Medicina transparente

Todos los países occidentales han llegado a un consenso, casi unánime, sobre el problema sociosanitario que el envejecimiento progresivo de sus sociedades y la cronificación de algunas enfermedades supone. Y parece que todos también han llegado al acuerdo de que una nueva forma de asistencia sanitaria, a través de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs), debe ser la solución.

Muchos médicos (entre los que me encuentro), ingenieros, tecnólogos y empresas tecnológicas han apuntado en sus agendas el mensaje y se han lanzado a producir soluciones de telemedicina y mHealth: web 2.0, mHealth, apps… De hecho, la Comisión Europea propone convocatorias del Horizonte 2020 que refuerzan ese estado de opinión.

Pero imaginen un mundo futuro en el que personas de cualquier edad, pero especialmente mayores de 40 años, no necesiten ir a un centro sanitario. Sólo tendrían que decidir entre unas miles de aplicaciones móviles cuál es la mejor para su una, dos, tres…cinco enfermedades crónicas.

Y con esas apps se pasarán gran parte de su tiempo de vigilia “picando datos” y esperando algún sonido, parpadeo o destello que anuncie la gloriosa llegada de una interacción por parte de su proveedor de servicios sanitarios. Mientras, la posición inclinada del cuello, que es imprescindible para poder leer el smart phone o la tablet, desencadenará una nueva epidemia de dolores de espalda.
Claro que eso no puede ser. Ese futuro no se va a producir. El diagnóstico y el tratamiento de la enfermedad basados en TICs debe atenerse a una premisa fundamental: debe ser transparente para el enfermo.

Si interferimos en exceso con la vida de los pacientes y les convertimos en esclavos de la tecnología, no fomentaremos una sociedad más sana sino más enferma.

Hugo

Me llamo Hugo de Andrés y tengo 50 años. Llevo aquí dentro desde los cuarenta y cinco, un diez por ciento del total de mi vida. Soy moreno, aunque ya tengo el pelo blanco. Ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado. Uso gafas desde la infancia porque tengo miopía. Siempre me han dicho que mis ojos son diminutos, como dos puñaladas en un tomate. Pero no es cierto, porque si fueran pequeños no sería miope, sería hipermétrope. Pero ahora da igual.

En realidad, mis globos oculares son enormes. No así mis hendiduras palpebrales, que con los cristales de culo de botella parecen aún más pequeñas. Pensé durante un tiempo en operarme, para poder ver como los demás y librarme de las gafas que me ganaban tantos calificativos, pero nunca me decidí. No me fiaba del láser. Al fin y al cabo, mi forma de ganarme la vida dependía de una visión precisa, aunque corregida con lentes o lentillas. Tampoco veía que mis colegas oftalmólogos se animaran a rayarse la córnea con el láser para quitarse las gafas. Entonces, si así funcionaba, ¿para qué iba a arriesgarme?

Tengo un hijo. No le he visto ni hemos hablado desde hace diez años. Para él es como si estuviera muerto y para mi es una tortura de la que no puedo recuperarme. Pero lo tengo merecido porque su madre nunca me importó, ni mucho ni poco ni nada. Un polvo. Eso fue lo que pasó.

Mis padres son el único contacto que mantengo con el exterior. Vienen a verme con frecuencia aunque no llevo la cuenta. Diría que lo hacen mensualmente. De hecho, tengo la impresión de que lo hacen mucho más de lo que solían cuando estaba estudiando fuera de casa. Será porque ahora están jubilados y les sobra tiempo, eso que nunca parecían tener antes.

Durante mi juventud estuvieron totalmente volcados en sus carreras. Eran gente de éxito. De mucho éxito. Antes de rebelarme contra ellos, llegaron a fascinarme con su inteligencia, sus masivas dosis de cultura, su tranquilidad y tolerancia, sus amistades. Mi padre era profesor de la Facultad de Medicina de una prestigiosa Universidad. No diré más por respeto. A la Universidad. Y mi madre, psicóloga con ejercicio privado, aparecía con asiduidad en un programa de televisión, lo que automáticamente me convertía en el centro de atención de mis compañeros de clase. Entre los dos acumulaban cuanto había que tener para ser la envidia de toda familia responsable, porque eran una garantía de seguridad para la salud física, económica y mental de un hijo. Menos del suyo. Pero no se lo reprocho. Sólo describo unos hechos. Lo que no puedo negar es que ellos me quieren mucho, más de lo que me merezco.

De mi hermana, un año menor que yo, no sé nada. Aunque durante la infancia fuimos inseparables, por lo que me cuentan mis padres, sintió tanta vergüenza por mi comportamiento que prefirió desaparecer. Se borró para siempre. No la culpo.

Me levanto todas los días a las 3:00 am. Antes de que salga el sol. Me mojo un poco la cara y me pongo a estudiar hasta las 7:00 am. Es una rutina que me ayuda desde mis tiempos en la universidad. Estudié Medicina con tanto afán que era como si no existiera nada más. Fue entonces cuando empecé a consumir para responder a la obligación de sacar las mejores notas. Era muy competitivo y tenía que aprenderlo todo. Aquí y ahora estudio aún más. Ya he terminado Derecho y acabo de comenzar Ciencias Políticas. Pero ya no necesito ayuda. Al menos no ese tipo de suplementos químicos.

Lo que más me sorprende de este sitio es que, en los tres meses que hace que me trasladaron desde otro presidio, ninguno de mis diez compañeros de celda ha hecho comentario alguno sobre mi costumbre de levantarme tan temprano. No parecen enterarse. Y si lo hacen, ni se inmutan.

Estoy aquí por mi culpa. No lo oculto. No me gusta eludir mi responsabilidad. Y si me peguntaran cuales fueron mis errores, diría que los mismos que los que comete cualquier otro ser humano. Tampoco tengo motivos para exagerar mis deméritos. Pero en este caso, mi caso, lo que para otros son eximentes incompletas para mi fueron agravantes.

Lo que pasó es que no lo aguanté. No supe cargar con la responsabilidad que yo sólo me había ido poniendo encima. Pero ya no tengo de qué preocuparme porque no habrá más proyectos del Dr. de Andrés ni más ascensos fulgurantes a la cumbre. Una sociedad en su sano juicio no me volvería a dejar ejercer la cirugía. Tampoco podría tener cargos de responsabilidad. Ya nunca seré el que era.

Las acusaciones fueron graves: atentando contra la salud por tráfico de estupefacientes, acoso sexual, robo con asalto y homicidio. Y la sentencia definitiva: diez años. Llevo cumplidos cinco.

Confieso que echo de menos el hospital. Allí ha estado mi vida. . Siempre tengo presente lo que decía mi padre cuando nos llevaba, siendo niños, a pasar visita con él los fines de semana: “Vivir no es más que lo que te sucede desde que naces hasta que te mueres”.

Entonces no llegábamos a entender bien qué significaba Paliativos. Pero la normalidad con la que papá se refería a la vida y a la muerte hizo que mi hermana y yo nunca viéramos el hospital como el resto de la gente que nos rodeaba. A la mayoría, la mera mención les hacía temblar. Era un sitio lleno de peligros. Sin embargo, para nosotros dos era natural, casi un sitio de diversión, al que nos llevaba papa para entretenernos, con una hoja de prescripción y un bolígrafo, dibujando, mientras él visitaba a los pacientes. Mi hermana terminó dedicándose a la psiquiatría. Como mamá. Yo preferí hacerme cirujano.

Después de la ducha y desayunar, me pongo a trabajar. Estoy a cargo de las clases de formación profesional para el resto de los internos. ¿Quién mejor que yo?. Intento mantenerles ocupados y que se diviertan mientras aprenden. He tenido algún altercado, pero nada de importancia.

A mediodía paramos para comer. Luego volvemos a la celda y después de hacer ejercicio en el gimnasio y de ducharme, me pongo a estudiar de nuevo. Hasta la cena. Y así, día tras día.

Ya sólo me quedan dos años para salir en libertad condicional. Me han reducido la pena a siete por buen comportamiento. No he causado problemas y me he dedicado a estudiar y trabajar. En el fondo soy un afortunado porque sólo cumpliré siete de los diez años de prisión a los que me sentenciaron y, a la vez, he conseguido liberarme. Si estuviera fuera, seguro que ya estaría muerto.

Diccionario Sanitario No Autorizado

Después de haber colgado algunos términos en Twitter, me decido a transcribir las definiciones de algunas palabras frecuentemente usadas por los profesionales sanitarios.

Analgesia: cualidad superflua de algunos fármacos utilizados en el postoperatorio

Anestesiólogo: dícese del profesional médico que debería trabajar en equipo con un patólogo quirúrgico (o ¿cirujanólogo?)

Anestesista: individuo excepcionalmente capacitado para ser el blanco de todas las críticas de los cirujanos

Autoerotismo: post en tu blog, tu tweet, tu foto en tu instagram

Café para todos: productividad variable, valoración del desempeño, etc, etc

Calidad asistencial: lo que práctica predominantemente el profesional que usa dicha expresión

Cirujano: termino utilizado entre los profesionales sanitarios para describir discretamente a un imbécil; arrogante; que no sabe medicina.

Cirujanólogo: profesional cuyos pacientes son anestesiologados por un anestesiólogo para ser sometidos a cirujología

Coherencia: cualidad del que condena la homeopatía pero recomienda meditar, que sí que está probado

Colaborativo: que permite a alguien sin capacidad/prestigio figurar en un proyecto junto a otros

Comité – reunión de profesionales que se monta para eliminar la responsabilidad del que decide

Conflicto de interés: influencia indebida en el juicio de cualquier profesional que no sea uno mismo

Corruptelas: engaños cometidos una vez que tu no estás en el cargo

Crónico: Ser humano suficientemente estudiado y diagnosticado; argumento insustituible para justificar el aumento del gasto y solicitar una estrategia

Deontología: lo que unos colegas, “mamarrachos” indocumentados, no cumplen. Uno, por supuesto, siempre!

Dispendio: el sobregasto debido al mal ejercicio (de los demás).

Doctor: persona a la que le han aprobado una tesis y luego se ha ido a comer con los miembros del tribunal

Enchufe: arbitrariedad utilizada para darle la plaza a todos los colegas, pero no a uno mismo

Enhorabuena: mentira, falso

Envidia: defecto muy común del resto de los profesionales del sistema sanitario

Eso-ya-lo-hacía-yo: Expresión definitiva para quitar el mérito a cualquier avance que se le ocurre a otro

Empoderar: convencer a los pacientes para que hagan lo que les decimos como si lo decidieran ellos

Encuesta de calidad percibida: el 80% están de acuerdo o muy de acuerdo

Equipo: grupo de personas que hacen lo que manda uno

Equivocado/a: dícese de cualquier pensamiento o propuesta contrario al mío o de mis amigos

Especialista: cualquiera; médico

Estatutario (fijo): pata negra

Estatutario (interino): en espera

Estudiante: joven despistado que molesta porque te persigue y te pregunta

Estulticia: defecto intelectual que impide reconocer al que ocupa un puesto que debe dejártelo a ti, que vales más

Eventual: del inglés “scavenger”

Evidencia: prueba de que sabes leer

Excelencia en la práctica clínica: referido a ti, tu actividad profesional, tu vida…

Fe: ejercer la medicina según la MBE y no medir los resultados

Hedonismo: autoerotismo pasado por Google Translator

Historia clínica electrónica: una aplicación informática con la que se pega el médico mientras el paciente mira

Homeopatía: técnica muy eficaz para recaudar fondos con una infinitesimal inversión

Hospital: el enemigo

Huelga competencial: la forma habitual de trabajar de muchos en el sistema

Imposible: situación similar a la de algún colegio de médicos

Impotencia: lo que se siente cuando levantas la mano para preguntar en un congreso y te ignoran. También es común sentirlo cuando lees el programa del congreso y te preguntas por qué no te han invitado a ti, que eres el que sabe más del tema en el mundo.

Incontinencia: imposibilidad de reprimirte y contar lo tuyo cuando haces una pregunta en un congreso

Injusto: dícese de cualquier evento que te ocurra y no te guste

Innovador: fatuo, hinchado

Insultar: lo que hacen los demás cuando expresan opiniones distintas a la tuya

Intolerable: que no se puede tolerar; vamos, como cuando no te nombran en un ranking de los mejores

Inútil: dícese de la incapacidad para obtener resultados de todos, menos uno mismo

Investigación: tu última publicación

Investigador: profesional que tiene su nombre entre los autores de una publicación

Justicia: criterio recto utilizado al darte/contratarte/asignarte la plaza que ocupas

Literatura sanitaria de calidad: tu blog

Maestro: tipo que es capaz de llevarse la contraria a si mismo si no le prestan atención

Mala práctica: todo ejercicio de la medicina que no esté de acuerdo con el mío y el de mis amigos

MBE: dícese del estudio que confirma la hipótesis del que lo lee

Medicina: grupo de distintas profesiones que pronto dejarán de ser como antes

Medicina Centrada en el Paciente: historia de ciencia-ficción que se transmite entre generaciones

Mérito: cualidad intrínseca del que nace antes que tú

Multidisciplinar: estrategia asistencial para intentar ganar poder unos y no perderlo otros

Obesidad: factor de riesgo que sólo afecta a los pacientes

Paciente experto: el que lee tu blog

Patólogo quirúrgico: cirujano fino

Proceso: una forma organizada de actuación que se tarda meses en definir y no se revisa nunca más

Profesional sanitario: que no es especialista

Profesionalidad: figura retórica muy útil para intervenciones públicas sobre el ejercicio propio

Profesor: invitado a dar una clase en un master

Profesor acreditado: profesional sanitario que ha metido su CV en la aplicación de la ANECA

Programa de formación: modelo de especialización que se sabe casi imposible de cumplir

Propuesta de Valor: todo lo que piensa y propone uno

Razón: lo que tienen mis amigos

Rearme moral: proceso de regeneración de los valores profesionales que necesitan todos, menos uno mismo

Residente: 1. Graduado de ciencias de la salud que se ha gastado una cantidad variable de dinero de sus progenitores en una academia haciendo simulacros hasta alcanzar su punto en la curva de Gauss y ha aprobado un examen tipo test que suele celebrarse a finales de Enero, a través de una mecánica de respuesta semi-inconsciente y semi-automatizada 2. En vías de ser especialista 3. Mano de obra barata (como si en el SNS la hubiera cara)

Resultados en salud: lo que no sabemos

Rotante externo: mirón/mirona simpática/o. con alguna ambición por atraer la atención del jefe/jefa del servicio en el que rota y así maximizar las posibilidades de ser contratado/a cuando termine la residencia.

Sarpullido: reacción cutánea en respuesta ante cualquier nueva propuesta. Si encima no es tuya, se acompaña de edema de glotis

Sinceridad: cualidad de ciertos individuos para decir las verdades sobre lo mal que lo hacen los demás, pero que produce simultáneamente inmunidad al error

Síndrome de la Gata Flora: rima referida al comportamiento de algunos profesionales sanitarios

Transversalidad: expresión que permite sonar moderno en las reuniones de gestión

Valor: lo que uno, y no los demás, le ofrece a sus enfermos

Victimismo: postura exagerada que siempre toman los de otros gremios

¿Por qué?

HST¿Por qué tener un blog? Esa pregunta me la hice hace casi diez años. Y no me di ninguna respuesta.

Ahora ya no me pregunto. No tiene sentido consumir energía para nada. Así que hago o no hago, según me apetezca y las ganas que tenga de ocuparme. Pero no me pregunto.

Por eso, cuando me lanzaron un reto hace unos días opté por hacerme con un sitio digital con mi nombre y primer apellido. ¿Una muestra de egolatría? Bueno, la promoción del “yo” ha tomado un nuevo sentido en los tiempos de las redes sociales y el “internet de las personas”.

Sin embargo, el sentido de este sitio será el de contar historias sobre el mundo que me rodea. No sobre mi. Intentaré mirar alrededor, ver personas, situaciones, cosas y contarlas tal como las veo. O como creo verlas, mejor. Porque puede que nada de lo que yo crea sea cierto.

Klint, Dr. Klint. Por supuesto

Era el verano de 1970. Sí, hace justo 39 años.

El actual hospital de la Princesa tenía por nombre entonces “de la Beneficencia”. Eramos dos críos y coincidimos casualmente en la quinta planta, en uno de los Servicios de Cirugía, recuperándonos de dos intervenciones de urgencia (bueno, no exactamente, él una y yo dos).

Como el hospital estaba en obras, y aunque los dos teníamos siete años, nos metieron en una gran sala de hospitalización en forma de corredor y con camas a ambos lados, donde estaban hospitalizadas las mujeres. Primer error, porque eso nos dio oportunidad de pasarlo en grande. Cuando se dieron cuenta, nos cambiaron a una habitación de hombres.

Segundo error…Sor Filomena era la jefa de enfermeras de la planta y nunca nos olvidaremos de ella mientras vivamos. Era una monja de la Orden de las Hermanas de la Caridad Francesa. Todos cuantos la trataban decían que era un ogro, pero para nosotros fue un ángel de la guarda. Los dos nos sentábamos con ella en el control de enfermería. Allí nos contaba historias sobre un gran cirujano, catedrático en Valladolid, que había venido a Madrid el año anterior y que era el mejor cirujano que existía en el Mundo (luego ese cirujano fue nuestro profesor de Patología y Clínica Quirúrgicas). A hurtadillas nos hacia desayunos y meriendas sin que se enteraran nuestros padres; y cuándo nos quejábamos, porque no queríamos sopa, porque los dos la odiamos, salía en nuestra defensa.

Tercer error…En ese hospital, en una habitación de 6 camas, Gustavo (Klint) y yo vimos por primera vez morir a una persona. Era un viejecito de unos 70 años, muy muy delgado, de pelo blanco. Los dos nos hicimos los dormidos la noche en que, acompañado por un enfermero, llegó al cuarto. Según nos enteramos después, tenía un cáncer de estómago, de esos que entonces eran inoperables. No tenía opciones. No le costó morir. Lo hizo en silencio.

Durante días discutí con Gustavo sobre si el cáncer era contagioso o no. Nos precocupaba porque teníamos demasiados planes y no queríamos correr ningún riesgo de adquirir esa enfermedad que sonaba tan peligrosa. Pero, de repente, una noche se montó un jaleo. Klint se levántó sobresaltado y me dio dos empujones para despertarme. Me miró a los ojos con estupor y sin pronunciar palabra apuntó con su mano derecha hacia la cama que estaba junto a la puerta. El pobre hombre jadeaba como si quisiera insuflar todo el aire de la habitación en sus pulmones con cada bocanada, mientras una enfermera daba la luz y llamaba a gritos a un médico.

El paciente murió esa misma noche. A nosotros nos sacaron de la habitación cuando entró el cirujano de guardia para confirmar lo inevitable. Tampoco nos pareció tan dramático. Fue algo más natural de lo esperable y, además, Sor Filomena nos lo explicó todo. En ese momento, nosotros dos, Klint y Mayol, decidimos que ya no seríamos otra cosa, que no pararíamos hasta ser cirujanos. Nos dedicaríamos a ayudar a la gente a retardar ese momento lo más posible.