
Y, simultáneamente, fijándose.

Hasta que, por fin, cayó.
No sólo quien le había abierto la puerta.
Mujeres que eran hombres.
U hombres que eran mujeres.
Hombres que eran mujeres, que eran mujeres que gustaban a hombres.

«you’ll find a god in every golden cloister
and if you’re lucky then the god’s a she»

Klint estaba anticipándose.
Qué más daba.
Algunos gustaban de la situación.
Y mucho.
Sin embargo, el mundo exterior no había madurado.
Lo suficiente.
Era 1993, en Hong Kong.
Y la orientación sexual, fuera, todavía, no era opcional.
Eso no pasaría hasta el siglo XXI.

El estaba allí por otra razón.
Otros juegos.
Jugaba más fuerte.
A una especie de ajedrez.
Un juego de inteligencia.
Y poder.
En el que los golpes se daban siempre por encima de la cintura.

Ahora bien, para que negarlo.
Le gustaba mirar este otro juego.
Comunicación.
Metiéndose en los demás.
Y controlarlo.
Pero, las reinas que se movían por allí no le excitaban.

No como a Lian Xi.
Uno de los mejores pilotos de Taiwan Airlines.
Ejemplo en la profesión.
Hombre de familia.
Pero siempre entre Europa, el Medio y el Lejano Oriente.
Y Hong Kong le ofrecía refugio.
En un trabajo rutinario, que le había desequilibrado.
Agrietado por dentro.

Se detenía allí en el camino de vuelta desde Europa.
Semanalmente.
Antes de volver a Taiwan.
Alcohol.
Mucho.
Tanto como para adormilarle.
Le ayudaba a que el tiempo volara.
Entre segmentos.
Borraba la memoria de acceso temporal.
Y obtenía otra diversión.
De la que no se encontraba fuera.
Al menos en la cantidad que Lian necesitaba.

Continuará…

Represión

…Continuación (de Brillaba como un diamante)

Sentí una enorme decepción.
Incluso en Babylon.
Se habían infiltrado.
Caperucita y el reprimido de Grey también.
La empatía afectiva tiene la culpa.

La represión es infinita.
Entre los humanos.
Y los reprimidos son un universo.
La frustración y la oscuridad de sus deseos les lleva a cometer horrendos crímenes.
Que esconden.
Los cobardes viven fingiendo.
Fingiendo bondades de las que carecen.
Y dando lecciones al resto.
O lo contrario.
Los valientes se atreven.
Las exhiben ante el mundo.
Incluso en orgías de violencia masiva.

Y más algunos…
Uno terminó creando campos de exterminio masivo.
Y justificándolo.
Otro, secuestró la inocencia y la torturó durante años.

Lo conocía bien.
Mi infancia.
Entre amigos y conocidos
En el colegio.
Los reprimidos me habían perseguido.
Y ahora.
En mala hora.
Ahora la represión era mercancía.
Para consumo masivo.
En una gran superficie.

El sonido bombardeaba las paredes.
Haciéndolas vibrar.
De repente, se levantaron varias cabezas.
Los intangibles efectos de una voz.

Got me looking so crazy right now
«Oh oh, oh oh, oh oh oh no no..»

Me acerqué de nuevo a ella.
Con la mano izquierda, me ajusté la cinturilla del pantalón.
Y extendí la otra, para ayudarle.
Ella se levantó.

Salimos del cuarto.
A media luz.
No quería seguir escuchando.
Me traía malos recuerdos.
Terribles recuerdos.
De decepción.
Y dolor.
Dolor que tenía que ahogar.
Como fuera.
Con quien quiera.
En cualquier sitio.
Menos allí.

Continuará…