El neurocirujano Sanjay Gupta fue nominado para ocupar el cargo de Surgeon General por Barack Obama entre críticas de colegas y políticos, que veían en él un perfil inadecuado para ser el responsable de la sanidad pública por su “contaminación en los medios”. Sin embargo, Sanjay es un verdadero comunicador médico – CNN, prensa escrita, Internet –. Ha informado sobre importantes asuntos de salud, con más impacto que ningún otro médico haya tenido nunca entre la audiencia global.
Su inconveniente es que los medios de comunicación de masas continúan bajo sospecha para la profesión, incluso en Estados Unidos, y aquellos médicos que se atreven a cooperar con ellos pierden credibilidad.
¿Debemos los médicos tener miedo a los medios? ¿Cuál debería ser nuestra actitud?
La comunicación, ese complejo proceso de transmisión de información y conocimientos que caracteriza a nuestra especie, es imprescindible en el ejercicio de la Medicina. Primero, porque debemos hacerlo con nuestros pacientes de la manera más efectiva posible. Segundo, porque tenemos la obligación profesional y ética de contribuir a la educación de la sociedad en materia sanitaria. Tercero, porque la comunicación permite darnos a conocer tal como somos; y “el que se mueve no sale en la foto”.
La cantidad de información sanitaria transmitida durante la relación médico-paciente es extremadamente limitada. En realidad, las dos vías por las que los ciudadanos conocen los asuntos profesionales y sanitarios son las series de televisión y los medios informativos. El entretenimiento tiene un impacto increíble para situar a la profesión en la pirámide social y para vertebrar nuestro rol ante la audiencia. Se nos identifica por Anatomía de Grey, Nip Tuck, House u Hospital Central.
En el ámbito informativo, nos encontramos con los medios profesionales, que gozan de mayor prestigio dentro de la profesión, y los medios generales, que son vistos como una amenaza constante porque “informan siempre sobre lo negativo, manipulan nuestras palabras, no nos entienden…”. Hay que abandonar esos miedos injustificados porque, excepto en la publicidad, los medios raramente manipulan intencionadamente su impacto. Al revés, los informadores y productores de entretenimiento se apoyan en fuentes, comentaristas y grupos de presión ajenos a la industria de la información. Es decir, en nosotros mismos si así lo queremos.
La potencia y la variedad de los medios han explotado en la última mitad del siglo pasado. Tradicionalmente, la televisión, la radio y la prensa escrita eran los medios dominantes, pero en la últimas dos décadas ha surgido una nueva forma, Internet, con un efecto masivo en la comunicación global, como demuestra que en este blog, dentro de la plataforma de diariomedico.com, casi un 30% del tráfico provenga de otros países. A través de todos estos medios, desde la televisión a los blogs, se informa a la población y se forma la opinión pública. La prensa permite que el ciudadano conozca los asuntos de interés que, de otra manera, no alcanzaría. Pero además, la popularidad y la repercusión mediática influyen en la agenda política sanitaria. En mayor medida de lo aceptado, las decisiones políticas vienen determinadas por su validación en los medios y por la retroalimentación que reciben los líderes ante sus nuevos planteamientos. Es decir, los medios de comunicación emiten la información que hace que la sociedad tenga una determinada idea de quiénes somos, qué hacemos y cómo lo hacemos. Además, dan contexto a las decisiones políticas que posteriormente nos afectan. Puesto que el contenido médico de los medios afecta a la actitud y el comportamiento de los ciudadanos y modifica el entorno en el que se llevan a cabo las iniciativas sanitarias, deberíamos participar de una manera más explícita y comprehensiva como fuentes y comentaristas de su contenido.
Es obligatorio conocer y comprender mejor qué es lo que los medios buscan en nosotros y qué debemos buscar nosotros en los medios, cómo tratarnos mutuamente, qué decir y cómo decirlo. Los intentos de saturar a la audiencia únicamente con datos de la literatura médica son infructuosos. Y no voy a caer en el error de proponer que la comunicación con los medios sea una asignatura de la licenciatura porque no pretendo que los recién licenciados sean venerables expertos al límite de la jubilación. Pero sin duda, con el dominio de los patrones de comunicación verbal y no verbal y con ciertos conocimientos básicos de las relaciones públicas, los médicos podemos colaborar con los medios hasta convertirlos en una útil herramienta para nuestra práctica. Esto debería formar parte de un programa integral de formación continuada.
Evidentemente, no podemos aproximarnos igual a la comunicación individual que a la institucional. Aún así, los principios por los que se debería guiar todo este proceso son los mismos, teniendo en cuenta que la efectividad aumenta cuando se ofrece a la gente algo que desea, ya sea satisfaciendo una necesidad o legitimando un valor preexistente. Por ello, nuestra responsabilidad debe ser triple: veracidad de los contenidos, rigor en su presentación y coherencia en el mensaje. Además, sobre todo para la información institucional, sería importante establecer y disponer de un código ético que vinculara no sólo a los médicos sino también a las instituciones que representan.
En conclusión, para los médicos la participación en los medios de comunicación debería ser algo más que una diversión. Personalmente, creo que es un requerimiento ético y profesional. Su fin es doble, retornar a la sociedad parte de lo que conseguimos gracias a lo que invirtieron en nosotros, y hacer que nuestra profesión siga siendo una de servicio y compromiso en sintonía con el conjunto de la sociedad.