Relatos de verano: Houdini

La breve historia con Anne pasó a ser pasado. Eso sí, sin olvidarnos el uno del otro al principio. Con periodicidad predecible, recibía sus breves postales con el matasellos de Burdeos. De vuelta, yo la escribía desde la piscina en la que pasaba los veranos entrenando, por las mañanas de 11:00 a 14:00 y por las tardes de 17:00 a 20:00.

El cuerpo humano no está hecho para vivir inmerso en el agua. Los pulpejos de los dedos se arrugan después de pasar unas horas en remojo. Por eso, escribirle a Anne era una aventura. O lo hacía antes de las 11:00 o me tenía que esperar a la siesta, entre las 14:00 y las 17.00. Porque como todo niño español en los años 70, yo hacía la digestión, lo que equivalía a la siesta de los adultos. Este proceso se expandía o encogía con la edad. Según fui creciendo pasó de tres horas, a dos horas y media y, al final, terminó en dos. Ni un minuto más ni uno menos. Pero ¿quién escribe postales de amor imposible antes de las 11:00 de la mañana? Esperaba a la siesta.

Los ratos de siesta los pasaba jugando al mus con Oscar, contra quien se atreviese. El era mi mejor amigo. También nadaba. He de reconocer que me ganaba en las pruebas de mariposa y libre, pero nunca lo consiguió a braza. Eso sí, no tenía mi finura nadando mariposa, espalda, braza y crol.

Vivíamos muy cerca y, aunque íbamos a distintos colegios, pasábamos mucho tiempo juntos. Nos habíamos acostumbrado. Nos comprendíamos sin hablar. Nunca nos enfadábamos entre nosotros.

Desde los siete años, después de recuperarme de aquella larga infección abdominal, sus padres o los míos nos habían llevado a la piscina a entrenar, ya fuera en autobús o en metro. Aquellos viajes de ida y vuelta eran pre-democráticos. Por la época, no por nuestra ideología. Bien recuerdo una vez, con su madre, en la que nos tuvimos que esconder en un portal de la calle Alcalá, al meternos involuntariamente en una batalla entre manifestantes, – creo aún recordar que cantaban algo de la ORT y lanzaban pasquines de Pina López Gay – y la policía. Los grises, que todavía llevaban el abrigo largo, corrían con armas en la mano y lanzando botes de humo. Toda una aventura.

Al final, nuestros padres dejaron de acompañarnos. Ya podíamos ir solos a entrenar. Incluso nos echamos dos novias que eran amigas. Bueno, mejor dicho, yo me eché una novia que tenía una amiga que terminó con Osar. Los sábados salíamos los cuatro juntos. Ya lo contaré en otra ocasión.

Oscar y yo hacíamos buen equipo al mus. Ligábamos buenas cartas. Además, siempre he tenido cara de niño. Así que los contrarios creían leer fácilmente mi rostro. Qué equivocados. Nos turnábamos los papeles. Nunca sabían quién iba a la grande y quién a la chica. Incluso hacíamos evidentes nuestras señas. Confusión. Como Houdini. Mueve tu mano izquierda para golpear con la derecha.