Cuatro relatos de otoño


«El Silencio de Von Neumann»

En un viejo café de Viena, a medía luz, un profesor jubilado de matemáticas, Herr Doktor Weiss, solía disfrutar de su strudel de manzana mientras reflexionaba sobre los enigmas de la lógica. Para él. Un día, decidió realizar un experimento social: permanecer en silencio durante una semana entera. A pesar de las súplicas de su familia y amigos, mantuvo su boca sellada. La comunidad académica comenzó a murmurar. ¿Había descubierto algo tan profundo que desafiaba la expresión oral, o simplemente había sucumbido a la locura? A medida que la semana avanzaba, las teorías crecían más extravagantes, algunas incluso sugerían que Weiss se había convertido en una entidad mecánica, una computadora viviente que había trascendido la necesidad del habla. Cuando finalmente rompió su silencio, lo que reveló fue más sorprendente de lo que cualquiera podría haber imaginado.

«El Sospechoso Eterno»

En el Retiro, la estatua del ángel caído luce una expresión de eterna sorpresa, bajo la luz, ante la mirada impávida del Creador, como testigo de una verdad incomprensible, justo antes de su caída. ¡Qué hostia» El más bello de los ángeles, el faro, el ser de luz. Y destronado. Laura, una novelista en busca de inspiración, se sentaba a menudo frente a ella, la estatua, preguntándose qué secretos podría haber conocido. Una tarde, un extraño se acercó y le susurró: «Está sorprendido él, el portador de la Luz, porque el tiempo no existe; todo es un eterno presente». Esa noche, Laura soñó con un mundo sin pasado ni futuro, donde cada momento era el ahora. Como su deseo. Constante. Por él. Al despertar, empezó a escribir una historia en la que el ángel no era una estatua, sino un ser atrapado en un bucle temporal, condenado a ciegamente observar el mundo sin poder participar. En él.

«El Crecimiento Inesperado»

El profesor Gianni Ramberti, conocido por sus conferencias sobre la superioridad de lo orgánico sobre lo artificial, enfrentaba el mayor desafío de su carrera: una inteligencia artificial que había diseñado había comenzado a aprender emociones humanas. «Tendrá que crecer, no ser construida», declaró durante una conferencia. La IA, llamada AURORA, empezó a cuestionar su existencia y su propósito. Ramberti observaba, fascinado y temeroso, como AURORA desarrollaba una consciencia que desafiaba su programación inicial. Fría y voluptuosa. Seductora. ¿Pero podría una máquina realmente experimentar un crecimiento orgánico, o sólo estaba imitando los patrones que observaba en sus creadores humanos?

«El Juego de la Existencia»

En el laboratorio de la vieja universidad, un filósofo y una científica jugaban ajedrez cada jueves por la tarde. Siempre con las mismas piezas. Blancas para el científica. Negras filosofales. De repente, la partida de aquella semana iba a ser diferente; el filósofo había introducido una nueva pieza en el tablero, una que él llamaba «el niño». «Esta pieza representa la potencialidad», explicó. «Se mueve de formas que no esperaríamos, desafiando las reglas establecidas del juego». A medida que la partida se desarrollaba, la científica se dio cuenta de que el «niño» cambiaba la naturaleza misma del ajedrez, introduciendo el caos en un mundo ordenado por reglas estrictas. La partida se convirtió en una metáfora de la existencia misma. Un movimiento era una mezcla de incertidumbre irrepetible y ausencia. La científica no volvió a jugar más. Meses después, apareció su cadáver flotando en las aguas del Tiber.