Memorias de un médico perdido en Kyoto

Me escribe Klint desde Kyoto. Ha ido para asistir a un importante congreso. Durante su tiempo libre se ha dedicado a vagabundear por la ciudad, en especial por Gion.

Klint se ha sentido un extraño. El, que es un hombre de mundo, un austriaco nacido en La Mancha, un individuo sin patria, que ha vivido en palacios y en infiernos en 5 continentes. Me escribe para contarme que en Kyoto no se hallaba, pero a la vez ha conocido el AMOR.

“Querido Julio, el otro día me perdí mientras caminaba por Gion. No conseguía orientarme con el mapa desplegable que me había guardado en el bolsillo antes de salir del hotel. Por primera vez en mi vida me sentí un total extraño. No era capaz de encontrar ninguna referencia.

Miraba al cielo buscando las estrellas, con la intención de recurrir a mis conocimientos de astronomía para encontrar el camino de vuelta, cuando de repente apareció la diminuta figura de una maiko, que se cruzó por delante de mí, con pasos cortos pero veloces, calle abajo. Pensé que preguntarle por la dirección a tomar sería ponerla en el aprieto de usar su deficiente inglés con un “alien” blanco, alto y tan “ario” como yo. Pero después de meditar durante no más de 10 segundos, probé fortuna. La saludé en japonés y le hice la pregunta en el mismo idioma y luego en inglés. Lo creas o no, ella midió sus respiraciones, midió el tiempo y…de sus labios fuertemente maquillados brotaron las indicaciones.

Querido amigo, esas dos o tres frases fueron el sonido más armonioso y lleno de gracia que he oido nunca. Su voz sonó en perfecto equilibrio, con ritmo, tono y volumen inmaculados. Tenía ante mí la perfección. Sentía que no necesitaba nada más aunque todo me fuera extraño.

¡Ay mi querido Julio! ¡cómo me gustaría enamorarme de alguien así!

En ese momento recordé Memoirs of a Geisha y la advertencia a una discípula de que no se convertiría en una verdadera geisha hasta que no consiguiera que un hombre perdiera la cabeza con una única mirada…

PD: Te envío una fotografía del templo Kyomizu, para que te mueras de envidia y te arrepientas de no haberte querido venir conmigo”