TouchSurgery: el cirujano global.

Hace ya un par de semanas que en el Servicio de Cirugía General y del Aparato Digestivo del Hospital Clínico San Carlos estamos utilizando TouchSurgery. Por ello me gustaría compartir una primera evaluación de su uso.

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Antes de nada, tengo que agradecer a Jean Nehme, cofundador de la plataforma de simulación quirúrgica, la oportunidad de convertirnos en el primer hospital europeo que la incorpora para formar a sus residentes.

La aplicación está disponible tanto en la Apple Store como en Google Play, ya que se puede usar en dispositivos con ambos sistemas operativos. Es fácilmente configurable y muy «usable».

Todavía hay un número limitado de procedimientos, que en cirugía general y digestiva se centran en el abordaje laparoscópico de la apendicitis y en la colecistectomía (están disponibles otros procedimientos de cirugía abierta).

Destaca la calidad de los gráficos, lo que no es sorprendente si se tiene en cuenta que en el equipo de producción hay gente que ha trabajado en Pixar. Los procedimientos son estructurados por profesionales de reconocido prestigio, como Rafael Grossmann y están disponibles en inglés y español.

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He probado TouchSurgery tanto en iPad como en iPhone 6 Plus, y en ambos dispositivos resulta fácil y cómodo de usar. Por lo que he podido comprobar directamente, la plataforma permite aprender y «practicar» procedimientos quirúrgicos de distintas especialidades, de una manera intuitiva y «cuantificable». Ayuda, también, a ejercitar aspectos cognitivos y de coordinación ojo-mano, aunque sea en dos dimensiones.

El aprendizaje a través de TouchSurgery, que puede parecer más necesario para estudiantes y residentes de primeros años, resultará muy relevante – si se incorporan más procedimientos de mayor complejidad – para residentes mayores e incluso adjuntos que pretenden iniciarse en nuevas técnicas.

Además, TouchSurgery facilita la interacción entre profesionales en formación y sus tutores, al permitir que compartan experiencias, comentarios e incluso fotografías de casos clínicos o artículos.

Los tutores tienen acceso a las calificaciones y al progreso de los residentes según avanzan por los distintos procedimientos. Así, será posible identificar áreas que precisen de especial atención y refuerzo en el entrenamiento.

En mi opinión, TouchSurgery supone un avance definitivo en el uso de la simulación quirúrgica para la educación y entrenamiento de los cirujanos del siglo XXI. Por primera vez, es posible acceder de manera ubicua a simulación de muchísima calidad, sin los requerimientos de recursos humanos y materiales que lastran los centros de simulación que se han creado internacionalmente.

Quedan muchas cosas por mejorar, número y complejidad de los procedimientos, «customización» de las técnicas (que pueden diferir entre centros y escuelas), creación de simulaciones «en equipo» (que permitan formar a equipos de alto rendimiento conjuntamente), validación de la evaluación, etc. Pero aún así, estoy convencido de que TouchSurgery va a transformar la educación y el entrenamiento en cirugía. Porque ya no te entrenaras sólo en tu centro, lo harás con los mejores profesionales en cualquier parte del mundo.

TouchSurgery convertirá a los cirujanos del siglo XXI en cirujanos globales.

Smartphones en el quirófano

No es fácil hacer entender a las personas que están en el quirófano lo que me molesta el sonido de un teléfono. O el de los mensajes que llegan a los smartphones.

Las distracciones electrónicas pueden llegar a convertirse en un problema de seguridad para el paciente. Por eso me surgen las siguientes preguntas:

¿Debe prohibirse introducir smartphones en el quirófano?
¿A todo el mundo?
¿Está justificado que todo el personal del quirófano entre con el teléfono en el bolsillo?
¿Encendido?
¿Que lo saque para mirar?
¿Que conteste un mensaje?
¿Que conteste una llamada?

¿Operarías a tu suegra?

Hoy me he cruzado brevemente con una pieza publicada por Rogelio Altisent en Diario Médico bajo el título «¿Puedo ser el médico de mi suegra?«. No me ha dado tiempo a ignorar la idea. No he tardado ni dos minutos en ponerme a pensar sobre el asunto.

Todos tenemos nuestra opinión sobre la capacidad de un profesional para tomar decisiones de carácter diagnóstico sobre un familiar. Y hay que admitirlo, la mayoría son en contra. Todavía no me he encontrado a nadie que diga que ella o él son el mejor médico para llevar el caso de un familiar.

Pero ¿esta opinión está basada en hechos? No me digan que no les pide el cuerpo un poquito de evidencia. Dicho y hecho. Entro en Google y tecleo «Should doctors diagnose their relatives?» Para mi sorpresa hay unas cuantas entradas sobre el tema en la primera página de Google.

El artículo que me parece inmediatamente más interesante es «Should doctors treat their relatives» publicado por el American College of Physicians. Después de una lectura rápida, todo lo que saco son opiniones, opiniones y más opiniones. Incluso opiniones de expertos. Es decir, evidencia de muy mala calidad, basadas en prejuicios, especulaciones o valoraciones morales sobre lo que se puede o no se puede hacer.

La verdad es que el General Medical Council británico tampoco ofrece más que opiniones de expertos. Lo mismo que la American Medical Association. Parece que todo tiende a reducirse a un problema bioético.

Pero si un médico no debe tratar, ¿puede un cirujano operar a un familiar? Y visto que Google no me ofrecía mucha evidencia, me he lanzado a PubMed con «Should a surgeon operate on a family member?». Ocho artículos, ocho. Pero de ningún valor. Nada de nada.

En conclusión, si un cirujano debe o no debe operar a un familiar está basado en opiniones y valoraciones morales. Nada de evidencia detrás.

Y, ¿qué opinan los pacientes? ¿quién prefiere que les opere?

Mientras, a reír un poco…

Ser educado en el quirófano

Es famoso el dicho de un cirujano norteamericano que trabajaba en el Children’s de Boston:”Si es difícil, es que lo estás haciendo mal”. El lo tenía grabado en quirófano. Algunos siempre piensan que la culpa es de otros y se convierten en malas bestias.

Energúmenos en el quirófano quedan. No muchos, pero quedan. Tipos insoportables (predominantemente hombres, pero no exclusivamente hombres). He de decir que nunca tuve que sufrir a ninguno durante mi etapa de entrenamiento. Mis maestros en el Servicio de Cirugía 1 del Hospital Clínico siempre fueron impecables. Sin embargo, siendo ya cirujano alguna vez he tenido que quitarme los guantes e irme del quirófano. Más que nada porque no soporto a las “divas” que gritan, que insultan a la enfermera, a los ayudantes y a todo bicho viviente que pasa por el quirófano, con tal de no reconocer que lo que les pasa es que tienen MIEDO. Miedo a su propia inseguridad.

Pues bien, “la cortesia del cirujano en el quirófano beneficia al paciente y reduce coste”

Newswise — LOS ANGELES – July 18, 2011 — A surgeon’s behavior in the operating room affects patient outcomes, healthcare costs, medical errors and patient- and staff-satisfaction, says a commentary in the July issue of Archives of Surgery.

In an increasingly rude society where it is rare for a stranger to give up a bus seat to a senior citizen and expletives have become all-too common in daily conversation, the lack of civility has degraded all aspects of life, even the surgical suite, says the article’s primary author, Andrew S. Klein, MD, MBA, a prominent liver surgeon and the director of the Cedars-Sinai Comprehensive Transplant Center.

“Often, surgeons get hired on the basis of their knowledge, training and technical accomplishments,” says Klein, the Esther and Mark Schulman Chair in Surgery and Transplantation Medicine. “But operating rooms are social environments where everyone must work together for the patients’ benefit. When a surgeon, who is in the position of power, is rude and belittlies the rest of the staff, it affects everything.”

Klein and co-author Pier M. Forni, PhD, cite numerous studies to demonstrate the links between rudeness in healthcare and how it affects patient care:

• A study of 300 operations in which surgeons were ranked for their behavior shows a correlation between civility in the operating room and fewer post-operative deaths and complications.
• Because co-workers tend to want to avoid a doctor who belittles them, 75 percent of hospital pharmacists and nurses say they try to avoid difficult physicians, even if they have a question about the doctors’ medication orders.
• Hospitals with high nursing turnover generally have increased medical errors and poorer clinical outcomes. Klein and Forni suggest high turnover should be expected when a one survey reports more than two-thirds of nurses assert that physicians verbally abuse them at least once every three months.

During operations, surgeons cannot seek consensus on whether to employ staples or sutures. But it is bad medicine for them, for example, to berate a technician for wrongly handing them a clip if they, instead, have asked for a clamp, says Klein. Further, he states, once surgeons leave the operating room, they must understand the importance of relinquishing authority. By empowering others to lead, surgeons gain immeasurable respect among peers and subordinates; they create a culture of loyalty that surpasses what can be achieved via the strict, top-down management style that can be the typical persona of surgeons, Klein says.

Forni, founder of the Johns Hopkins Civility Project at Johns Hopkins University in Baltimore, says two elements conspire to promote incivility – stress and anonymity. While surgery, by nature, is a stressful discipline, if surgeons took the time to know their co-workers better, it would help establish a positive workplace culture, he says. That, he adds, translates into better patient care and outcomes, as well as higher job satisfaction for colleagues.

When people, especially team leaders, act rudely, Fomi says, “the stress response is activated, blood pressure increases and the body’s immune system is weakened, Studies show that incivility in the surgical workplace is associated with increased staff sick days and decreased nursing retention, both of which are associated with increased medication errors.”

The steps to create a culture of civility in operating theaters must start early in surgeons’ formative years, Klein says. Personal attributes pinpointed to pick young physicians for highly competitive training programs and methods used to train surgeons establish an enduring foundation for their interpersonal behavior for the rest of their careers. The challenge for medical mentors of the next generation of surgeons is how to nurture important traits in their charges of ego strength, confidence, focus, work ethic and dedication — without abandoning the practitioners’ commitment to civil behavior. “We should place increased emphasis on nontechnical skills such as leadership, communication and situational awareness and teamwork,” Klein says.

These high personal attributes also should be applied to senior surgeons seeking advanced academic appointments, says Klein, who lectures often on civility in the medical and surgical workplace. Too often, hospital leaders hire based on surgeons’ clinical volume or grant funding with little or no recognition of their interpersonal skills, he said. “The temptation to ignore warning signs that a surgeon will not play well in the sandbox with peers and co-workers is seductive when large clinical practices and NIH funding are at stake,” Klein said.