Graduación 2010-2016

La graduación de la promoción 2010-2016 de la Facultad de Medicina-Hospital Clínico San Carlos ha sido la primera en la que, en mi calidad de Director Médico del Hospital y de profesor de la Universidad Complutense de Madrid, he tenido que estar en la mesa presidencial y dirigir unas palabras a la nuevos graduados.

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Eso me ha obligado a ponerme el traje académico y a desfilar, como en un rito de iniciación, por el Anfiteatro Ramón y Cajal de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, bajo los acordes de «Jesús Alegría de los hombres» interpretado al violín.

El acto ha tenido momentos emocionantes, con la entrega de la beca y del diploma a los alumnos de la promoción. Y después de realizar el Juramento Hipocrático, el decano Prof. José Luís Alvarez-Sala me ha expresado el agradecimiento a los médicos del Hospital Clínico y dos de mis antiguos alumnos, ahora nuevos colegas, han tenido bonitas palabras para mi.

Han recordado mi insistencia en el tacto rectal y mi insensible sinceridad con el «quien no mete el dedo, mete la pata». También han glosado mi figura pública, señalando que aparezco más en televisión que los deportistas de éxito, que soy un cirujano 2.0 y que, para no quedarme ahí, acabo de sacar mi primera novela.

Había que estar a la altura. Esperaban mis palabras. Y este es mi breve discurso:

Ilmo Sr. Decano, autoridades académicas, Sr. Gerente del Hospital Clínico, profesores, colegas, señoras y señores:

Quiero felicitarles a ustedes y a los suyos, padres, hermanos, familia, novios y novias, amigos y profesores por este nuevo hito en sus vidas. Y lo hago porque, como diría Hillary Clinton y en homenaje al Prof. Fernández-Cruz, «it takes a village«.

En este acto celebramos su éxito académico y, tras la oportuna colegiación, su incorporación a la profesión médica. A la vez, entran a formar parte de la historia del Hospital Clínico San Carlos, una institución de 229 años de antigüedad, paradigma de la asistencia, la docencia e la investigación biomédica española e internacional, que hoy tengo el honor de dirigir.

Sin duda, tras esta celebración comienza otro periodo de incertidumbre ante el futuro profesional. Algo que no es nuevo para ustedes. Muchas preguntas surgirán a lo largo de los próximos meses, dudarán sobre el examen MIR, sobre la especialidad a escoger, sobre el hospital donde realizar su formación…

Quiero pedirles que no se desanimen, que no crean que existe un destino del que no pueden escapar. Somos todos, con nuestra forma de pensar, con nuestras ideas y creencias y nuestra forma de actuar los que construimos lo que existe, lo que vemos y vivimos. Son ustedes arquitectos de nuestro futuro. El de todos. Y serán los médicos que nos cuiden al enfermar, que investiguen nuevas soluciones a problemas sin resolver y también formarán a las próximas generaciones de profesionales. Exactamente igual que los que estamos en el estrado, o muchos de los que se sientan entre ustedes.

No son estas responsabilidades menores. Lo sabemos. Pero son personas excelentemente preparadas para afrontar esos retos. Tienen la capacidad, la actitud y las herramientas para ello. Aunque no basta con eso. Esperamos también que sean ustedes buena gente . No se puede ser un gran médico sin ser una buena persona.

No quiero extenderme más. Confiamos en ustedes, para que piensen diferente, para que construyan una medicina mejor dentro de un mundo mejor, y para que nuestra profesión siga teniendo los principios bioéticos de autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia como eje de nuestra relación con los pacientes. Sin olvidar que médicos somos unos pocos, pero pacientes somos todos.

De nuevo, enhorabuena por su trabajo y sus triunfos. Como colegas, pueden contar nosotros, con el Hospital Clínico, para todo aquello en que les podamos ayudar.

Mucha éxito»

Presentando a Gustavo Klint en la Feria del Libro

Y llegó el día. En un caluroso 11 de Junio de 201, las historias de Gustavo Klint me llevaron a la Feria del Libro de Madrid. En el Retiro.

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Hace años que Gustavo apareció en mi primer blog, dentro de la plataforma de Diario Médico. De hecho, llegó a tomar mando del mismo, dedicándose por igual a editar textos que a escribir sobre sus cosas, historias e ideas. No era de extrañar, porque cuando al doctor Klint le sale el austriaco que lleva dentro se le descubre una cierta tendencia a la autocracia.

Pero en la primavera de 2015, Jose María de la Torre me ofreció la posibilidad de contar algunas de las historias antiguas, y otras nuevas, de este raro colega. El promotor del encuentro que derivó en la conversación sobre la publicación fue Nacho. El también es el culpable de la elección de la portada. Y ésta, sin lugar a dudas, es esencial para lo que el librito ha resultado.

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Por la caseta número 215 de Ediciones de la Torre pasó la familia, amigos (gracias Rafa), algún estudiante, padres de futuros médicos, despistados a la búsqueda de un regalo para un médico, colegas y compañeros del Hospital Clínico, pacientes, familiares de pacientes e incluso personas con las que no había tenido ningún contacto personal hasta ese momento, pero a quienes les había interesado el libro.

Me conmovió especialmente ver a XX, un paciente al que intervine de un cáncer de páncreas hace casi 10 años. En aquellos tiempos en que mi dedicación a la cirugía oncológica era absoluta. Cuatro años después le reintervine por una recidiva local. Ahora tiene que controlarse con cuidado la glucemia. Pero allí estaba, sonriente, animoso, como siempre. Una persona excepcional.

Para un cirujano al que le gusta escribir historias sobre personas, utilizando la lupa de una profesión, la médica, que tiende a magnificar los significados y a ampliar los contrastes entre los extremos, Klint ha sido una bendición. Gracias a este amigo de la infancia, he vivido una nueva y deliciosa experiencia.

Deseo que sus historias también sirvan a los lectores para subir al cielo y bajar al infierno, esos lugares que todos llevamos dentro. O al menos, para que disfruten por un corto espacio de tiempo.

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A Klint se le durmió la cara

Acapulco, en el Estado de Guerrero, era esta vez el destino. Había venido con la excusa de participar en otro congreso mundial de una sociedad quirúrgica. Y no hacía más que aburrirse por la reiteración «ad nausean» de las mismas presentaciones del año anterior en Sudáfrica.

Nada nuevo bajo el sol. Sólo historias de «fishing buddies».

El encargo de la Compañía, sin embargo, era esta vez más arriesgado. Quizá demasiado para un agente «free-lance» como él. Tenía que subir a la ladera de las colinas al sur de la bahía y buscar la discoteca «Billionare». Le habían contado que por la zona tenían casa gente como Plácido Domingo. No debía preocuparse por la seguridad en la calle, a diferencia de otras zonas de Acapulco.

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Entraría y se confundiría con los presentes arropado por la música y a salvo de miradas indiscretas, entre cuerpos empapados, por dentro y por fuera, en alcohol, coca, MDMA, crystal meth… Luego tendría que buscar a traficantes de personas y entablar conversación. Le habían enseñado imágenes para que les reconociera. Cuando fuera seguro, se ofrecería como cirujano para hacer sus trabajos sucios. Tenía que descubrir en qué institución clandestina del interior del país se hacían los trasplantes de cara. A esos sitios no iba cualquiera, sólo algunos poderosos capos de cárteles de historial tan extremo que su vida sólo era viable con otra identidad.

Cuando Gustavo atravesó la entrada, dejando a los lados a dos guardianes del calabozo, perdió todo su frío carácter austriaco. Se le durmió la cara. No la sentía. ¿O estaba muerto?