¿Sigue la medicina científica basada en la fe?

Muchos hemos sido los que abrazamos la «medicina basada en la evidencia» como modelo científico del ejercicio de la medicina. Y eso a pesar de que en 1996 The Lancet se manifestó en contra.

No creencias. No prejuicios. No saltos de fe. Sólo y únicamente datos objetivos obtenidos en un modelo «cuasi-experimental».

Sin embargo, incluso la «medicina basada en la evidencia» tiene serios defectos que la convierten en una «semi-religión».

Voy a resumir cuatro grandes problemas apuntados, entre otros, por John Ioannidis:

1. La mayoría de la práctica médica no está fundamentada en datos obtenidos en estudios prospectivos aleatorizados.

2. Gran parte de la «evidencia» que apoya la práctica médica tiene defectos metodológicos

3. La mayoría de la «ciencia médica» obtenida a partir ensayos prospectivos aleatorizados no cumple los principios del método científico (raramente es reproducible)

4. Se produce un salto de fe cuando se asume que los resultados obtenidos en un ensayo clínico prospectivo aleatorizado, en unas determinadas condiciones, son exactamente los mismos resultados que se obtienen en la realidad (con otras condiciones, otros pacientes con otras comorbilidades, otros profesionales, otra institución…)

Healthcare IoT

El concepto «internet of things» (internet de las cosas) fue propuesto en el MIT por Kevin Ashton, a finales del siglo XX y surge de la evolución tecnológica que relaciona la interconexión digital de los dispositivos que nos rodean con la ideología del internet del siglo XXI:

1. Detección de datos e información personal
2. Interconexión social
3. Comunicación en red
4. Almacenamiento de datos
5. Computación en nube
6. Minería de datos
7. Inteligencia artificial

Actualmente, un gran número de objetos están diseñados para detectar y transmitir datos individuales relacionados con la actividad personal y social. Y de todos el más relevante es el teléfono móvil.

Este dispositivo, el teléfono móvil, evolucionó de ser un mero terminal de comunicación interpersonal por transmisión de voz a un sensor/conector del individuo con internet y, por tanto, con el resto del mundo enganchado a la misma red. Pasó de ser un «cell phone» a ser un «smartphone». De tonto a inteligente.

Pero ahora, poco tiempo después del lanzamiento del iPhone, el dispositivo que inició la popularización del teléfono inteligente, queda poco que no sea potencialmente «inteligente». Gafas, camisetas, calcetines, zapatillas de deporte, lentillas, frigoríficos, coches, edificios… incluso hay condones inteligentes.

Parece evidente el potencial uso de los datos recogidos por todas estas «cosas» con fines médicos y sanitarios. Sin embargo, no resulta fácil entender como toda esta información acumulada se utilizará para hacer realidad una medicina 5P, personalizada, predictiva, participativa, preventiva y poblacional.

De entrada, carecemos de un modelo de uso sensato. Y si lo tuviéramos, sería antiguo, porque la sociedad no evoluciona a la misma velocidad que la tecnología. Es el precio que pagamos por la ley de Moore.

La inteligencia no está en las respuestas, sino en las preguntas que tenemos que afrontar con los datos sanitarios. Pero resulta que, más que preguntas, a mi me vienen a la cabeza meras conjeturas:
¿Qué significan determinados datos en un individuo?
¿Nos estamos dejando alguno fuera?
¿Significan lo mismo en todos?
¿Estamos recogiendo datos innecesarios?
¿Qué haremos cuando detectemos cambios en los datos?
¿Qué capacidad de predecir algo relevante tienen?
¿Qué impacto tiene recoger y almacenar datos en la salud individual y de la población?
¿Cómo almacenamos los datos?
¿Cuánto tiempo se guardan?
¿Dónde se guardan?
¿Quién los guarda?
¿Quién los explota?
¿Quién paga esta fiesta de información?
¿Qué valor estamos dando a pacientes, profesionales y gestores?

Os recomiendo este informe de Intel Security, antes McAfee, sobre la sanidad y el internet de las cosas.