Hay algo que no funciona bien en la investigación biomédica. Todos los intuimos, pero pocos dicen algo. Y casi nadie hace nada.
Evidentemente, la I+D+i es un sector clave en una sociedad del Conocimiento. Pero uno se plantea si los conflictos de interés no han llevado al sistema «científico» a convertirse en Fe: una profecía autocumplida.
Solemos cargar nuestras armas contra la industria farmacéutica. Pero ellos no engañan, aunque lo intenten. Su primer interés es ganar dinero. Y el segundo y el tercero también. No es nada que se les pueda reprochar.
Sin embargo, todos los demás clamamos contra la injusticia y el perjuicio que se nos causaría con un cambio en la evaluación y la financiación de la investigación biomédica.
Lo cierto es que nos hemos acostumbrado y acomodado. Conocemos las reglas del juego y queremos que no nos muevan el tablero. Ahora es muy fácil utilizar la bibliometría para evaluar y, consecuentemente, financiar. Pero financiamos el proceso, no el resultado. ¿La consecuencia? Aquí debajo la tienen:
Igual que en sanidad, no hemos podido o no hemos querido vincular la actividad y su financiación al impacto social. Ese debería ser el verdadero valor a medir y por el que juzgar el mérito de los investigadores (individuales, en grupo, en red, o como quieran que lo organicen).
La tecnología nos permite medir cosas que antes ni imaginábamos. Pero primero hay que aceptar que no hemos llegado al sitio que prometíamos.