El hombre que se salió del bronce

Cuando se sintió salir de la estatua de bronce, como por efecto de magia, lo primero que descubrió es que no tenía recuerdos.

Se vistió con lo primero que pudo.
Se arregló el pelo, se mesó la barba e inspeccionó el sitio.
No sabía dónde estaba.

Le rodeaban figuras humanas que permanecían inmóviles.
En posiciones imposibles.
Pero la que más le llamaba la atención era la suya propia.

¿Quién le metió ahí dentro?
¿Quién le hizo sólido? De metal.
¿Para qué?

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La altura de su yo de bronce era enorme.
Y la longitud de sus brazos. O el de sus piernas.
El de carne y hueso se notaba infinitesimal junto a su yo duro.
Rígido.
Paralizado.
Reducido a temporal carne su yo inmortal.

La curación empieza por la comunicación

Una nueva tribuna del pasado. Publicada en Diario Médico en 2011.

Recientemente fui invitado a reflexionar públicamente sobre el médico del futuro. Era todo un reto ante un entorno tan rápidamente cambiante y tan aparentemente inestable, en el que se oyen ecos de medicina centrada en el paciente, de medicina personalizada y de tecnologías de la comunicación y la información para la salud. Pero, sin duda, es interesante pensar en el ejercicio de la Medicina en un escenario que no existe y que vamos a contribuir a crear.

Durante la preparación, empecé a reflexionar sobre la medicina tecnologizada del futuro, sobre los biomarcadores, los biomateriales, la ingeniería genética, las nanoparticulas, los exoesqueletos, la realidad aumentada, las redes neuronales, los sistemas expertos y la cirugía robótica. Eso es lo que se espera de un cirujano dedicado a la innovación tecnológica. Pero sorprendentemente, todo lo que imaginé parecía Minority Report, la pesimista y oscura película futurista de Steven Spielberg. Mi cerebro, como cualquier otro, es capaz de construir el porvenir a partir de su experiencia presente. Por tanto, me resultaba imposible predecir algo que no existe en la actualidad. Sólo estaba proyectando el presente en el futuro.

Pero lo que no puede ser no puede ser. Y además es imposible. Aumentar un año más la vida de los ciudadanos de los países occidentales no es el principal problema de los sistemas sanitarios. Afortunadamente, la expectativa de vida de nuestros conciudadanos supera los 80 años. Y debo añadir que a ello contribuye poco la medicina curativa. Sin embargo, vaya donde vaya, hable con quien hable, siempre escucho lo mismo: «El problema es la comunicación«. Da igual que sean pacientes o profesionales, sanitarios o gestores. Siempre es lo mismo. Porque la comunicación es el acto primario de la asistencia sanitaria. La relación entre los profesionales sanitarios y el paciente, su diagnóstico, el pronóstico e incluso el tratamiento descansan sobre la comunicación. Incluso el soporte en la recuperación tiene el mismo fundamento. No podemos evitar ser animales sociales.

Por eso cuando tengo que pensar en la utilización de la tecnología para mejorar la sanidad me surgen preguntas: ¿medicina centrada en el paciente? ¿En qué hemos estado centrados hasta ahora? ¿En nosotros mismos? Parece ser que, en gran medida, el avance de la Medicina moderna ha estado enfocado en la superespecialización y no en el paciente. Nos hemos convertido en expertos y superexpertos científico-técnicos. Pero en el futuro será imposible que los gadgets mejoren la calidad de la asistencia si no conseguimos que esos valiosos superexpertos que hemos creado mejoren el proceso de comunicación con sus pacientes.

Empezar a cambiar
Ha llegado el momento de cambiar desde dentro. Mejor que empecemos nosotros a tomar conciencia. ¿No lo consideran necesario? Miren a su alrededor. Todo va más rápido de lo que podemos resistir. Con las nuevas herramientas de comunicación en internet se está produciendo la mayor redistribución incruenta de poder que las sociedades humanas occidentales han vivido nunca. Y el ejemplo de las consecuencias de la resistencia a ese gran cambio lo están experimentando los países árabes de manera sangrienta. Todo ello es debido a una redistribución del flujo de comunicación y conocimiento. La tecnología que se creó hace ya muchos años está dando verdadero poder al ciudadano. Por ello, crear un mejor futuro es un reto del presente. Y en sanidad también. El conocimiento debe ser abierto, transparente y compartido. No necesitamos que los expertos sepan cada vez más pero sólo para ellos. Es urgente que todos los profesionales del sistema sanitario seamos capaces de solventar los problemas y compartir las soluciones.

Y a los médicos, la tecnología nos tiene que servir para eliminar lo que de rutinario y burocrático tiene la asistencia sanitaria. Debe llevarnos donde tenemos que estar, junto a nuestros pacientes. Porque médicos somos pocos, pero pacientes somos todos.

Labios rojos como la sangre

Avanzaba con paso lento por la habitación, acariciando con los dedos la tela de los butacones que la llenaban. Le gustaba el tacto.

Hasta que encontró uno. Perfecto de estado, suave, enfrentado a la puerta. El viejo estilo imperial. Viena.

Se fue a sentar. Con dos dedos, el pulgar y el índice, como dos pinzas, se sujetó los pantalones a la altura de las rodillas. Sentía una secreta pasión por la simetría.

Con inusual cuidado, se los subió levemente y se acomodó. Con las piernas separadas. Con pliegues astutamente plegados.

Y se recorrió con la mirada a si mismo, del pecho a los pies. Después, con un giro lento de lado a lado, lo hizo con la habitación.

Esperaba su entrada.

La puerta chirrió al entreabrirse. Un poco. Una pierna asomó. Nada más al principio. La piel blanca. Pero el tiempo se hacía interminable. Cada segundo era una nueva oleada de anticipación. Y detrás un cuerpo. El cuerpo. Dita. Pero del Este. Más del Este. Con una cabellera tan negra como la noche. Y labios rojos como la sangre.

Un cuerpo sin marca, sin defecto, sin grietas. Sin enfermedad.

Se le abrieron las pupilas. Monstruosamente. Como si no quedara luz para iluminarla. Como si su mirada quisiera absorberla, devorarla. Pero el resto quedó inmóvil. Ni una contracción muscular. Ni una mínima vasodilatación palpitante. No le galopó la respiración. Ni el corazón.

¿Qué se puede esperar de un hombre al que ya no le queda nada por vivir?

Sentirse bien.

Errar es humano. Algunos son demasiado humanos

Esta tribuna me lleva de vuelta a 2006. Hace, por tanto, más de nueve años que la publicaron en Diario Médico.

Y yo me digo: si los pacientes no aceptan un error médico será porque les hemos acostumbrado a creer que nunca nos equivocamos. De nuevo, los responsables del mal social por el que se nos acusa de no obtener resultados, con o sin razón, no son primordialmente los agentes externos sino nuestra incorrecta actuación para hacer llegar el siguiente mensaje: la incertidumbre y el error están intrínsecamente unidos al ejercicio médico. Pero también es humano buscar soluciones, encontrar alternativas y afrontar los retos. El problema no es nuevo, pero se ha expuesto al ojo público y al debate en las tertulias cuando el Instituto Nacional de Medicina de los Estados Unidos publicó que los efectos adversos y los errores médicos son la octava causa de mortalidad en aquel país. ¿Escalofriante? No diría tanto, pero desde luego no podemos seguir escondiéndonos o no ofreciéndonos voluntariamente a nuestros conciudadanos para abordar el error médico e intentar buscar soluciones.

Quizás deberíamos considerar cómo llegamos a la cultura del miedo en la declaración de un error: ¿el miedo a perder el prestigio?, ¿el conflicto emocional al que nos conduce la aceptación de un fracaso?, ¿la arrogancia? Una de las causas más importantes para que los médicos y el resto de los profesionales sanitarios no declaremos nuestros errores y, además, no contribuyamos a la organización de un sistema de prevención de riesgos es la cultura imperante de «Crimen y Castigo». En el caso de los médicos, somos sometidos a estrictos procesos de selección a lo largo de nuestra carrera como estudiantes. Luego pasamos por un proceso de especialización. Se nos entrena para realizar las tareas más complicadas y aceptar los riesgos personales y emocionales que lleva aparejado el contacto diario con el sufrimiento humano, sin que afecte a nuestra vida personal ni a la correcta ejecución de nuestra labor. Pero durante todo este tiempo se nos dice subliminal y prácticamente: “Cuidado con cometer errores, porque si los cometéis -y nos enteramos- seréis castigados”. En este sentido, los profesionales se convencen de que resulta mejor no aceptar que se cometen fallos, ya que parece que no importa cómo lo hagas, pues si cometes un error y se enteran serás castigado.

Para el paciente y los familiares que han sido víctimas de un error, no digo de una negligencia o de imprudencia, sino de un error médico, la asignación de culpabilidades puede ser un gran alivio a su sufrimiento. Pero, paradójicamente, desde el punto de vista de la construcción de un sistema más seguro, cuanta más culpabilización de los individuos menor probabilidad de conseguir una mayor transparencia y un sistema más seguro para todos. Ya sé lo que siempre se dice: nosotros los médicos trabajamos con un material más sensible y, por tanto, no podemos ser valorados como el resto de los profesionales. Si eso lo dicen de verdad, entonces deberíamos recibir más ayuda que los demás para conseguir ser mejores. Les ruego que reflexionen sobre la cantidad de apoyo sincero que recibimos cuando queremos mejorar. Y el lema «Los recursos son limitados» no sirve, pues éstos se asignan en función de intereses. Ahora díganme, ¿hay algún interés por construir un sistema más seguro?

A mí me gustaría realizar una propuesta. Sería muy provechoso para nuestra relación con los pacientes que ante la aparición de un error en la atención sanitaria pudiéramos:

a. Reconocer explícitamente que ha ocurrido un error.
b. Dar una explicación sobre en qué consistió el error.
c. Exponer claramente el motivo por el que se cometió el error.
d. Comunicar un plan sobre cómo se pretende evitar que se vuelva a cometer dicho error.
e. Pedir disculpas.

Y para conseguirlo, los poderes públicos deberían reconocer el derecho a declarar en conciencia y de manera ética sin que nos sea aplicada una cierta cláusula de cooperación por la que las compañías de seguros exigen al asegurado su absoluta colaboración con la aseguradora en la defensa contra la demanda y, con ello, que el profesional no acepte ninguna responsabilidad en el error. También convendría que no se recurriera con tanta frecuencia a la vía penal para juzgar lo que ha sido un error y no un crimen.

En resumen, mi propuesta es avanzar en la cultura de la seguridad en la atención sanitaria. La sociedad debe reconocer que nuestra actividad tiene una especial propensión a la aparición de errores, accidentes y efectos adversos. Por ello, se debe promover su análisis sin culpabilizar al individuo, a la vez que se permite la colaboración entre distintos agentes para crear sistemas de supervisión con responsabilidad creciente que prevengan la comisión y propagación de errores. Finalmente, se debe conseguir que se destinen fondos para investigación y desarrollo de la seguridad de los pacientes. Construyamos la iniciativa «Seguridad en la práctica clínica para el siglo XXI«.