Dos y dos son cuatro

Extiendo la mano y él la coge con fuerza para saludarme.
Un hombretón, pienso.
Le acompaño hasta el quirófano para prepararlo todo y empezar el procedimiento.
Abdominales empaquetados en seis porciones, muslos D&G y mirada melosa.
Estragos en los cuartos oscuros y la carga viral por las nubes.
Pero el tumor en el cuello no respeta la fama ni los focos ni las cámaras. No aceptar ni aceptarse durante diez años no suele venir sin precio.
Vivimos seguros porque dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis.

Cuando no salen las cuentas temblamos.
La incertidumbre nos quema.
El anestésico local hace su trabajo y la hoja del bisturí también.
No hace falta demasiada disección para delimitar el perímetro y extraer el ganglio.
Aproximo el tejido con una sutura reabsorbible. Ouch.
Noto un pinchazo en el dedo.
Lo lamento en alta voz.
Lo siento doctor.
Tranquilo, es mi culpa.
Acabo el procedimiento y me despido.
Otra escultura del gimnasio le espera fuera.
En menos de una semana tendremos los resultados y le retiraré la sutura en la consulta.
Vuelvo a la sala y me quedo solo.
Empiezan las dudas.
¿Lo declaro?
Si lo hago empezarán las preguntas.
Querrán saber a quién me tiro, con qué me drogo, quién me da.
Porque si salgo positivo habrá que demostrar que fue por esto.
Me harán análisis y me ofrecerán pastillas para reducir el riesgo de infección.
Si lo cuento, me iré encontrando compañeros que me recordarán que a no-sé-quién le pasó lo mismo y que si la aguja no era hueca no me tengo que preocupar.
Si me tomo las pastillas me encontraré fatal. No podré operar, y es mi vida.

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¿Y en casa?
¿Se lo digo a la familia?
¿Me arriesgo?
No será fácil.

Claro que de follar me olvido, que los condones se rompen, que todos los fines de semana se llenan las urgencias por la noche por lo mismo.
Habrá que esperar el resultado.
Llegará el día y miraré con angustia un indicio en el gesto del mensajero que me adelante las noticias.
Si sale positivo dejo el quirófano para siempre.
No sé si me buscarán otro trabajo, porque como soy positivo no puedo poner en peligro a los pacientes. A una consulta.
O la gestión

¿Y si no lo declaro?
Maldita sea.
¿Por qué necesito saber que dos y dos son cuatro y cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis?

Aún así, arriesgar para ayudar es un privilegio y no solidaridad. Los demás ni siquiera tuvieron opción a dudar.

Al amigo a quien no pude ayudar

Escrito en Diciembre de 2005

Otra vez me está pasando.

Sabes a lo que me refiero, eso que se me pone aquí, en el pecho, y que no, que no es un infarto.

Cuando me pasa, tú, que nos dejaste, y yo, que sigo aquí, sabemos por lo que es.

Otra vez, que todas las armas no sirven para nada. Y como aquel día en la habitación del Clínico, sólo nos quedan las palabras.

Recuerdo nuestra charla sobre el cielo que se ve desde el Pabellón Oncológico. Desde esas habitaciones el cielo de la sierra de Madrid es el horizonte del fracaso o de la liberación. Según se mire.

¿Recuerdas con que pasión hablamos del desierto? ¿Cuánto estuvimos? ¿Dos, tres horas? Hablamos de lo impresionante del cielo nocturno sobre el Sahara. Pero ni tú ni yo habíamos estado nunca allí. Y los dos sabíamos que nos estábamos engañando.

Luego cerraste los ojos y ya no volvimos a dirigirnos nunca más la palabra.

Pues siento esa angustia otra vez.