Nos conocimos hace ya años, cuando ella acababa de sobrepasar la veintena. Una cría, pensé la primera vez que la ví. La enviaba a mi consulta otro colega. La habían intervenido de algo aparentemente normal y resultó ser un tumor enorme que se extendía más allá de su sitio de origen.
Así que la intervine por segunda vez. Le quité parte del intestino. Y el útero y los ovarios. Así se las gastan los cirujanos oncológicos. Se llevan por delante todo lo que pillan. Laura se recuperó, se sometió a tratamientos muy intensos de quimioterapia, pero seguía viniendo a consulta cada 6 meses. Hasta que empezó a tener nuevos síntomas y hubo que decidir una nueva intervención. Esta vez hubo que quitar un implante tumoral de otra zona de su cavidad abdominal.
De nuevo Laura soportó el tratamiento, pero volvió a crecer el tumor y tuvo que aceptar una tercera intervención para intentar extirparlo. Y le quité el recto en la que no sería la última operación.
Llevamos entrando y saliendo juntos de quirófano 8 años, con una enfermedad que en otros tiempos hubiera acabado con ella en 6 meses. Ella lucha, nosotros también.
Les hablo de Laura porque la otra noche tuve que ir a Urgencias por un asunto familiar y allí estaba ella, tumbada en una camilla. A mí era difícil reconocerme, no llevaba nada identificativo. Intencionadamente. Pero Laura, al verme entrar en la sala, esbozó una sonrisa. Me dirigí a ella y me contó lo que le pasaba. No parecía nada grave, pensé.
Es una manera de aliviar la tristeza. Laura no ha llegado a los treinta todavía y sigue viviendo pendiente de nosotros, los médicos. Su vida ocurre alrededor del hospital.”
“Pienso en Laura y rio. No lloro. Sé que a ella lo prefiere así..”