Presentando a Gustavo Klint en la Feria del Libro

Y llegó el día. En un caluroso 11 de Junio de 201, las historias de Gustavo Klint me llevaron a la Feria del Libro de Madrid. En el Retiro.

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Hace años que Gustavo apareció en mi primer blog, dentro de la plataforma de Diario Médico. De hecho, llegó a tomar mando del mismo, dedicándose por igual a editar textos que a escribir sobre sus cosas, historias e ideas. No era de extrañar, porque cuando al doctor Klint le sale el austriaco que lleva dentro se le descubre una cierta tendencia a la autocracia.

Pero en la primavera de 2015, Jose María de la Torre me ofreció la posibilidad de contar algunas de las historias antiguas, y otras nuevas, de este raro colega. El promotor del encuentro que derivó en la conversación sobre la publicación fue Nacho. El también es el culpable de la elección de la portada. Y ésta, sin lugar a dudas, es esencial para lo que el librito ha resultado.

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Por la caseta número 215 de Ediciones de la Torre pasó la familia, amigos (gracias Rafa), algún estudiante, padres de futuros médicos, despistados a la búsqueda de un regalo para un médico, colegas y compañeros del Hospital Clínico, pacientes, familiares de pacientes e incluso personas con las que no había tenido ningún contacto personal hasta ese momento, pero a quienes les había interesado el libro.

Me conmovió especialmente ver a XX, un paciente al que intervine de un cáncer de páncreas hace casi 10 años. En aquellos tiempos en que mi dedicación a la cirugía oncológica era absoluta. Cuatro años después le reintervine por una recidiva local. Ahora tiene que controlarse con cuidado la glucemia. Pero allí estaba, sonriente, animoso, como siempre. Una persona excepcional.

Para un cirujano al que le gusta escribir historias sobre personas, utilizando la lupa de una profesión, la médica, que tiende a magnificar los significados y a ampliar los contrastes entre los extremos, Klint ha sido una bendición. Gracias a este amigo de la infancia, he vivido una nueva y deliciosa experiencia.

Deseo que sus historias también sirvan a los lectores para subir al cielo y bajar al infierno, esos lugares que todos llevamos dentro. O al menos, para que disfruten por un corto espacio de tiempo.

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Mi complejo de superioridad es mejor que el tuyo

Le miró a los ojos por encima de la mascarilla, a cubierto por el gorro de quirófano que, a modo de chapela, se calzaba en la cabeza.

El era el asesino de leyendas.
O así le llamaban, porque en su delirio autorreferencial vivía convencido de que sus destrezas quirúrgicas, como disectores moleculares en la punta de sus dedos, podían terminar con el azote del cáncer.

“La cirugía es solo una muestra infinitesimal de mi desmesurado talento”.

Ella era su instrumentista.
Literalmente.
Cuidaba de sus instrumentos.
La novia de Frankenstein.

Su mirada le abandonó.
Por el final de su espalda.
De la de ella.
Y ella se sintió succionada por el vacío, como si ya no existiera.

El próximo objetivo era su ayudante.

“Sé lo que vas diciendo por ahí, pequeño traidor.
Pero mi complejo de superioridad es mejor que el tuyo”.

Y siguió desmontando a otro ser humano, como si no lo fuera.
Él.

Ser educado en el quirófano

Es famoso el dicho de un cirujano norteamericano que trabajaba en el Children’s de Boston:”Si es difícil, es que lo estás haciendo mal”. El lo tenía grabado en quirófano. Algunos siempre piensan que la culpa es de otros y se convierten en malas bestias.

Energúmenos en el quirófano quedan. No muchos, pero quedan. Tipos insoportables (predominantemente hombres, pero no exclusivamente hombres). He de decir que nunca tuve que sufrir a ninguno durante mi etapa de entrenamiento. Mis maestros en el Servicio de Cirugía 1 del Hospital Clínico siempre fueron impecables. Sin embargo, siendo ya cirujano alguna vez he tenido que quitarme los guantes e irme del quirófano. Más que nada porque no soporto a las “divas” que gritan, que insultan a la enfermera, a los ayudantes y a todo bicho viviente que pasa por el quirófano, con tal de no reconocer que lo que les pasa es que tienen MIEDO. Miedo a su propia inseguridad.

Pues bien, “la cortesia del cirujano en el quirófano beneficia al paciente y reduce coste”

Newswise — LOS ANGELES – July 18, 2011 — A surgeon’s behavior in the operating room affects patient outcomes, healthcare costs, medical errors and patient- and staff-satisfaction, says a commentary in the July issue of Archives of Surgery.

In an increasingly rude society where it is rare for a stranger to give up a bus seat to a senior citizen and expletives have become all-too common in daily conversation, the lack of civility has degraded all aspects of life, even the surgical suite, says the article’s primary author, Andrew S. Klein, MD, MBA, a prominent liver surgeon and the director of the Cedars-Sinai Comprehensive Transplant Center.

“Often, surgeons get hired on the basis of their knowledge, training and technical accomplishments,” says Klein, the Esther and Mark Schulman Chair in Surgery and Transplantation Medicine. “But operating rooms are social environments where everyone must work together for the patients’ benefit. When a surgeon, who is in the position of power, is rude and belittlies the rest of the staff, it affects everything.”

Klein and co-author Pier M. Forni, PhD, cite numerous studies to demonstrate the links between rudeness in healthcare and how it affects patient care:

• A study of 300 operations in which surgeons were ranked for their behavior shows a correlation between civility in the operating room and fewer post-operative deaths and complications.
• Because co-workers tend to want to avoid a doctor who belittles them, 75 percent of hospital pharmacists and nurses say they try to avoid difficult physicians, even if they have a question about the doctors’ medication orders.
• Hospitals with high nursing turnover generally have increased medical errors and poorer clinical outcomes. Klein and Forni suggest high turnover should be expected when a one survey reports more than two-thirds of nurses assert that physicians verbally abuse them at least once every three months.

During operations, surgeons cannot seek consensus on whether to employ staples or sutures. But it is bad medicine for them, for example, to berate a technician for wrongly handing them a clip if they, instead, have asked for a clamp, says Klein. Further, he states, once surgeons leave the operating room, they must understand the importance of relinquishing authority. By empowering others to lead, surgeons gain immeasurable respect among peers and subordinates; they create a culture of loyalty that surpasses what can be achieved via the strict, top-down management style that can be the typical persona of surgeons, Klein says.

Forni, founder of the Johns Hopkins Civility Project at Johns Hopkins University in Baltimore, says two elements conspire to promote incivility – stress and anonymity. While surgery, by nature, is a stressful discipline, if surgeons took the time to know their co-workers better, it would help establish a positive workplace culture, he says. That, he adds, translates into better patient care and outcomes, as well as higher job satisfaction for colleagues.

When people, especially team leaders, act rudely, Fomi says, “the stress response is activated, blood pressure increases and the body’s immune system is weakened, Studies show that incivility in the surgical workplace is associated with increased staff sick days and decreased nursing retention, both of which are associated with increased medication errors.”

The steps to create a culture of civility in operating theaters must start early in surgeons’ formative years, Klein says. Personal attributes pinpointed to pick young physicians for highly competitive training programs and methods used to train surgeons establish an enduring foundation for their interpersonal behavior for the rest of their careers. The challenge for medical mentors of the next generation of surgeons is how to nurture important traits in their charges of ego strength, confidence, focus, work ethic and dedication — without abandoning the practitioners’ commitment to civil behavior. “We should place increased emphasis on nontechnical skills such as leadership, communication and situational awareness and teamwork,” Klein says.

These high personal attributes also should be applied to senior surgeons seeking advanced academic appointments, says Klein, who lectures often on civility in the medical and surgical workplace. Too often, hospital leaders hire based on surgeons’ clinical volume or grant funding with little or no recognition of their interpersonal skills, he said. “The temptation to ignore warning signs that a surgeon will not play well in the sandbox with peers and co-workers is seductive when large clinical practices and NIH funding are at stake,” Klein said.