No me llames Dolores, llámame… Meralgia

La historia de mi vida comienza con mi bautizo; o mejor, en el bautizo que no se celebró.

No me entiendan mal, mi nacimiento fue muy importante para mis padres, por no decir para mi misma, aunque de esto no fui consciente hasta que no sobrepasé la adolescencia, como le ocurre a cualquier otra persona. Pero no fue distinto al de otras niñas en la España de los años setenta.

Lo que resultó diferente fue el intento fallido de mi incorporación a la comunidad católica. Y todo porque me llamo Meralgia. Ya, sé que no es un nombre común, ni mucho menos cristiano, pero mis padres se enamoraron del sonido antes de concebirme y se juraron que a su primer hijo le llamarían así.

Como quiera que un espermatozoide con el cromosoma X, de mi padre, fecundó un óvulo, de mi madre, se cumplió la promesa, para disgusto del sacerdote que intentaba darme la bienvenida derramando agua sobre mi cabecita.

Fue así como mi nombre dio lugar al primer incidente notable de mi existencia, unas semanas después de coronar en la sala de partos. El cura se negó a darme el bautizo. No iba a marcar a la pequeña niña con el nombre de Meralgia. No en su parroquia. Y mis padres se negaron a que me nombraran María.

Ni siquiera Meralgia María.

Dios es amor, pero no lo fue en mi caso. Y todo por llamarme Meralgia en vez de Dolores.

Continuación (6/12/2016) Continuar leyendo «No me llames Dolores, llámame… Meralgia»