VoHo

PIMLICO

Tomó el tren, que venía de Marlow. En la pequeña estación de Cookham. Había estado paseando con alguien por la orilla izquiera del Tamésis.

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No podía dejar de mirar las tristes casas,  con tristes paredes, de tristes colores, que quedaban a la izquierda.

El también estaba triste. El. También.

Había estado en silencio. Y continuaba. Releyendo en su Blackberry.

Cuando el tren se detuvo en Maidenhead, se bajó. En silencio. Estaba intentando darle sentido a los hechos que parecían inconexos. Sin sentido realmente. Cambió de plataforma. Subió a otro tren de la First Great Western que, después de detenerse en Slough, llegó a Paddington.

No estaba cómodo. Sin saber muy bien el motivo, pero no estaba cómodo.

Salió de la estación y se metió en el metro. Se iba a desplazar dentro de la zona 1. Jugó con las monedas que llevaba en el bolsillo, acariciándolas entre sus dedos. Luego, las sacó y, metódicamente, las introdujo por la ranura. La maquina emitía ruidos según deglutía las piezas. Al final, produjo el billete.

Al hacer girar el torno de acceso, sintió que le miraban. Como era de esperar, no había nadie alrededor.

El metro iba medio vacío. Raro en la Circle Line. Bajaría en Victoria Station y allí cambiaria a Victoria Line. A Pimlico.

Apareció en Bessborough Street. Miró a ambos lados y comenzó a caminar deprisa. Como si le persiguieran. Pero sólo se cruzó con un chaval que cargaba con una bicicleta al hombro. Le impulsaba una urgencia injustificada por llegar. Pero, resistiendo sus impulsos, dio una vuelta. Por si acaso.

Cruzó el rio. Pasó por delante de las oficinas. En Vauxhall Cross. Seguía jugueteando con su Blackberry. Había algunos mensajes que no entendía. Pero de lo que estaba completamente seguro era de que nadie le seguía. Decidido, volvió a casa.

“An MI6 worker whose body was found in a holdall in the bath at his central London flat may have been murdered two weeks ago, police believe.”

“It is long-standing Her Majesty’s Government policy not to confirm or deny any individual working for the intelligence agencies.”

VAUXHALL

Abrió la verja, para luego cerrarla tras de si. Brincó sobre los pocos peldaños hasta la puerta. La atravesó y subió las escaleras hacia su apartamento.

Todo estaba desordenado. Por los suelos. Alguien había entrado allí después de que se marchara por la mañana. Quizás le habían citado en Cookham para distraerle. Para alejarle de casa.

Supo inmediatamente lo que faltaba. Su memoria seguía siendo un prodigio. Como una fotografía. Mejor que una Nikon, que una Canon o que una Olympus. O que las tres juntas. Había utilizado la memoria siempre. Desde la infancia. Brillantemente. En casa. En el colegio. Tenía tantísimo que agradecer a ese don. Le fue extraordinariamente útil incluso en Cambridge. Le metió en el master de matemáticas avanzadas. Aunque no le sirvió para acabar.

Había tres tarjetas SIM perfectamente ordenadas encima de la mesa. Alguien se había tomado la molestia. Pero no se detuvo más tiempo. Con lo que había visto le sobraba. Dio la vuelta y abandonó el apartamento a toda prisa. Se dirigió hacia el río y cruzó Vauxhall Bridge.

His uncle said the family had been given no clues as to the motive for the murder, adding that his nephew was “quiet and unassuming” and never talked about his job. “He would never talk about his work and the family knew not to ask,” he said.

His landlady told that “he lived quietly in his self-contained flat, “didn’t have any friends as such” and had never had a girlfriend in the time he lived there. “He was an extremely intelligent person but would not talk about his job as it was a secret. All he told me was it was something to do with codes.”

RODINA

Cuando llegó a la orilla sur del Támesis, dudó. A la izquierda estaba Vauxhall Cross. Y allí el edificio del MI6. Pero agachó la cabeza, como para que nadie pudiera verle la cara, y cruzó por debajo las vías del tren hacia Kennington Lane. Después tomó Harleyford Road. A la derecha.

Ni se dio cuenta de que en la puerta de la Catholic Truth Society había alguien bebiendo de una botella vacía. Iba dándole vueltas y no terminaba de encajar las piezas. Enseguida tomó Vauxhall Grove y se dirigió a 69TheGrove, un Bed&Breakfast que se anunciaba como «Tranquility in Vauxhall».

Tranquilidad en Vauxhall. ¡Qué paradoja! Un poco más atrás había dejado el cuartel general del MI6. Y un poco más adelante estaban los más locos lugares de fiesta. Barcode. Chariots. Crash. Club Colosseum. Y sobre todo, su secreto preferido, Royal Vauxhall Tavern.

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Secreto y preferido. Algo imposible de ocultar en el MI6. Al fin y al cabo, muchos de sus compañeros también se escondían allí. El VoHo era mucho más seguro que el Soho para los chicos del servicio con sus mismos gustos.

Lo que no podía hacer era volver ahora a su apartamento. Seguro que estaría vigilado. A pesar de la seguridad del edificio, alguien se había aventurado. Pero no era casualidad que perteneciera a una desconocida compañía con sede en las Islas Vírgenes Británicas que llevaba por nombre New Rodina. “Rodina, patria en ruso”, sonrió al recordarlo.

“Police will describe the death only as ‘’suspicious and unexplained” and inquiries are also focusing on his lifestyle. It is believed he was on annual leave while he was missing, perhaps explaining the time it took to report his disappearance.”

BELGRAVIA

Alquiló la habitación en 69TheGrove nada más llegar a Londres desde Cheltenham. Estaba muy cerca del cuartel general. Fácil de acceder. Y no levantaría sospechas si le veían paseando por allí. Sólo sería otro agente que iba a comer en alguno de los bistros. O, simplemente, otro agente a la búsqueda de un rápido banquete de carne en horas de oficina.

Su pasión eran los números y la alta costura. Sin ningún orden de preferencia. Su más fuerte deseo lo satisfacía rompiendo códigos para el gobierno de Su Majestad. Lo segundo, vistiendo magníficos trajes de noche de Valentino, alzado en tacones de «Manolo».

Y nada mejor que una habitación de un bed&breakfast, en Vauxhall, para guardar su fondo de armario. Porque desde luego, un apartamento en Pimlico, propiedad de la Compañía, no era el sitio más conveniente.

No se imaginaba saliendo por las noches, embutido en esas obras maestras de la matemática aplicada a la tela, para encontrarse, como casi todos los días, a Lord Brittan volviendo de alguna sesión de la Cámara. O de una reunión con Cameron, que le había nombrado asesor de comercio.

Una vez en la habitación se sentó en la cama. Estaba sudando. Pegajoso. Fuera ya era de noche. Una ducha y a cumplir su ritual como si no hubiera pasado nada.

Con el chorro de agua caliente abrasando su nuca se sintió aliviado. Pero no dejaba de calcular. Un repaso tras otro. Había sólo tres tarjetas SIM encima de la mesa. Pero él había cogido siete en el apartamento de Belgravia que habían estado investigando. Una estaba en su teléfono móvil. Por tanto, debería haber seis.

El pelo rubio, empapado, le tapaba los ojos. Se inclinó hacia adelante y y apoyó las palmas de las manos en la pared de la ducha. Ahora el agua caía directamente sobre su cintura. Tenía los trapecios rígidos. Como cuando montaba en bicicleta los fines de semana. Tensó los cuadriceps. Se alzó de puntillas. Con la mano derecha, se echó el pelo hacia atrás. Se miró las piernas. “Demasiado músculo para ponerme el vestido rojo”. Tenía miedo. A veces echaba mucho de menos el pasado.

“Reports that he had been stabbed and dismembered have been denied but police appear to have confirmed that his mobile phone was found carefully laid alongside several SIM cards.”

“Nobody knows what he was working on but the city apartment has been described as a far cry from the granny flat he had lived in at Cheltenham and to which he was to return on September 3″

CHELTENHAM

“There are ladies, illegal X’s. Mona Lisa’s, well connected. They may be shady, English roses. Blue blooded, turned up noses. Wrap her up, I’ll take her home with me. Wrap her up, she is all I need. Wrap her up, I only get one chance. Beasts and beauties, but they all can dance.”

No lo pasó bien.

Había ido a encontrarse con él, pero no había disfrutado. Ni la música, ni sus palabras ni las caricias habían servido para distraerle. Seguía teniendo en la cabeza aquel incidente, que indudablemente no era casual. No era un robo aleatorio en un lujoso apartamento de Pimlico. En el 36 de Alderney Street. El suyo. No quería reconocerlo, pero lo había estado esperando.

El abandono del centro de escuchas en Cheltenham tampoco fue una casualidad. Su “brillantez” como interprete de mensajes justificaba el traslado, aunque oficialmente era un permiso sin sueldo. Por un año.

Le habían reclamado desde el MI6, por orden directa de M, para encargarse de las nuevas amenazas terroristas en la red. Su supervisor iba a ser el director del grupo de élite para operacione especiales. Un tipo duro. Rigurosamente británico. Un estricto seguidor del “manners before morals”. Un cerebro metido en el cuerpo de un jugador de rugby y al servicio de su majestad. Hasta la muerte.

Estaba de vuelta en su habitación del 69TheGrove poco después de la media noche. Ya sin ropa, se había sentado en la cama y había sacado la Blackberry para repasar los mensajes. Quizás pudiera encontrar alguna pista que diera sentido a todas sus dudas. Sin dudas, dejaría de tener miedo. Claro que muy bien sabía que igual que él leía los mensajes en la Blackberry, alguien más los podía estar viendo.

El MI6 había dejado de ser el refugio de los inteligentes niños de Oxbridge, con un secreto que ocultar. Se habían dado cuenta de que la estricta moral victoriana, que durante tiempo cultivaron, había sido una brecha en el casco para la entrada de los soviéticos. Aún así, las adicciones, de cualquier tipo, seguían siendo objeto de escrutinio, vigilancia y expulsión. Porque eso si que les convertía en sujetos frágiles. Y una tentación para el enemigo.

Aunque siempre hay adicciones fácilmente ocultables. Incluso al más íntimo de los colegas.

GCHQ-aerial

“Shrouded in secrecy, GCHQ is one of the world’s largest eavesdropping operations. Its futuristic circular base, nicknamed The Doughnut, employs 5,500 in Cheltenham, Glos, to intercept millions of phone calls, texts, emails and coded messages from around the world.

Analysts decipher the messages, passing on clues to MI6, MI5 and Scotland Yard, which could pinpoint a Taliban commander, uncover a plot against Britain, or help a drugs bust.”

M

M. El había sido quien le había traído a Londres. No tuvo que insistir demasiado. Y le estaba agradecido, porque la campiña inglesa resulta aburrida hasta la muerte.

M era una estrella en alza en el partido Tory. Frecuentemente se le veía en reportajes de la BBC paseando por su circunscripción, siempre sonriendo y acompañado por su mujer y sus dos hijos. Le gustaba estar con la gente. Con “su gente”, como él solía decir.

Brillaba tanto que escaló de una subsecretaria a Ministro. Era un miembro perfecto para el joven gobierno conservador-liberal que iba a cambiar la tristeza escocesa del gabinete de Gordon Brown.

Se conocieron cuando acabada de ser nombrado subsecretario, porque le habían encargado que pusiera en marcha una estrategia para afrontar la masacre que los talibanes estaban causando entre las fuerzas británicas estacionadas en Afganistán.

Y apareció por Cheltenham, acompañado de su séquito de asesores. Le hablaron de un genial matemático que acababa de volver de Fort. George G. Meade, el cuartel general de la National Security Agency en Maryland. Un chico experto en las comunicaciones de los talibanes en la red.

Podía ser lo que estaba buscando. Alguien joven, brillante, pero de perfil bajo, que coordinara la inteligencia sobre Afganistán. Así que pidió entrevistarse con él. Pero fuera del GCHQ. Sin testigos.

“The Tory MP and minister, has separated from his wife and is “coming to terms with his homosexuality”, he has announced.”

NATIONAL SECURITY AGENCY

Entró en el GCHQ con veintitrés. Le aburrían las clases. Le aburría el master de matemáticas avanzadas. Y sus compañeros aún más. Así que cuando leyó que “GCHQ provides intelligence, protects information and informs relevant UK policy to keep our society safe and successful in the internet age” no se lo pensó mucho. Utilizó la dirección de contacto y se aventuró.

Sus cualidades fueron inmediatamente reconocidas por el servicio de reclutamiento. Pasó con brillantez, y una sonrisa, todo tipo de pruebas, desde inteligencia a equilibrio emocional. Su CI fue señalado como el mejor de entre los candidatos de los últimos veinte años. 157. Y su personalidad era tan estable, que hubiera hecho pasar a cualquier monje zen por un hooligan del Chelsea. Incluso soportó las trampas de seducción más retorcidas que un británico puede diseñar.

Después de una investigación de seguridad, que demostró que era un chico deportista, que montaba en bicicleta, unos 300 km los fines de semana, que no fumaba, no bebía alcohol, no se drogaba, y tenía una conducta de lo más convencional para la moral del Reino Unido, le incorporaron a la Sección de Códigos y Encriptados.

Al principio, con la novedad, sintió que aquello podía ser parte de lo que andaba buscando. Aunque lo cierto es que con el tiempo, se convirtió más una rutina que una aventura. Por eso no dudó en se ofrecerse voluntario cuando comenzaron a buscar agentes para ser enviados a Maryland, a la sede de la NSA, con el fin de especializarlos en intercepción e interpretación de los códigos de los talibanes en la red.

Tanto el MI6 como el MI5 estaban convencidos de que había infiltrados en el ejercito, que se comunicaban con Afganistán mediante mensajes aparentemente corrientes, pero codificados, en las redes sociales. Y la información que les hacían llegar había sido utilizada para matar a numerosos comandos de la inteligencia aliada en el territorio y para emboscar a las patrullas militares.

Ahora, con treinta y uno recién cumplidos, aún siendo totalmente desapasionado en el análisis, no podía creer lo que le estaban proponiendo. Ni en el más salvaje de sus sueños.

Uno de los más influyentes y populares miembros del Gabinete de Su Majestad y de la política del Reino Unido, confiaba en él para poner en marcha algo sin precedentes. En Londres. En el MI6. ¿Cómo podía decirle que no, mirándole a los ojos, a solas, en el asiento de atrás del Jaguar oficial?

“It should not have been possible for him to have obtained security clearance if elements of his private life had the potential to put him into a potentially compromising position.”

69THEGROVE

Tumbado en la cama de 69TheGrove. Desnudo. Sin maquillaje, ni peluca ni pestañas postizas. Despierto toda la noche. Estaba diluviando en Londres. El agua golpeaba en la ventana y empapaba las tristes paredes exteriores de las viejas casas de Vauxhall. Mientras, pensaba en si mismo. En lo típico.

Qué tonto había sido. Maldecía la manera en que le había dejado marcharse. O echado.

Lo que una vez fue amor, ahora se había enfriado. Sólo podía culparse por jugar a cosas tan peligrosas y por la certeza de tenerle. Estaba seguro de que con llamarle correría de nuevo a su lado. Pero aquel día no había aparecido. Así aprendería.

Cada día le necesitaba más. No podía entender el porqué. Pero esta vez le había tocado perder a él. Era como el chico que gritaba lo del lobo.

Se preguntaba qué había podido ir mal, cuando antes siempre había funcionado. Le prometió que mantendría al lobo alejado de su puerta. Pero hoy no había estado allí. En Pimlico.

Y ahora estaba como el chico que gritaba lo del lobo. Solo.

“The lad had been away from home for a long time – we did not know much about his private life, but it has never crossed any of our minds that he could be gay. It’s not the picture they have of their son.”

He added: “Maybe it’s the government or somebody trying to discredit him.”
Like the boy who cried wolf

CAERNAFFON

Pensándolo bien, volver al apartamento era seguro. Mucho más seguro. No tenía sentido que regresaran, cuando ya habían encontrado lo que buscaban. Además, de madrugada era más fácil saber si a uno le seguían.

Colgó el traje azul oscuro con rayas blancas en una percha, se puso un pantalón de lana, una camisa blanca cubierta por un sueter gris y un impermeable del mismo color. No se olvidó del paraguas negro. Por supuesto. Estaba lloviendo.

Dejó la habitación del B&B sin despertar a la casera y pisó la calle, intentando no empaparse en uno de los miles de charcos que se habían formado. Volvería por el mismo camino a su apartamento de Pimlico.

“Quién me mandaría aceptarlo” se decía mientras daba saltitos de baldosa en baldosa.

El apartamento había sido comprado por New Rodina en 2000, por 675.250 libras esterlinas, a través de una firma de abogados de la City que pronto había dejado de existir. El Banco de Escocia había concedido una hipoteca a la sociedad para la adquisición de la propiedad. Y la entidad financiera con más hipotecas concedidas en el mundo estaba dirigida, en aquel momento, por un exministro tory con fuertes vínculos con el MI6.

“Lo más inquietante es que se hayan atrevido a entrar”. Seguía dándole vueltas. Y tenía razón. Porque su calle no era una calle “normal”. Las medidas de seguridad eran extraordinarias. Nadie entraba o salía sin ser objetivo de las cámaras de vigilancia. Al fin y al cabo, dos eminentes miembros del Partido Conservador y exministros, Leon Brittan (Lord Brittan of Spinnethorne) y Sir Michael Howard, vivían allí.

Cuando hubo dejado a la derecha el MI6, se convenció de que no le seguía nadie. Estaba completamente seguro. Sacó la blackberry del bolsillo y se puso a ojear mensajes. Uno, en el que no había reparado con anterioridad, llamó ahora su atención.

“Dos cartas-bomba recibidas en el cuartel general y en el 10. No explosionaron. Enviadas desde Caernafon.”

¿Cómo no lo había leído antes? Dos cartas-bomba enviadas desde un lugar que bien conocía. Estaba a poca distancia de su pueblo, donde había vivido hasta que se fue a Cambridge.

“A spokesman for the Metropolitan Police said: “The Metropolitan Police Service is investigating two suspect packages addressed to premises in central London. “Both packages have been recovered by police.” a source claimed “obviously they were meant to be recovered they were crude devises and posed no real threat, it looks like a message.

The Scotland Yard spokeman said the package was found on Wednesday and Thursday. Two suspects, aged respectively 52 and 21 years, has been arrested in North Wales the next day.”

PADDINGTON GREEN

Iba tan distraído, que llegó al apartamento empapado. Como si no llevara paraguas.

Ver de nuevo el apartamento revuelto no le produjo ya impresión. Simplemente, dejó el paraguas en la entrada, se fue a la cocina y cogió unos guantes de goma. Más que por obsesión por la higiene, lo hizo para no borrar ninguna huella que después pudiera resultar de ayuda en la investigación. Aunque pensándolo bien, no había denunciado el asalto. Tendría que decírselo a su supervisor, el zaguero de rugby del MI6. Pero todavía no. Mejor esperar.

En lo que no tardó mucho fue en sentarse en el ordenador para comprobar que no había sido destripado por los intrusos. “A lo mejor sólo fue uno” pensó. Lo encendió, accedió a una URL de videojuegos y abrió un enlace, que le llevaba a otra página con código de acceso. Una vez dentro, exploró la carpeta de “incidentes”.

Los dos detenidos como sospechosos de haber enviado las cartas-bomba al MI6 y al 10 de Downing Street eran de origen paquistaní y no debían ser muy peligrosos. Habían sido interrogados en la comisaría de máxima seguridad de Paddington Green en Londres, para luego ser puestos en libertad. Podía ser también una maniobra del MI5 para utilizarles como guía hasta el cerebro del ataque. Aunque más que un ataque parecía un aviso. Y viniendo desde el norte de Gales, donde residen muchos agentes retirados y algún que otro doble cero, las posibles explicaciones quedaban muy abiertas.

“Tory MP Patrick Mercer said last night he was ’shocked’ that a suspect package had reached MI6 and would write to Foreign Secretary William Hague to ask why it was not intercepted.”

El Al

– ¡Hijo de puta! – gritó. Algo le decía que estaba detrás de aquello.

Se conocieron en el campo de entrenamiento del desierto del Negev, al que había llegado con otro grupo de militares del ejército israelí.

Al bajar del autobús que les había llevado desde Tel Aviv, sólo vio unos cuantos edificios, grandes antenas parabólicas, alambradas y el desierto alrededor. El panorama era desolador. No venía a hacer turismo, sólo pretendía seguir aprendiendo. Pero sabía que no iba a ser fácil. Después de pasar un tiempo aburrido en Fort Meade quería algo más de acción. Menos ordenadores, menos análisis de riesgos y más acción, pero no de esa que encontraba en el VoHo.

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Y no le fue difícil convencer a sus superiores en el GCHQ de su interés por ocupar una de las plazas en el programa de formación organizado por ha-Mossad le-Modiin ule-Tafkidim Meyuhadim. Había dejado Cheltenham dispuesto a todo, sin pronunciar promesas ni escuchar lamentos.

Todo lo que poseía había sido empaquetado en la gran bolsa roja de la que colgaba una tarjeta de El Al y en la que sólo se leía su nombre. Dentro acumulaba ropa y algunos libros que nadie se entretuvo en revisar, incomprensiblemente para el resto del pasaje, cuando embarcó en Heathrow.

“It emerged yesterday that police are investigating three sums of £2,000 paid into Mr Williams’s account on consecutive days, and then withdrawn on consecutive days, with the last transaction on the eve of his killing.”

Epílogo: Canary Wharf

Como un silbido. Suenan como un cañón si no llevan silenciador. Pero en este caso, el arma sólo emitió un suspiro, el que causa el torbellino alrededor del proyectil, cuando avanza hacia el blanco.

Su cabeza cayó hacia adelante. Golpeó el teclado. El ordenador emitió un sonido extraño. Era el resultado de la compresión simultánea de varias teclas por el rostro ensangrentado. La sangre salpicó la pantalla.

No era lógico que volviera otra vez. Pero volvió. A matarle.

La estabilidad emocional de los miembros del gobierno de Su Majestad es prioritaria entre las diversas materias de seguridad nacional. Incluido un genio de la matemáticas a punto de desvelar, mediante los mensajes interceptados en Paquistán por un agente del Mossad, la identidad del jefe de operaciones de Al Qaeda en Europa.

Ni se enteró. No le escuchó entrar. Ni siquiera cuando levantó la pistola para dispararle. No tuvo opción. Tampoco para sufrir. Fue totalmente profesional.

Después, cogió el cadáver como si fuera una pluma. Porque era un cuerpo delgado. De tanta bicicleta. Y para un tipo fornido como él, como un zaguero, eso no era nada.

Lo metió en una larga bolsa roja, con franjas y asas negras, de las que utilizan los equipos de rubgy para transportar el material. No necesitó descuartizarlo. Lo dejó en el baño. No se entretuvo en limpiar las manchas. Ni las huellas. No había.

Luego salió al pasillo, recogió unos cuantos vestidos de Valentino, colgados en perchas, y varias bolsas. Introdujo todo en el apartamento. Al abrir las bolsas, se desbordó dinero. Libras. Varios miles. Y, también, un arnés de cuero y el falo de Jeff Stryker perfectamente simulado en látex. Lo dispuso todo alrededor de la bolsa que contenía el cadáver.

Cuando hubo terminado, se arregló el traje de raya diplomática, de Boss, se colocó el pelo, y salió por la puerta del edificio como si aquel fuera su segundo cero. Ya no llovía. Caminaría hasta el metro. Sin prisa. Había quedado junto al edificio de Reuters en Canary Wharf para entrevistarse con un agente de Metsada.

Estaba amaneciendo.

Al cruzarse con el antiguo ministro, que iba a entrar en su coche, inclinó ligeramente la cabeza en señal de saludo. Al barón Brittan of Spennithorne le sonaba su rostro. Pero no recordaba de qué.

Muy británicamente, le devolvió el saludo.

2 respuestas a «VoHo»

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