Libby Zion: la chica que murió dos veces y cambió la medicina americana

Como siempre, todo este interés público y mediático por las implicaciones en la seguridad de los pacientes empezó en Estados Unidos y más concretamente en Nueva York, por el afamado caso de Libby Zion: la tragedia que cambió la medicina norteamericana.

Libby era una “american princess” de 18 años, en su primer año de college, con una historia de depresiones y un consumo habitual de cocaína, en volúmenes superiores a la cantidad que circula en muchos bares de copas un jueves por la noche en Madrid.

Pero sobre todo, lo que resulta más importante para sus efectos sobre el caso, es que su padre era Mr. Sidney Zion, uno de los periodistas y abogados más afamados de la ciudad.

Libby murió en la mañana del 5 de Marzo de 1984 en el New York Hospital y eso desató una batalla legal de la que fuí testigo durante una rotación como residente de 4 año en Boston.

Ya saben que Court TV gusta de transmitir estos juicios en tiempo real.

El juicio se inició en el otoño de 1994, y según pude ver por la televisión por cable, los abogados de la acusación del caso Zion vs. New York Hospital basaban sus argumentos en que la muerte de Libby fue causada por el cansancio de la residente de guardia (Dra. Weinstein), cuyo error fue la administración de un calmante (Demerol), aparentemente contraindicado en una paciente en tratamiento con un antidepresivo (Nardil).

La verdad es que Libby había mentido sobre la medicación que estaba tomando y sobre su consumo de cocaína justo antes de su ingreso. Por otra parte, su «primary care physician» no fue capaz de transmitir correctamente las medicaciones que había prescrito a la paciente y, por supuesto, la residente no tenía toda la supervisión que hubiera sido de desear (su supervisor era el R2, Greg Stone).

El 6 de Febrero de 1995, el jurado determinó que el New York Hospital no era responsable de la muerte de Libby, la cual había mentido manifiestamente a los médicos a su ingreso. Sin embargo, tres médicos fueron declarados culpables de negligencia y responsables de la muerte, al 50% con la fallecida. Por ello, se debían pagar $750.000 a la familia Zion por su dolor y sufrimiento .

El 1 de Mayo de 1995, el juez desestimó la conclusión del jurado sobre la responsabilidad al 50% de Libby en su muerte porque habían recibido pruebas sobre su consumo de cocaína de manera inadecuada. Y, finalmente, en 1997 se redujo la indemnización a $350.000.

Desde el punto de vista de los residentes, el caso Zion fue la chispa que inició el debate sobre la forma en que se realizaba su entrenamiento en los hospitales norteamericanos y las repercusiones sobre la seguridad de los pacientes. El estado de Nueva York reguló las horas de trabajo de los residentes con la llamada «Libby Zion law«.

Dicho esto, hay que recordar que el límite de horario actual de los residentes en USA es de 80 horas semanales…

Nota: Sidney Zion murió en 2009, de un cáncer de vejiga

¿Han perdido un paciente alguna vez?

A Rafa. Todavía tengo tu teléfono

Seguro que todos hemos perdido a un ser querido, bien sea por accidente o enfermedad. Pero pese a la proximidad emocional, ustedes no se habrán sentido directamente responsables.

A los cirujanos eso no nos pasa. Casi todos, si nos dedicamos a esto de verdad, tarde o temprano, experimentamos personalmente la angustia de perder un paciente. Puede ser alguien muy conocido y próximo. O no.

Ahora mismo no encuentro palabras para explicarles lo que se siente. Sólo puedo decir que no es miedo. Más bien una tremenda, absoluta e indescriptible desolación.

¿Se atreverían ustedes a experimentarlo? ¿Se atreverían a arriesgarse?

Yo he perdido muchos, pero uno de ellos se había convertido en un gran amigo. Era una de esas personas que te encuentras con el paso cambiado y te preguntas ¿por qué no le encontré antes?, ¿por qué no tuve más tiempo para haber disfrutado de su compañía?

Le operé dos veces y sufrí las dos. No sé si le acompañé yo a él o él a mí. Pero todos los lunes me esperaba frente a la puerta de la consulta.

Semana tras semana.

Mes tras mes.

Y cada día que le veía ahí, sentado en la silla, sabía que era una semana menos para compartir.

Me mentía, como los enamorados mienten para gustar al otro. Me mintió sobre su vida. Me ocultó una parte importante de lo que había experimentado en justa reciprocidad por lo que yo le mentí a él sobre el futuro.

Estuve con él hasta el momento en el que se llevaron su féretro al incinerador del cementerio de la Almudena. Y ahora conservo el libro que escribió sobre la comunicación de masas encima de la mesilla, junto a mi cama. Me lo dedicó el 13 de Abril de 2004: con afecto y gratitud.

¿De verdad se atreverían?