Esta tribuna me lleva de vuelta a 2006. Hace, por tanto, más de nueve años que la publicaron en Diario Médico.
Y yo me digo: si los pacientes no aceptan un error médico será porque les hemos acostumbrado a creer que nunca nos equivocamos. De nuevo, los responsables del mal social por el que se nos acusa de no obtener resultados, con o sin razón, no son primordialmente los agentes externos sino nuestra incorrecta actuación para hacer llegar el siguiente mensaje: la incertidumbre y el error están intrínsecamente unidos al ejercicio médico. Pero también es humano buscar soluciones, encontrar alternativas y afrontar los retos. El problema no es nuevo, pero se ha expuesto al ojo público y al debate en las tertulias cuando el Instituto Nacional de Medicina de los Estados Unidos publicó que los efectos adversos y los errores médicos son la octava causa de mortalidad en aquel país. ¿Escalofriante? No diría tanto, pero desde luego no podemos seguir escondiéndonos o no ofreciéndonos voluntariamente a nuestros conciudadanos para abordar el error médico e intentar buscar soluciones.
Quizás deberíamos considerar cómo llegamos a la cultura del miedo en la declaración de un error: ¿el miedo a perder el prestigio?, ¿el conflicto emocional al que nos conduce la aceptación de un fracaso?, ¿la arrogancia? Una de las causas más importantes para que los médicos y el resto de los profesionales sanitarios no declaremos nuestros errores y, además, no contribuyamos a la organización de un sistema de prevención de riesgos es la cultura imperante de «Crimen y Castigo». En el caso de los médicos, somos sometidos a estrictos procesos de selección a lo largo de nuestra carrera como estudiantes. Luego pasamos por un proceso de especialización. Se nos entrena para realizar las tareas más complicadas y aceptar los riesgos personales y emocionales que lleva aparejado el contacto diario con el sufrimiento humano, sin que afecte a nuestra vida personal ni a la correcta ejecución de nuestra labor. Pero durante todo este tiempo se nos dice subliminal y prácticamente: “Cuidado con cometer errores, porque si los cometéis -y nos enteramos- seréis castigados”. En este sentido, los profesionales se convencen de que resulta mejor no aceptar que se cometen fallos, ya que parece que no importa cómo lo hagas, pues si cometes un error y se enteran serás castigado.
Para el paciente y los familiares que han sido víctimas de un error, no digo de una negligencia o de imprudencia, sino de un error médico, la asignación de culpabilidades puede ser un gran alivio a su sufrimiento. Pero, paradójicamente, desde el punto de vista de la construcción de un sistema más seguro, cuanta más culpabilización de los individuos menor probabilidad de conseguir una mayor transparencia y un sistema más seguro para todos. Ya sé lo que siempre se dice: nosotros los médicos trabajamos con un material más sensible y, por tanto, no podemos ser valorados como el resto de los profesionales. Si eso lo dicen de verdad, entonces deberíamos recibir más ayuda que los demás para conseguir ser mejores. Les ruego que reflexionen sobre la cantidad de apoyo sincero que recibimos cuando queremos mejorar. Y el lema «Los recursos son limitados» no sirve, pues éstos se asignan en función de intereses. Ahora díganme, ¿hay algún interés por construir un sistema más seguro?
A mí me gustaría realizar una propuesta. Sería muy provechoso para nuestra relación con los pacientes que ante la aparición de un error en la atención sanitaria pudiéramos:
a. Reconocer explícitamente que ha ocurrido un error.
b. Dar una explicación sobre en qué consistió el error.
c. Exponer claramente el motivo por el que se cometió el error.
d. Comunicar un plan sobre cómo se pretende evitar que se vuelva a cometer dicho error.
e. Pedir disculpas.
Y para conseguirlo, los poderes públicos deberían reconocer el derecho a declarar en conciencia y de manera ética sin que nos sea aplicada una cierta cláusula de cooperación por la que las compañías de seguros exigen al asegurado su absoluta colaboración con la aseguradora en la defensa contra la demanda y, con ello, que el profesional no acepte ninguna responsabilidad en el error. También convendría que no se recurriera con tanta frecuencia a la vía penal para juzgar lo que ha sido un error y no un crimen.
En resumen, mi propuesta es avanzar en la cultura de la seguridad en la atención sanitaria. La sociedad debe reconocer que nuestra actividad tiene una especial propensión a la aparición de errores, accidentes y efectos adversos. Por ello, se debe promover su análisis sin culpabilizar al individuo, a la vez que se permite la colaboración entre distintos agentes para crear sistemas de supervisión con responsabilidad creciente que prevengan la comisión y propagación de errores. Finalmente, se debe conseguir que se destinen fondos para investigación y desarrollo de la seguridad de los pacientes. Construyamos la iniciativa «Seguridad en la práctica clínica para el siglo XXI«.