Suave…

Llego al quirófano con el pijama verde.

Limpito. Y suave.

Una vestimenta que no hace al monje.

Reviso la historia y las pruebas de imagen.

Me presento de nuevo a la enferma, antes de comenzar el “checklist”.

“Doctor, haga todo lo que pueda. Tengo una niña y depende sólo de mi”

Eso ¿dónde lo coloco en el listado?

Laura ya no está

Diciembre de 2008

Nos conocimos hace ya años, cuando ella acababa de sobrepasar la veintena.

«Una cría» pensé la primera vez que la ví.

La enviaba a mi consulta otro colega.

Había sido intervenida de algo que, a primera vista, era aparentemente normal y resultó ser un tumor enorme, que se extendía más allá de su sitio de origen.

Así que la intervine por segunda vez.
Quité parte del intestino.
Y el útero y los ovarios.
Así es la cirugía oncológica.
Se lleva por delante todo lo que pilla.

Laura se recuperó, se sometió a tratamientos muy intensos de quimioterapia, pero seguía viniendo a consulta cada 6 meses.

Hasta que empezó a tener nuevos síntomas y hubo que decidir una nueva intervención.
Esta vez hubo que quitar un implante tumoral de otra zona de su cavidad abdominal.

De nuevo Laura soportó el tratamiento, pero volvió a crecer el tumor y tuvo que aceptar una tercera intervención para intentar extirparlo.

Y la quité el recto, en la que no sería la última operación.

Llevamos entrando y saliendo juntos de quirófano más de cinco años, con una enfermedad que en otros tiempos hubiera acabado con ella en 6 meses.

Ella lucha, nosotros también.

Les hablo de Laura porque la otra noche tuve que ir a Urgencias por un asunto familiar y allí estaba ella, tumbada en una camilla.

A mí era difícil reconocerme, no llevaba nada identificativo.

Intencionadamente.

Pero Laura, al verme entrar en la sala, esbozó una sonrisa.
Me dirigí a ella y me contó lo que le pasaba.
No parecía nada grave, pensé.

Es una manera de aliviar la tristeza.

Laura no ha llegado a los treinta todavía y sigue viviendo pendiente de nosotros, los médicos.
Su vida ocurre alrededor del hospital.

“Pienso en Laura y rio. No lloro. Sé que a ella lo prefiere así..”

Julio de 2009

Laura, la enferma en que tanto piensa Gustavo, se cruzó el otro día en mi camino.

Empujaba un palo con ruedas, de los que sirven para portar los sueros durante los paseos más allá de la habitación.

Su cara de luna llena y un suave acné en la frente mostraban al ojo experto el efecto de los corticoides.

Se desplazaba lentamente y sujetaba la otra mitad de su cuerpo sobre el brazo de su madre.

– Hola Laura – sonreí mientras agarraba sus hombros para darle dos besos
– Hola Doctor ¿Qué tal su amigo el Dr. Klint?
– Bien, de vacaciones en Ibiza. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás ingresada?

Su mirada cayó hacia el suelo antes de recuperar la línea del horizonte, más allá de donde me mantenía yo de pie.

– Es que tengo pequeñas obstrucciones. Además me ha dicho el oncólogo que tengo una pequeña recidiva tumoral en el muñón rectal y varios implantes en el pulmón que han crecido un poco. Aunque ahora con la quimioterapia parecen que se han detenido.
– Entonces, ¿sigues con la quimio?
– Sí, aunque el oncólogo está desesperado y no sabe ya qué ponerme. He consumido todas las líneas…
– Pero si esta funciona…
– Mientras tenga fuerzas seguiré luchando. No me queda otra doctor. Tengo 29 años y llevamos 5 años así desde que usted me operó del cáncer metastásico…

No tenía nada mejor que decir.
Asentí y le dije “Es lo que hacemos todos. Seguimos luchando aunque no seamos conscientes de ello..”.

Luego le di un abrazo y besé sus mejillas hinchadas por los corticoides…

Pienso en Laura y me digo que esto es duro, pero alguien tiene que hacerlo.

Ella me da mil ejemplos cada vez que nos encontramos.

Diciembre de 2009

Hoy he tenido consulta y como todos los miércoles la agenda estaba llena.

No he me dado cuenta del nombre que he anunciado por megafonía hasta que la he visto entrar por la puerta.
Era la madre de Laura.

Se ha sentado frente a mi y ya no la he podido parar.

Ha ido repasando los últimos años de la vida de Laura, de su hija, desde su primera intervención hasta su muerte, en la madrugada de un día que nunca debería haber llegado para una madre.

Cada una de las intervenciones quirúrgicas eran para ella un poco más de tiempo y un poquito más de esperanza.

Pero la última vez que nos encontramos en el pasillo del hospital, esa ocasión que narré aquí, Laura leyó algo en mi mirada.

– Mamá, el doctor me ha mirado como si estuviera sorprendido de seguir viéndome viva.
– No hija, es que el doctor no esperaba verte ingresada todavía.

«Doctor, ella intuyó que usted ya no tenía más esperanza y que se iba a morir”

Reconozco que hoy, de nuevo, aunque sea poco profesional delante de un paciente, he llorado en la consulta.

La Vida es así, pero a veces me duele y me jode.

…Laura ya no está. El mes pasado Laura se fue a donde quiera que ella, los suyos o ustedes deseen creer que se ha ido.

¡Celebrities!

Hit it!

Las caderas empezaron a bambolearse a lo largo de la pasarela.

John estiró el talle.
Se ajustó la perilla.
Llamó al estilista.
Se dio máscara en las pestañas.

Karl se rompió una uña con el abanico.
Estaba hissssssssssssstérica.

Jean Paul llevaba un cono proyectado anteriormente y ajustado a sus glúteos.
Una foto de Madonna le colgaba en la pechera.

Tom, como siempre.
Negro sobre blanco.
Un hombre soltero, en tonos pastel, le colgaba del hombro derecho.

Y Valentino, a lo suyo.
Con sus amigos 60 años más jóvenes que él.

Here comes the hot stepper!

You asked for solutions to clinical problems. We gave you papers

What is the ultimate scientific publication for the clinical scientist of the 21st century?

Over the last half of the 20th century, manuscripts published in peer-reviewed scientific journals became the gold standard for both knowledge dissemination and career promotion, being “impact factor” and “citations” two surrogate markers for success. Not surprisingly, the number of publications in high-impact journals within a field is key for a researcher who applies for a grant, whereas the grants are essential to fund the research that merits publication in high-impact journals. Weird, isn’t it?

The primary objective of knowledge generation should be neither citation nor impact factor. In the clinical setting, knowledge should be generated to answer questions, to solve problems, to address human needs. However, it has been extremely difficult, if not impossible, to find the right indicators to measure how much a “paper” improves individual patient care, the standard of care, and even worse, to quantify its impact on health-related outcomes, beyond systematic reviews and meta-analysis that defined the new paradigm of clinical practice in the past century: evidence-based medicine.

Almost simultaneously to the development of modern research, information and communication technology (ICT) have induced radical social and cultural changes. ICT has rapidly evolved from the undanymic access to the internet from a desktop computer in the 90’s, to applications (apps) designed to perform specific tasks in mobile phones.

Currently, clinical knowledge can be processed, packed and made immediately available for healthcare professionals and citizens through apps downloaded to the mobile healthcare center, the smartphone. Ubiquitous communication and data collection through apps (linked to information systems) used by healthcare professionals and patients may establish a two-way street between knowledge managers and knowledge users, skipping the traditional intermediate barriers.

We propose a radical change. Let’s abandon the “old manuscript” as the only “gold standard” and let’s focus on tools that allow clinical scientists to disseminate their knowledge and to quantify how much the final users benefit from it. Let’s consider healthcare IT tools (i.e apps) the new “gold standard” of the 21st century.

Several issues remain unsolved: the review process, validation, how to incorporate apps into clinical practice, data exploitation… We know it is not easy, but it doesn’t mean it’s not worthwhile.

Delirio post-guardia

Debía rondar los 90 años. Le había operado durante una guardia, la semana anterior, por una perforación del colon. Un cáncer. Ya se sabe, la rutina. Ahora cogía mi mano con fuerza y, aunque raramente tengo tiempo como para pararme a charlar con mis pacientes entre quirófano y quirófano, como estamos en agosto me podía dedicar a escucharle. Le devolví el apretón de manos. Era mi forma de decirle que sí, que me quedaba con él, evitando el pequeño inconveniente de gritárselo. Estaba totalmente sordo y casi ni hablaba. Pero ese gesto mío, el de devolverle el apretón de manos, fue como la señal de salida.

Di la vuelta a la silla, me volví a sentar y, apoyando los brazos sobre el respaldo, esperé a que su memoria fluyera:

– Hola, soy Michel Houellebecq
– ¡Nooooo! – exclamé

Me quedé perplejo. Por cinismo, quizás. Pero sobre todo por lo inaudito de la afirmación. La modernidad había llegado a nuestro hospital. ¡Qué digo a nuestro hospital! A nuestra propia planta y en forma de un ancianito en sus últimas horas delirando sobre su personalidad y trayendo en su delirio lo último de lo último en “intelectualidad”. No podía haber elegido mejor y más controvertido personaje, pensé.

– Pues sí, soy Houellebecq, querido Bret – imaginé que me tomaba por mi coetáneo Easton Ellis – y antes de abandonaros me gustaría contarte la verdad. Mi obra, toda mi obra, es una farsa. En realidad, ha sido escrita por un “negro”
– ¡Nooooo! – volví a exclamar
– Sííí. Y escucha bien, su nombre es….- y me susurró al oído.
– ¿Bisbal? ¿De verdad que es Bisbal?
– No seas cínico. Tú no habrías sido capaz de fabular sobre ese lamentable yuppie materialista de American Psycho. Todos sabemos que te la escribió Ana Rosa Quintana cuando estaba en la COPE en Nueva York. Sólo ella podía haberse atrevido a idear una trama tan vulgar…

No pude parar su discurso.

– Pero todo lo que escribió Bisbal se me ocurrió a mí antes, aunque él lo transcribiera…

Sólo soy un gigoló

¡Caballero, o jode usted con formalidad o me levanto! – me dijo la mujer que se sostenía a cuatro patas sobre la cama revuelta, con el pelo alborotado, las mejillas sonrojadas y la falda remangada en la cintura.

El impertérrito marido, de mirada oscura, permanecía sentado en la esquina del dormitorio, desde donde tenía la mejor perspectiva posible de mi acción.

La queja se debía a que soy multifunción pues, a la vez que empujo y retiro mi instrumento de trabajo del interior de mis clientas, aprovecho para repasar mis composiciones en la PDA.

Sí, soy gígolo, o puto, de profesión, pero la poesía es mi devoción.
Me prostituyo porque tengo que vivir.
Y no veo más honroso vender mi mano de obra en un McDonalds o mi masa muscular como reponedor del Carrefour.
No piensa así el resto de la sociedad.
Es el problema de que el sexo esté tan sobrevalorado.
Hipocresía lo llamo yo.

Doy servicio a quien me lo pide y lo paga.
Y mi chulo es mi maestro.
El me enseña cuanto sé.

Es un poeta afamado, un dandy, un hedonista amante del cine.
Pero no crean, no me chulea con el dinero.
Lo hace con el amor.
Puro amor.
No hay contacto físico entre nosotros.

Mi maestro detesta la carnalidad.
Pero yo le amo profundamente.
Y él se aprovecha de esa energía para crear.
Bueno, y para robarme los poemas que escribo durante los coitos con mi clientela, para luego publicar sus libros de gran éxito de crítica y publico.

Confesaré que, como siga a este ritmo de producción, voy a terminar por necesitar soporte químico y un administrador para que me gestione mis enormes ingresos.
Con perdón.

Cómo construir un centro de innovación

No es fácil crear un centro de innovación, con vocación de impacto social internacional. Y, sin embargo, ese ha sido el reto del consorcio Madrid-MIT MVision.

Al final, este consorcio ha sido capaz de cambiar el modelo por el que los hospitales, la universidad, los centros de investigación y las empresas trabajan juntos para convertir las necesidades de los profesionales sanitarios en soluciones listas para ser llevadas al mercado.

Innovación en modelo + innovación tecnológica + innovación social. Esa ha sido la ecuación de MVision. Eso ha producido ya resultados. En sólo cuatro años se ha conseguido generar patentes e invenciones con mayor eficiencia que el MIT o Stanford, las cunas de la innovación moderna.

Ese ha sido el reto. Y todos los miembros de MVision han estado a la altura para dar una respuesta acorde.

No me creas, sólo miralo

El croasancito se mete en el probador.

La señora le sigue. Fashionable.

La camisa.

Se la va a regalar a su croasancito.

Camisa blanca.

Con un puño doble.

Hombros anchos.

Talle entallado.

Dolce palpando a Gabbana.

Se estira.

No le hace arrugas.

No como a ella.

El gesto le apergamina la comisura de los labios.

Los suyos.

Los de ella.

Los de la boca.

Tendrá que mojar en algo.

El croasancito

Favaloro

René Favaloro fue un gran cirujano cardiovascular. Una persona brillante, con gran capacidad de trabajo, que creyó que su capacidad profesional y su fama internacional le permitirían beneficiar a la sociedad argentina.

En un final a la altura del personaje, se suicidó disparándose en el corazón. Aquí está su carta de despedida al Presidente de la República.

Del Dr. René Favaloro/ julio 29-2000 – 14,30 horas

Si se lee mi carta de renuncia a la Cleveland Clinic, está claro que mi regreso a la Argentina (después de haber alcanzado un lugar destacado en la cirugía cardiovascular) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces.. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica. La primera etapa en el Sanatorio Güemes, demostró que inmediatamente organizamos la residencia en cardiología y cirugía cardiovascular, además de cursos de post grado a todos los niveles. Le dimos importancia también a la investigación clínica en donde participaron la mayoría de los miembros de nuestro grupo. En lo asistencial exigimos de entrada un número de camas para los indigentes. Así, cientos de pacientes fueron operados sin cargo alguno. La mayoría de nuestros pacientes provenían de las obras sociales. El sanatorio tenía contrato con las más importantes de aquel entonces.

La relación con el sanatorio fue muy clara: los honorarios, provinieran de donde provinieran, eran de nosotros; la internación, del sanatorio (sin duda la mayor tajada).

Nosotros con los honorarios pagamos las residencias y las secretarias y nuestras entradas se distribuían entre los médicos proporcionalmente.

Nunca permití que se tocara un solo peso de los que no nos correspondía.

A pesar de que los directores aseguraban que no había retornos, yo conocía que sí los había. De vez en cuando, a pedido de su director, saludaba a los sindicalistas de turno, que agradecían nuestro trabajo.

Este era nuestro único contacto.

A mediados de la década del 70, comenzamos a organizar la Fundación. Primero con la ayuda de la Sedra, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular.

Cuando entró en funciones, redacté los 10 mandamientos que debían sostenerse a rajatabla, basados en el lineamiento ético que siempre me ha acompañado. La calidad de nuestro trabajo, basado en la tecnología incorporada más la tarea de los profesionales seleccionados hizo que no nos faltara trabajo, pero debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto.

¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!

Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica.

Lo mismo ocurre con el PAMI. Esto lo pueden certificar los médicos de mi país que para sobrevivir deben aceptar participar del sistema implementado a lo largo y ancho de todo el país.

Valga un solo ejemplo: el PAMI tiene una vieja deuda con nosotros (creo desde el año 94 o 95) de 1.900.000 pesos; la hubiéramos cobrado en 48 horas si hubiéramos aceptado los retornos que se nos pedían (como es lógico no a mí directamente).

Si hubiéramos aceptado las condiciones imperantes por la corrupción del sistema (que se ha ido incrementando en estos últimos años) deberíamos tener 100 camas más. No daríamos abasto para atender toda la demanda.

El que quiera negar que todo esto es cierto que acepte que rija en la Argentina, el principio fundamental de la libre elección del médico, que terminaría con los acomodados de turno.

Lo mismo ocurre con los pacientes privados (incluyendo los de la medicina prepaga) el médico que envía a estos pacientes por el famoso ana-ana , sabe, espera, recibir una jugosa participación del cirujano.

Hace muchísimos años debo escuchar aquello de que Favaloro no opera más! ¿De dónde proviene este infundio?. Muy simple: el pacientes es estudiado. Conclusión, su cardiólogo le dice que debe ser operado. El paciente acepta y expresa sus deseos de que yo lo opere. ‘Pero cómo, usted no sabe que Favaloro no opera hace tiempo?’. ‘Yo le voy a recomendar un cirujano de real valor, no se preocupe’.

El cirujano ‘de real valor’ además de su capacidad profesional retornará al cardiólogo mandante un 50% de los honorarios!

Varios de esos pacientes han venido a mi consulta no obstante las ‘indicaciones’ de su cardiólogo. ‘¿Doctor, usted sigue operando?’ y una vez más debo explicar que sí, que lo sigo haciendo con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre.

Muchos de estos cardiólogos, son de prestigio nacional e internacional.

Concurren a los Congresos del American College o de la American Heart y entonces sí, allí me brindan toda clase de felicitaciones y abrazos cada vez que debo exponer alguna ‘lecture’ de significación. Así ocurrió cuando la de Paul D. White lecture en Dallas, decenas de cardiólogos argentinos me abrazaron, algunos con lágrimas en los ojos.

Pero aquí, vuelven a insertarse en el ‘sistema’ y el dinero es lo que más les interesa.

La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar. Instituciones de prestigio como el Instituto Cardiovascular Buenos Aires, con excelentes profesionales médicos, envían empleados bien entrenados que visitan a los médicos cardiólogos en sus consultorios. Allí les explican en detalles los mecanismos del retorno y los porcentajes que recibirán no solamente por la cirugía, los métodos de diagnóstico no invasivo (Holter eco, camara y etc, etc.) los cateterismos, las angioplastias, etc. etc., están incluidos.

No es la única institución. Médicos de la Fundación me han mostrado las hojas que les dejan con todo muy bien explicado. Llegado el caso, una vez el paciente operado, el mismo personal entrenado, visitará nuevamente al cardiólogo, explicará en detalle ‘la operación económica’ y entregará el sobre correspondiente!.

La situación actual de la Fundación es desesperante, millones de pesos a cobrar de tarea realizada, incluyendo pacientes de alto riesgo que no podemos rechazar. Es fácil decir ‘no hay camas disponibles’.

Nuestro juramento médico lo impide.

Estos pacientes demandan un alto costo raramente reconocido por las obras sociales. A ello se agregan deudas por todos lados, las que corresponden a la construcción y equipamiento del ICYCC, los proveedores, la DGI, los bancos, los médicos con atrasos de varios meses.. Todos nuestros proyectos tambalean y cada vez más todo se complica.

En Estados Unidos, las grandes instituciones médicas, pueden realizar su tarea asistencial, la docencia y la investigación por las donaciones que reciben.

Las cinco facultades médicas más trascendentes reciben más de 100 millones de dólares cada una! Aquí, ni soñando. Realicé gestiones en el BID que nos ayudó en la etapa inicial y luego publicitó en varias de sus publicaciones a nuestro instituto como uno de sus logros!. Envié cuatro cartas a Enrique Iglesias, solicitando ayuda (¡tiran tanto dinero por la borda en esta Latinoamérica!) todavía estoy esperando alguna respuesta. Maneja miles de millones de dólares, pero para una institución que ha entrenado centenares de médicos desparramados por nuestro país y toda Latinoamérica, no hay respuesta.
¿Cómo se mide el valor social de nuestra tarea docente?

Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar.

La mayoría del tiempo me siento solo. En aquella carta de renuncia a la C. Clinic , le decía al Dr. Effen que sabía de antemano que iba a tener que luchar y le recordaba que Don Quijote era español!
Sin duda la lucha ha sido muy desigual.

El proyecto de la Fundación tambalea y empieza a resquebrajarse.
Hemos tenido varias reuniones, mis colaboradores más cercanos, algunos de ellos compañeros de lucha desde nuestro recordado Colegio Nacional de La Plata, me aconsejan que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al ´sistema’.

Sí al retorno, sí al ana-ana.

‘Pondremos gente a organizar todo’. Hay ‘especialistas’ que saben como hacerlo. ‘Debes dar un paso al costado. Aclararemos que vos no sabes nada, que no estás enterado’. ‘Debes comprenderlo si querés salvar a la Fundación’.

¡Quién va a creer que yo no estoy enterado!

En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer.

Joaquín V. González, escribió la lección de optimismo que se nos entregaba al recibirnos: ‘a mí no me ha derrotado nadie’.

Yo no puedo decir lo mismo. A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla. Estoy cansado de recibir homenajes y elogios al nivel internacional. Hace pocos días fui incluido en el grupo selecto de las leyendas del milenio en cirugía cardiovascular.

El año pasado debí participar en varios países desde Suecia a la India escuchando siempre lo mismo.
‘¡La leyenda, la leyenda!’

Quizá el pecado capital que he cometido, aquí en mi país, fue expresar siempre en voz alta mis sentimientos, mis críticas, insisto, en esta sociedad del privilegio, donde unos pocos gozan hasta el hartazgo, mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación. Todo esto no se perdona, por el contrario se castiga.

Me consuela el haber atendido a mis pacientes sin distinción de ninguna naturaleza. Mis colaboradores saben de mi inclinación por los pobres, que viene de mis lejanos años en Jacinto Arauz.

Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata.

No puedo cambiar.
No ha sido una decisión fácil pero sí meditada.
No se hable de debilidad o valentía.

El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable, con ella me voy de la mano.

Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad.

Estoy tranquilo. Alguna vez en un acto académico en USA se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así.

En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta.

En la Fundación ha comenzado a actuar un comité de crisis con asesoramiento externo. Ayer empezaron a producirse las primeras cesantías. Algunos, pocos, han sido colaboradores fieles y dedicados. El lunes no podría dar la cara.

A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco.

Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa.

Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles.

Un abrazo a todos

René Favaloro

Tiempo

Tenía unas rutinas completamente embutidas en su software mental.
Y esa mañana de su debút televisivo no iban a cambiar.
Aunque se fuera a convertir en el presentador postmoderno de la «gran comunicadora».

Sus rutinas eran adictivas.
Y masturbatorias.
Necesitaba repetir y repetirlas, una tras otra, para sentir placer.

Había pasado horas y horas viendo televisión.
Para aprender.

Todos los días tenía que comer una manzana por el hierro y un platano (la fruta) por el potasio.
Y también una naranja, para la vitamina C.
Y una taza de té verde sin azúcar para prevenir la diabetes.

Se tomaba un mínimo de dos litros de agua distribuidos en sorbitos a lo largo de 24 horas.
(Sí. Y mearlos, que le llevaba el doble del tiempo que consumía tomándoselos).

Siguiendo los consejos de los dietistas que aparecían en las páginas de salud, se metía diariamente un yogurín para tener “L.Cassei Defensis”, que nadie sabe qué coño es, pero parece que si no ingieres un millón y medio de esos putos bichitos al día entras a ver a la gente como borrosa.

También cada día una aspirina, para prevenir los infartos.
Y el dolor de cabeza.
Además, un vaso de vino tinto, para lo mismo.
Y otro de blanco, para el sistema nervioso.
Y uno de cerveza, aunque ya ni recordaba para qué era.
Nunca había probado a tomárselo todo junto, aunque estaba seguro de si lo hacía le sobrevendría un derrame cerebral ahí mismo.

Por supuesto que todos los días tomaba grandes cantidades de fibra.
Mucha, muchísima fibra. Kiwis, plantaben, emuliken, cenat…

En una ocasión, haciendo fuerza sentado en la taza del baño, ejerció tal presión sobre sus cavidades que se le ingurgitaron las venas del cuello como si fuera un cantaor de flamenco y los ojos se le saltaron de las cuencas.
Al relajarse, tuvo la sensación de haber cagado un suéter de Oscar de la Renta.
Era su propia impresión 3D intestinal.

Estaba totalmente concienciado de que había que hacer entre cuatro y seis comidas diarias, livianas, sin olvidarse de masticar cien veces cada bocado.
Haciendo el cálculo, sólo en comer consumía unas cinco horitas.

¡Ah! y lavarse los dientes después. Después de cada comida se lavaba los dientes, o sea, después del yogurín los dientes, después de la manzana los dientes, después del plátano (la fruta) los dientes… y así hasta desgastárselos.
Y pasarse hilo dental, masajeador de encías, traguitos de Listerine…

El sueño reparador era otra de sus rutinas.
Siempre ocho horas.
Y ahora también trabajar otras ocho en la televisión, con esa gran periodista amante del color negro en sus libros.
Más las cinco que emplaba en comer, veintiuna.
Le iban a quedar tres para su libre disponibilidad.

Según las estadísticas, vemos tres horas diarias de televisión.
Bueno, él ya no podría.
Estaría dentro de ella.
Todos los días caminaba por lo menos media hora (Dato por experiencia: a los 15 minutos se daba la vuelta, si no la media hora se le hacía una).

Y luego cultivar las amistades, porque son como una planta: hay que regarlas a diario.
Y cuando te vas de vacaciones también.
Además, y más ahora, debía estar bien informado, por lo que leía por lo menos dos diarios, para contrastar la información.

No se olvidaba de lo importante que era tener sexo con la frecuencia adecuada, pero sin caer en la rutina.
Había que ser innovador, creativo, renovar la seducción.
Eso lleva su tiempo. ¡Y de sexo tántrico, ni hablar! (Al respecto, recordar que después de cada comida hay que cepillarse los dientes).

Visto lo visto, y que a quien realmente deseaba era a su yo interior, la masturbación (el amor propio) era lo más coste-eficiente.

Además, como vivía solo, siempre ahorraba tiempo para barrer, lavar la ropa, los platos.

En total, sus rutinas le llevaban 29 horas diarias.