Esta tribuna fue publicada por Diario Médico en noviembre de 2007. Lo que me motivó a escribirla fue un foro sobre las especialidades y el debate que se produjo sobre la formación MIR.
Hace unas décadas, formar residentes para un sistema sanitario en vías de desarrollo no era tarea fácil. Nuestra cultura del “si antes tenían que salir los suyos y ahora tienen que salir los buenos ¿cuándo vamos a sacar a los nuestros?” sesgaba la cantidad y calidad de la formación. Además, la convertía en heterogénea y de distribución arbitraria. El sistema MIR resultó ser un gran avance en la modernización sanitaria española. El examen de acceso, simultáneo e idéntico, era equitativo y sin sombra de duda. Pero después de leer el especial El día de las especialidades en Diario Médico, no me queda claro si de verdad los promotores y sostenedores del actual posgrado creen que el sistema de formación debe cambiarse porque ya no sirve para lo que se creó. Tampoco termino de entender si la culpa de ese “fracaso” la tienen los MIR o el mundo en general… y por eso, quizás, conviene ser más duros examinándoles.
Durante algún tiempo el MIR fue perfecto para generar profesionales competitivos y motivados que se incorporaban a un sistema rígidamente reglamentado y poco incentivador de la excelencia. Tan bien funcionó al principio que, gracias a esos “especialistas vía MIR” se pudo generalizar una asistencia de calidad con un gasto irrisorio -en términos de PIB- dentro de todo el territorio nacional, más allá de los dos grandes focos académicos tradicionales: Madrid y Barcelona. Pero poco a poco surgió el enfrentamiento descrito por Grumbach entre “la mano invisible del mercado” y la “mano dura” administrativa, a la que se refieren Beatriz González y Patricia Barber en la introducción de su informe Oferta y Necesidades de Especialistas en España (ver DM del 8-III-2007). Ese mismo sistema competitivo y meritocrático incrustado en el corazón de una profesión regida por una enseñanza universitaria alejada de las necesidades de la nueva sociedad del conocimiento, la ausencia total de visión del futuro, una organización más política que profesional, y una oferta de empleo “de cartilla de racionamiento” ha terminado por resentirse y afectar a todo el sistema.
Resulta chocante que treinta años después de su inicio, el sistema MIR haya conseguido arrojar la indeterminación sobre el significado real de la docencia, sobre el propio método de examen e incluso sobre la calidad de los residentes. El MIR se estableció con unos objetivos que ya son el pasado. En este momento y en el futuro, promover y evaluar la calidad y la excelencia de algo o alguien sólo tiene sentido si se dispone de un patrón oro con el que compararse. Lamentablemente, la carencia de ese patrón en la profesión (falta de planificación de la entrada, carencia de un claro programa de desarrollo profesional y una desordenada salida) tiene al posgrado y a sus responsables corriendo como pollos descabezados. ¿Ejemplos? Diario Médico ha lanzado una encuesta: ¿Sirve de algo la carrera? El hecho de que se plantee la pregunta hace inmediatamente evidente la contestación: “Tal como está, ni para preparar el MIR”. Otro: los residentes piden una evaluación al final de la residencia que Sanidad excluye del decreto formativo. ¿Algunos ejemplos más? Juli Nadal parece añorar a los MIR de antes, que debían ser mucho mejores que los de ahora. Además, por un lado se proponen nuevos planes de formación atomizados y por otro, la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias obliga a la troncalidad.
¿Cuántos médicos somos? ¿A qué nos dedicamos? ¿Cuántos se van a necesitar? ¿Para qué? ¿En dónde? ¿Méritos o necesidades comunitarias? ¿Cómo enseñamos? ¿Cómo seleccionamos buenos candidatos?… La física cuántica nos enseñó que medir produce errores, es el principio de indeterminación de Heisenberg. Pero hay que acostumbrarse a la incertidumbre de la medición: es la grandeza del método científico. La comparación con un control asegura que el error sistemático propio de la medición no invalida las conclusiones y las convierte en generalizables para explicar la realidad.
Para avanzar en la calidad de nuestro sistema de formación y en el continuo que supone la profesión médica desde el pregrado hasta la jubilación, debemos definir patrones de excelencia con los que evaluarnos comparativamente. Pero todos: planificadores, profesores, alumnos, universidades, comisiones, programas, tutores, especialistas, residentes, centros, unidades No seamos cínicos, no evaluemos sólo al MIR. Y si no, como decía un famoso personaje de ficción: “Si no quieres ver una anemia, no pidas una analítica”.