Un honor y un privilegio

El 31 de enero de 2023 dejé de ser director médico del Hospital Clínico San Carlos, seis años y 11 meses después de que me pusiera al frente de cientos de profesionales con un altísimo nivel de cualificación: catedráticos y profesores titulares de la Universidad Complutense, junto con grandes especialistas y superespecialistas de distintas ramas de la medicina.

Cuando me hice cargo de la dirección médica el 1 de marzo de 2016, no podía ni siquiera imaginar lo que estaba por venir. No ya el gran número de jefaturas de servicio y de sección cuyas comisiones presidí a lo largo de estos años. Ni los no pocos sobresaltos del día a día por las miles de incidencias que surgen en un centro en el que trabajan más de cinco mil personas, y que visitan otras miles por diferentes razones que afectan a lo más importante en sus vidas: la salud.

A mediados de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente una pandemia, la primera que se producía en nuestro tiempo de vida. Durante los siguientes meses todo cambió. Muchos murieron. Otros quedaron con secuelas cuyo destino todavía desconocemos. Los más consiguieron superarlo. Ahora somos los mismos pero no somos lo mismo.

Me siento orgulloso de haber estado en el Hospital Clínico San Carlos durante este tiempo. Es un privilegio haber trabajado junto a los profesionales y trabajadores de la sanidad de Madrid, una de las ciudades más fuertemente castigadas por el SARS-CoV-2. Fui testigo directo de su respuesta valiente y contundente al reto, con una determinación y un esfuerzo descomunal, más allá de lo esperable, y con sacrificios tangibles, tanto personales como familiares. Espero que mis mensajes en los medios de comunicación transmitieran, aunque parcialmente, lo que todas esas personas hicieron por la comunidad. Ellos y ellas se merecen honores de héroes. Para siempre.

Pero ahora ha llegado la hora de marchar, de dejar paso a otros que se encarguen de tomar nuevo impulso para que la institución, el Hospital Clínico San Carlos, siga siendo lo que siempre ha sido: un extraordinario equipo personas que se preocupan por otras personas.

Los residentes y el principio de indeterminación de Heisenberg

Esta tribuna fue publicada por Diario Médico en noviembre de 2007. Lo que me motivó a escribirla fue un foro sobre las especialidades y el debate que se produjo sobre la formación MIR.

Hace unas décadas, formar residentes para un sistema sanitario en vías de desarrollo no era tarea fácil. Nuestra cultura del “si antes tenían que salir los suyos y ahora tienen que salir los buenos ¿cuándo vamos a sacar a los nuestros?” sesgaba la cantidad y calidad de la formación. Además, la convertía en heterogénea y de distribución arbitraria. El sistema MIR resultó ser un gran avance en la modernización sanitaria española. El examen de acceso, simultáneo e idéntico, era equitativo y sin sombra de duda. Pero después de leer el especial El día de las especialidades en Diario Médico, no me queda claro si de verdad los promotores y sostenedores del actual posgrado creen que el sistema de formación debe cambiarse porque ya no sirve para lo que se creó. Tampoco termino de entender si la culpa de ese “fracaso” la tienen los MIR o el mundo en general… y por eso, quizás, conviene ser más duros examinándoles.

Durante algún tiempo el MIR fue perfecto para generar profesionales competitivos y motivados que se incorporaban a un sistema rígidamente reglamentado y poco incentivador de la excelencia. Tan bien funcionó al principio que, gracias a esos “especialistas vía MIR” se pudo generalizar una asistencia de calidad con un gasto irrisorio -en términos de PIB- dentro de todo el territorio nacional, más allá de los dos grandes focos académicos tradicionales: Madrid y Barcelona. Pero poco a poco surgió el enfrentamiento descrito por Grumbach entre “la mano invisible del mercado” y la “mano dura” administrativa, a la que se refieren Beatriz González y Patricia Barber en la introducción de su informe Oferta y Necesidades de Especialistas en España (ver DM del 8-III-2007). Ese mismo sistema competitivo y meritocrático incrustado en el corazón de una profesión regida por una enseñanza universitaria alejada de las necesidades de la nueva sociedad del conocimiento, la ausencia total de visión del futuro, una organización más política que profesional, y una oferta de empleo “de cartilla de racionamiento” ha terminado por resentirse y afectar a todo el sistema.

Resulta chocante que treinta años después de su inicio, el sistema MIR haya conseguido arrojar la indeterminación sobre el significado real de la docencia, sobre el propio método de examen e incluso sobre la calidad de los residentes. El MIR se estableció con unos objetivos que ya son el pasado. En este momento y en el futuro, promover y evaluar la calidad y la excelencia de algo o alguien sólo tiene sentido si se dispone de un patrón oro con el que compararse. Lamentablemente, la carencia de ese patrón en la profesión (falta de planificación de la entrada, carencia de un claro programa de desarrollo profesional y una desordenada salida) tiene al posgrado y a sus responsables corriendo como pollos descabezados. ¿Ejemplos? Diario Médico ha lanzado una encuesta: ¿Sirve de algo la carrera? El hecho de que se plantee la pregunta hace inmediatamente evidente la contestación: “Tal como está, ni para preparar el MIR”. Otro: los residentes piden una evaluación al final de la residencia que Sanidad excluye del decreto formativo. ¿Algunos ejemplos más? Juli Nadal parece añorar a los MIR de antes, que debían ser mucho mejores que los de ahora. Además, por un lado se proponen nuevos planes de formación atomizados y por otro, la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias obliga a la troncalidad.

¿Cuántos médicos somos? ¿A qué nos dedicamos? ¿Cuántos se van a necesitar? ¿Para qué? ¿En dónde? ¿Méritos o necesidades comunitarias? ¿Cómo enseñamos? ¿Cómo seleccionamos buenos candidatos?… La física cuántica nos enseñó que medir produce errores, es el principio de indeterminación de Heisenberg. Pero hay que acostumbrarse a la incertidumbre de la medición: es la grandeza del método científico. La comparación con un control asegura que el error sistemático propio de la medición no invalida las conclusiones y las convierte en generalizables para explicar la realidad.

Para avanzar en la calidad de nuestro sistema de formación y en el continuo que supone la profesión médica desde el pregrado hasta la jubilación, debemos definir patrones de excelencia con los que evaluarnos comparativamente. Pero todos: planificadores, profesores, alumnos, universidades, comisiones, programas, tutores, especialistas, residentes, centros, unidades No seamos cínicos, no evaluemos sólo al MIR. Y si no, como decía un famoso personaje de ficción: “Si no quieres ver una anemia, no pidas una analítica”.