Un sistema sanitario debe tener la innovación, es decir la transformación del conocimiento en valor, como una prioridad.
Más aún cuando se trata de conseguir una asistencia sanitaria más segura. El fin de la innovación es doble:
1. La mejora continua de los resultados
2.La capacidad de valorizar el conocimiento, introduciendo la posibilidad de obtener un retorno para las organizaciones.
Lamentablemente para los pacientes, el sistema sanitario no fue diseñado como una organización de alta fiabilidad en la forma que lo fueron las centrales nucleares o el control del tráfico aéreo para los ciudadanos o los pasajeros.
Un informe reciente de la Joint Commission hacía notar que “We discovered that the ways that high-reliability organizations generate and maintain high levels of safety cannot be directly applied to today’s hospitals” (Chassin M, Loeb JM, High reliability healthcare: getting there from here. The Milbank Quarterly, Vol. 91, No. 3, 2013 (pp. 459–490)).
Pero tampoco tiene la resiliencia, o capacidad del sistema para sobrevivir y retornar al nivel operativo normal tras los retos a lo que se le somete.
Por eso, desde la perspectiva de la ingeniería de la resiliencia se sugiere “a resilience approach that recognizes any organizational system is inherently flawed, operating close to its performance limits, and requires management of deviations as soon as possible after they are detected” (Nemeth C, Cook R, Reliability versus resilience: what does healthcare need? Proceedings of the Human Factors and Ergonomics Society Annual Meeting 2007;51:11 621-625).