













Si es difícil, es que lo estás haciendo mal
Ever since I can remember, I hate the sound of alarm clocks waking me up. That is why I prefer waking up to a smooth and warm yet artificial light, gradually increasing in intensity like an encroaching daylight. All 365 days of the year, including weekends, the sun rises in my room when the clock strikes 6.30 am. In reality, it is only 5.40 am, because my alarm is always ahead of time. Fifty minutes early; not a minute more, not a minute less, fifty. I am sure that some soft music would never hurt anyone since I sleep alone, by personal choice of course. But then I would have to decide which music would be best to wake up to every morning, and I don’t feel like making more decisions about mundane aspects of my daily life.
If I did not have to go to work, I would go back to sleep. Otherwise, once I am out of bed I go straight to the bathroom, always. It is an automatism, completely avolitional. It is the first thing I do in the morning, an irrational act, just like the rest of humanity. I undress, empty my bladder, wash my hands, and afterwards look at myself in the mirror as I attempt to tame my hair, all blonde and tousled, with my damp hands. At this point in time, I am still fuzzy, whether from sleep or presbyopia I cannot tell. I stroke my eyebrows, rub my eyes, trace my face with the tips of my fingers until they rest on my jawline. I don’t know why I do that, I just do.
I make a living with these hands, which seem rather common. There’s nothing special about them. From time to time, I stare at them as if they don’t belong to me. I stretch them out in front of me and turn them around to look at them from different angles. Five fingers each, palms and backs, with short nails. I hate the sight of long nails on a man, and especially on me. I feel a certain disgust when I see them. They only looked good on de Niro playing Louis Cyphre in New Orleans. “How terrible is wisdom when it brings no profit to the wise, Johnny”. A feature befitting the character.
My fingers have been in places other human beings would consider unusual, not because they are unknown but because they are nasty. I must confess that it has been pleasurable having them there.
I am a surgeon….
Traducción y adaptación de Ameera alHasan
Me di la vuelta y continué por una pequeña calle, a la izquierda de la Piazza della Rotonda, con dirección a la Piazza Navona, regocijándome, como un puerco en el fango, con el recuerdo del tremendo éxito que mi intermediación tuvo en el Partido Democristiano. Sólo hablé con las personas adecuadas y les ayudé a entender que ellos estaban llamados a definir una nueva ruta hacia el destino que querían perseguir.
No necesité meterme en demasiados cerebros para una misión tan sencilla. Fueron cuatro viajes a Roma desde Madrid para asegurarme el control de unos pocos desertores. Casi como un hígado graso se deshace ante la palpación descuidada durante la liberación de los ligamentos que lo fijan en su posición en el hipocondrio derecho, el gobierno de centroizquierda de Romano Prodi se desmoronó.
En «la vida privada de Gustavo Klint», sembrar el pánico es un ejercicio sencillo en el que nunca participa un gran ejercito. Yo me encargo. Lo mismo que cuando hay que cambiar una decisión política, o inclinar un gran contrato o una concesión en determina dirección. O en la contraria. Tampoco me resulta difícil destrozar una amistad o un matrimonio. O una empresa, que para el caso es lo mismo. Sólo tengo que seducir a quien está dispuesto a dejarse convencer para unirse a una nueva idea o causa, ya sea un acto criminal, una experiencia sexual o un cambio de ideología. O de voto.
Todo grupo humano tiene su justa dosis de desequilibrados, amargados y traidores. Insatisfechos en general, que no saben que la felicidad es el diferencial entre las expectativas y la realidad. Esos que no saben ni bajar las primeras ni mejorar la segunda. Pero yo, con mirarles y tocarles, se distinguirlos y acceder a ellos. La cualidad que me hace destacar entre los que compiten en el mismo servicio es mi garantía de un trabajo perfecto; y sin riesgo de ser descubierto, para quien lo paga.
Soy hijo único, de una familia austriaca de la élite académica, lo que me diferencia de Prodi que, aunque también pertenecía a una familia universitaria, es el octavo de nueve hermanos. Es más, cuando yo nací, Romano ya estaba dando clase en el Instituto Lombardo de Estudios Económicos y Sociales en Milán.
Sinceramente, no es lo mismo educar a un niño que a nueve. En este caso, la atención hay que repartirla entre todos ellos. En el mío, yo era el dueño y señor de todo mi mundo conocido. Esta circunstancia, sin duda, condicionó el desarrollo de mi personalidad.
Desde que recuerdo, nunca me fue necesario expresar deseos. Los que me rodeaban se adelantaban a mi. Me bastaba con pensar lo que quería y, casi de manera mágica, se hacía realidad. Mis padres no eran culpables, no me malcriaron comprándome cosas que yo no quisiera para recompensarme si no me gustaba la comida o no podía dormir. Ni siquiera estaba en su voluntad sobornarme para que obtuviera las mejores notas en mis estudios. Fui yo el que aprendió, casi desde la cuna, a transferirles mis pensamientos para que ellos los sintieran como propios…
Continuará…
Avanzaba con paso lento por la habitación, acariciando con los dedos la tela de los butacones que la llenaban. Le gustaba el tacto.
Hasta que encontró uno. Perfecto de estado, suave, enfrentado a la puerta. El viejo estilo imperial. Viena.
Se fue a sentar. Con dos dedos, el pulgar y el índice, como dos pinzas, se sujetó los pantalones a la altura de las rodillas. Sentía una secreta pasión por la simetría.
Con inusual cuidado, se los subió levemente y se acomodó. Con las piernas separadas. Con pliegues astutamente plegados.
Y se recorrió con la mirada a si mismo, del pecho a los pies. Después, con un giro lento de lado a lado, lo hizo con la habitación.
Esperaba su entrada.
La puerta chirrió al entreabrirse. Un poco. Una pierna asomó. Nada más al principio. La piel blanca. Pero el tiempo se hacía interminable. Cada segundo era una nueva oleada de anticipación. Y detrás un cuerpo. El cuerpo. Dita. Pero del Este. Más del Este. Con una cabellera tan negra como la noche. Y labios rojos como la sangre.
Un cuerpo sin marca, sin defecto, sin grietas. Sin enfermedad.
Se le abrieron las pupilas. Monstruosamente. Como si no quedara luz para iluminarla. Como si su mirada quisiera absorberla, devorarla. Pero el resto quedó inmóvil. Ni una contracción muscular. Ni una mínima vasodilatación palpitante. No le galopó la respiración. Ni el corazón.
¿Qué se puede esperar de un hombre al que ya no le queda nada por vivir?
Sentirse bien.
Siguiendo la estela de lo aprendido con Antonio Fernández, seguimos con más Soft Jazz
Después de abrir con Steely Dan, no puede faltar Michael Franks
Y finalizo con Crusaders
Visto lo visto, con la inteligencia natural no nos es suficiente. Y no creo que sea por el porcentaje de capacidad cerebral que utilizamos.
La verdad es que el nacimiento de la inteligencia artificial es cosa del siglo pasado. El XX. Descubrir que podemos digitalizar la realidad, es decir, convertirla en ceros y unos que podemos contar, nos está llevando a otro paso evolutivo. Gödel, Turing…
Cierto es. No es nada que no hubiera predicho Isaac Asimov
Vale. Los ordenadores son máquinas. De momento. No son creativos. De momento. No dan cariño, ni comprenden. De momento. Pero tampoco pelean, ni matan. De momento.
Los ordenadores son capaces de procesar más rápido, más cantidad. Y eso, con las preguntas adecuadas, puede llevarnos a entender la naturaleza como no podíamos anteriormente.
Porque puede que los seres humanos sólo seamos otra «máquina» en el proceso de la auto-comprensión y transmisión de la información
Sin embargo, este proceso será doloroso. Aunque se nos esté metiendo en la cabeza de manera más o menos inadvertida, el proceso será doloroso.
Porque estamos construidos para ser únicos, para defender la individualidad. No toleramos otra noción. Era obligatoria para sobrevivir…
Dice Clayton Christensen, profesor de la Facultad de Económicas de Harvard, que el reto al que se enfrenta la sanidad, hacer que la atención sea accesible y asequible para todos, no es exclusivo de este área. Y todo el mundo busca la “disrupción”.
Según Christensen, hay tres ejes sobre los que actuar: 1. Tecnología simplificadora 2. Innovación en el modelo de negocio 3. Red de valor disruptiva.
Y en cuanto a la gestión del cambio…
«Generally, the leading practitioners of the old order become the victims of disruption, not the initiators of it. But properly educated, the leaders of the existing systems can take the lead in disrupting themselves—because while leaders instinctively view disruption as a threat, it always proves to be an extraordinary growth opportunity. Hence, IBM played a huge role in creating the personal computer industry; the department store Dayton-Hudson launched Target; and Hewlett-Packard created and grew to dominate the disruptive ink-jet printer business. When they follow the rules we’ve described in our research, the leaders in the old indeed can become the leaders of the new.»
Si quieren saber más, les recomiendo que lean este extracto del libro del propio Christensen, Jerome Grossman y Jason Hwang.
Y si quieren aprender más sobre innovación y liderazgo, les recomiendo la iniciativa del MIT a cuya cabeza esta Fiona Murray.