La pasión

Nota del autor: no empezar a leer hasta que Gustavo Dudamel de entrada al primer instrumento»

La suave piel.

Entre besos.

Mágicos.

Ardientes.

Apasionados.

Su cuerpo.

Los brazos enredados.

Una mancha de café, con leche.

Su mirada lanceada.

La transgresión.

El brillo de las pupilas.

Acuosas.

La fusión.

Un universo.

Entre muslos, las caderas y su cintura.

El infinito.

En expansión.

Abrasado.

Llega el deseo.

La desesperación.

Inexplicable.

Inenarrable.

La perdición.

El miedo.

Contenido.

Al separarse.

Desaparezco.

Me hundo.

Hasta el alma.

En la pasión.

Agotado

Todos los días son sólo otro día.
Y otro día.
Y otro más.

Mientras, el cansancio se va apoderando de mi.
Desgasta.
Consume.
Derrota.

Me acuesto agotado después de no hacer nada especial.
Y me despierto temprano, mucho antes de que amanezca.
Ya no me importa la luz.
Sólo hay paz en las tinieblas.

Cierro los ojos.
Intento no caer, pero no puedo.
La escucho.
La veo.
La siento.

Y Klint escuchó bang bang!

Hasta las uñas me duelen de agarrarme al abismo
A la desesperación.
Bajo ellas se esconden jirones de tristeza.
De la pena que me habita.
Mis ojos brillan lacrimógenos como pozas de espanto.
Hasta ahí casi ya no llega la luz.
El alma se está oscureciendo.
Y enfriando.
Recorrido por escalofríos.
Tiritando.
Se congela.
Hiela dentro.
Mis labios ya no saben sonreír.
Mucho menos besar.
Mírame caer.
Me deshago.
La fachada se agrieta.
El interior está demolido.
Pronto todo se habrá derrumbado.
Como Roma.
Como el Foro.
Como toda mi obra.