Es mentira, estúpido!

Los servicios sanitarios, todos, están diseñados para y su misión es la provisión de servicios, no la obtención de resultados favorables en la salud de las personas y las sociedades.

Esto genera 3 grandes problemas:

1. Son ingestionables
2. Son impredecibles
3. Son insostenibles (más con lo mismo o lo mismo con menos)

Lo que no mides no se puede mejorar.

Y como no medimos los resultados relevantes para los pacientes, ES MENTIRA que el sistema esté centrado en el paciente.

Y lo seguirá siendo. Hagamos todos los programas de crónicos que hagamos.

Jeff DeGraff en la SSAT

Ayer 17 de Mayo, la conferencia Doris y John L. Cameron del encuentro anual de la SSAT durante la Digestive Disease Week estaba dedicada a la innovación.

El encargado de la presentación era Jeff DeGraff: Leading Innovation in the Age of Health Care Transformation. Evidentemente, el título me hacía presuponer que resultaría de mi interés. Y no me defraudó.

DeGraff mezcla sus conocimientos de economía con una puesta en escena radical. Una de sus primeras frases fue «La innovación sólo se produce cuando tu vida es una mierda». Y a partir de ahí fue un martillo pilón destrozando los «mantras» y las «vacas sagradas» de la sanidad y su pretendida actividad innovadora.

Sus recomendaciones son variadas, como no pensar linealmente, innovar en los extremos de la campana de Gauss, mezclar creatividad, competición, colaboración y control, asumir que la innovación es momentánea…

Para que os podáis hacer una idea, os dejo uno de sus vídeos.

Comunicación en el ámbito de la sanidad: Bloguea o Muere

Otra tribuna a cuatro manos con Miguel Angel Mañez en Diario Medico. Era Septiembre de 2010. Bloguea o Muere

Comunicación en el ámbito de la sanidad: bloguea o muere

No pretendemos convertirnos en los gurús de la web 2.0 sanitaria. Otros lo pueden hacer mucho mejor que nosotros. Pero desde nuestra ya extensa experiencia como parte de la blogosfera, con miles de seguidores y cientos de miles de visitas a nuestros respectivos blogs (Salud con Cosas, El Blog de Julio Mayol), nos gustaría reflexionar sobre la situación actual de los medios de comunicación social en la red y de su impacto sobre la atención sanitaria.

Para empezar, una pequeña explicación sobre su significado. En 2004, Tim O’Reilly denominó web 2.0 a una evolución de la www basada en la interacción entre los usuarios. Se abandonaba la comunicación unidireccional para favorecer la interoperabilidad y la creación de redes sociales. Los exponentes de esta evolución son los blogs, los microblogs (Twitter) o las famosas redes sociales (como Facebook o Tuenti). Lo fundamental era ofrecer la posibilidad de que grupos de personas con intereses comunes pudieran estar totalmente interconectados e incluso tener influencia.

Muchos lo calificarían de burbuja pero, para poner en perspectiva la potencia del fenómeno, nada como un ejemplo. En el mismo 2004, Mark Zuckerberg, un sophomore en Harvard, tuvo la idea de lanzar una red social gratuita para sus compañeros de colegio mayor: Facebook. Hoy cuenta con una fortuna de 4.000 millones de dolares y más de 500 millones de usuarios en la comunidad.

Las ideas triunfan cuando llega su momento, nos guste o no. Y las nuevas generaciones de ciudadanos confían en nuevos canales y formas de comunicación. Desean inmediatez y retroalimentación para sus necesidades, ya sean de información, comunicación o de atención sanitaria. Y la salud continúa siendo uno de los objetivos prioritarios en las búsquedas en internet. Por ello, los profesionales nos vemos directamente afectados por los cambios introducidos por las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en el dónde, cuándo y cómo se presta asistencia sanitaria. Las relaciones sociales basadas en la atención sanitaria dejan de ser puntuales para convertirse en continuas, y entre consulta y consulta pueden surgir múltiples necesidades para el ciudadano. Por todo ello, consideramos que internet y las redes sociales podrían ser un lugar perfecto para resolver dudas y para educar a la sociedad.

Se acabó el “yo hablo, tú escuchas”; la tendencia actual invita a utilizar todos los canales posibles de comunicación, de manera interactiva, para mejorar la atención sanitaria. Hay opiniones reacias a esta tendencia debido a la llamada brecha digital, es decir, al hecho de que el porcentaje de usuarios activos de la red no llega al 40 por ciento y de que precisamente los grupos de edad que más necesitan al profesional sanitario (a partir de 60 años) son los menos avezados en internet. Sin embargo, olvidamos que las tareas educativas y de promoción de hábitos saludables deben empezar muy pronto, por lo que estas herramientas pueden resultar muy útiles para esos grupos de edad que casi viven en mundos virtuales. Si queremos construir el futuro, debemos empezar ahora.

La primera herramienta de la web 2.0 sanitaria fueron los blogs, una forma sencilla de lanzar mensajes y compartir ideas y proyectos, todo ello apoyado por portales gratuitos para su alojamiento. En España hay actualmente más de 400 blogs sanitarios activos, y el número sube día a día. ¿Y por qué un blog? ¿Para qué sirve? Podríamos resumir su utilidad en los siguientes aspectos:

-Comunicación con los pacientes: Permite al profesional diseñar mensajes a medida dirigidos a sus pacientes. Y hay pacientes que siguen los blogs, y buscan información sobre sus problemas y a un profesional que pueda asesorarles.
-Comunicación entre profesionales: Los blogs acaban creando redes informales basadas en su temática y agrupan a profesionales con intereses comunes. Un claro ejemplo ha sido el reciente Congreso de la Blogosfera Sanitaria (ver DM del 16-VI-2010).
-Divulgación: Asociaciones, sociedades científicas, colegios profesionales, etc., utilizan los blogs para acercar el conocimiento al ciudadano y para difundir sus puntos de vista sobre cuestiones sanitarias de actualidad.
-Marketing personal e institucional: Además, el blog es un buen escaparate para los profesionales que pretenden mejorar su reputación on-line. Son ya muchos los pacientes que buscan información sobre sus médicos y su hospital introduciendo su nombre en Google. Y el blog emerge en la búsqueda como tarjeta de presentación.

Cierto es que una de las vigentes críticas a los blogs es que su uso está muy superado por otras herramientas más potentes. Pero teniendo en cuenta que la introducción de estos medios está siendo muy lenta en el sector sanitario, el blog sigue siendo el recurso más usado por su sencillez para los neófitos y su inmediatez. Además, el contenido de los blogs, unido a otras formas de comunicación más directa (Twitter, Facebook), genera una cercanía y una transparencia que cambia la forma de ver la tradicional relación con el paciente (en el caso de que sean profesionales con atención al paciente) y además ayuda a conocer mejor el funcionamiento del sistema y los proyectos que se llevan a cabo.

Muchos creen que tener un blog público no es profesional, que nuestro prestigio se verá debilitado o que podemos ser objeto de ataques y difamación en la red. Al fin y al cabo, estamos en un sector con una tradición milenaria de fuerte control informativo y de difusión exclusivamente intraprofesional del conocimiento. Pero, actualmente, la respuesta a nuestras dudas no deja margen. No participar o mantenernos fuera del cambio que se está produciendo no será beneficioso, ni nos protegerá. Sólo estando involucrados y formando parte de los cambios que se están produciendo podremos aportar nuestra visión y transmitir nuestro mensaje de manera clara y eficiente, a través de los mismos canales que usan nuestros conciudadanos.

La transformación sanitaria

Primero Anant Jani nos cuenta lo que significa «valor en sanidad»

A continuación, Paloma Casado, del Ministerio de Sanidad nos habla sobre los cambios que dirigen la transformación sanitaria

Susana Alvarez habla de como transformar desde la gestión

Los datos, del genoma al socialoma, son imprescindibles para la transformación

Y al final, los cambios deben llegar hasta la práctica clínica

Hospitales rurales en Tapia

Tapia de Casariego ha sido el lugar para el debate sobre el papel de los hospitales rurales (comarcales) en la asistencia sanitaria del siglo XXI. El debate ha sido rico, apasionado y lleno de las contradicciones que nuestro sistema tiene.

Los hospitales rurales son, actualmente, una parte muy importante de una asistencia próxima al ciudadano y muy conveniente para el paciente. Sin embargo, algunos de sus problemas se derivan de la escasa importancia que se les otorga por parte de los propios profesionales, que buscan desarrollar la profesión en centros de mayor «prestigio», asociado a un mayor tamaño, y de los administradores/propietarios del sistema.

En muchos casos, los hospitales rurales se sienten solos. Aislados. Por ello, la primera idea que más se ha repetido ha sido la de la «colaboración» frente a la competencia entre hospitales.

La segunda ha sido la del tamaño. ¡Claro que el tamaño importa!. Un hospital rural, cuando define muy bien a qué se va a dedicar, puede proveer mucho más valor a los pacientes, porque puede ofrecer los mismos beneficios, con menor daño, a menor coste, en menos tiempo y con menor consumo de energía que un hospital de mayor complejidad. Y es que es el valor que genera para los ciudadanos lo que debemos medir y no la cantidad de tecnologías que utiliza.

Debemos transmitir a toda la sociedad que el mejor hospital, o el mejor profesional, no es el que puede hacer un gran procedimiento de enorme complejidad dos veces al año, sino aquel que mejora las vidas de más pacientes mediante una asistencia correcta, al paciente correcto, en el sitio correcto en el momento correcto con los medios apropiados. Porque «más no siempre es mejor». Incluso puede ser peor.

Mi conclusión después de todo lo escuchado es que los hospitales rurales deben ser parte de una red integrada de atención «generalista», en un escalón inmediatamente por encima del autocuidado, los cuidadores informales, la ayuda familiar y el voluntariado. Y justo por debajo de la atención «especializada» de mayor complejidad y menor frecuencia. Su tarea debe ser proporcionar atención de gran valor (mayor beneficio en salud, con menos daño, al mejor coste, en el menor tiempo y con el menor consumo de energía) dentro de los procesos de mayor impacto para los ciudadanos, usando la tecnología «point-of-care», a la búsqueda de la alta resolución diagnóstica y terapéutica lo más próxima y accesible para el paciente.

Y para finalizar, gracias a los organizadores del congreso, y especialmente a Amalia y Begoña por invitarme a participar.

La curación empieza por la comunicación

Una nueva tribuna del pasado. Publicada en Diario Médico en 2011.

Recientemente fui invitado a reflexionar públicamente sobre el médico del futuro. Era todo un reto ante un entorno tan rápidamente cambiante y tan aparentemente inestable, en el que se oyen ecos de medicina centrada en el paciente, de medicina personalizada y de tecnologías de la comunicación y la información para la salud. Pero, sin duda, es interesante pensar en el ejercicio de la Medicina en un escenario que no existe y que vamos a contribuir a crear.

Durante la preparación, empecé a reflexionar sobre la medicina tecnologizada del futuro, sobre los biomarcadores, los biomateriales, la ingeniería genética, las nanoparticulas, los exoesqueletos, la realidad aumentada, las redes neuronales, los sistemas expertos y la cirugía robótica. Eso es lo que se espera de un cirujano dedicado a la innovación tecnológica. Pero sorprendentemente, todo lo que imaginé parecía Minority Report, la pesimista y oscura película futurista de Steven Spielberg. Mi cerebro, como cualquier otro, es capaz de construir el porvenir a partir de su experiencia presente. Por tanto, me resultaba imposible predecir algo que no existe en la actualidad. Sólo estaba proyectando el presente en el futuro.

Pero lo que no puede ser no puede ser. Y además es imposible. Aumentar un año más la vida de los ciudadanos de los países occidentales no es el principal problema de los sistemas sanitarios. Afortunadamente, la expectativa de vida de nuestros conciudadanos supera los 80 años. Y debo añadir que a ello contribuye poco la medicina curativa. Sin embargo, vaya donde vaya, hable con quien hable, siempre escucho lo mismo: «El problema es la comunicación«. Da igual que sean pacientes o profesionales, sanitarios o gestores. Siempre es lo mismo. Porque la comunicación es el acto primario de la asistencia sanitaria. La relación entre los profesionales sanitarios y el paciente, su diagnóstico, el pronóstico e incluso el tratamiento descansan sobre la comunicación. Incluso el soporte en la recuperación tiene el mismo fundamento. No podemos evitar ser animales sociales.

Por eso cuando tengo que pensar en la utilización de la tecnología para mejorar la sanidad me surgen preguntas: ¿medicina centrada en el paciente? ¿En qué hemos estado centrados hasta ahora? ¿En nosotros mismos? Parece ser que, en gran medida, el avance de la Medicina moderna ha estado enfocado en la superespecialización y no en el paciente. Nos hemos convertido en expertos y superexpertos científico-técnicos. Pero en el futuro será imposible que los gadgets mejoren la calidad de la asistencia si no conseguimos que esos valiosos superexpertos que hemos creado mejoren el proceso de comunicación con sus pacientes.

Empezar a cambiar
Ha llegado el momento de cambiar desde dentro. Mejor que empecemos nosotros a tomar conciencia. ¿No lo consideran necesario? Miren a su alrededor. Todo va más rápido de lo que podemos resistir. Con las nuevas herramientas de comunicación en internet se está produciendo la mayor redistribución incruenta de poder que las sociedades humanas occidentales han vivido nunca. Y el ejemplo de las consecuencias de la resistencia a ese gran cambio lo están experimentando los países árabes de manera sangrienta. Todo ello es debido a una redistribución del flujo de comunicación y conocimiento. La tecnología que se creó hace ya muchos años está dando verdadero poder al ciudadano. Por ello, crear un mejor futuro es un reto del presente. Y en sanidad también. El conocimiento debe ser abierto, transparente y compartido. No necesitamos que los expertos sepan cada vez más pero sólo para ellos. Es urgente que todos los profesionales del sistema sanitario seamos capaces de solventar los problemas y compartir las soluciones.

Y a los médicos, la tecnología nos tiene que servir para eliminar lo que de rutinario y burocrático tiene la asistencia sanitaria. Debe llevarnos donde tenemos que estar, junto a nuestros pacientes. Porque médicos somos pocos, pero pacientes somos todos.

Errar es humano. Algunos son demasiado humanos

Esta tribuna me lleva de vuelta a 2006. Hace, por tanto, más de nueve años que la publicaron en Diario Médico.

Y yo me digo: si los pacientes no aceptan un error médico será porque les hemos acostumbrado a creer que nunca nos equivocamos. De nuevo, los responsables del mal social por el que se nos acusa de no obtener resultados, con o sin razón, no son primordialmente los agentes externos sino nuestra incorrecta actuación para hacer llegar el siguiente mensaje: la incertidumbre y el error están intrínsecamente unidos al ejercicio médico. Pero también es humano buscar soluciones, encontrar alternativas y afrontar los retos. El problema no es nuevo, pero se ha expuesto al ojo público y al debate en las tertulias cuando el Instituto Nacional de Medicina de los Estados Unidos publicó que los efectos adversos y los errores médicos son la octava causa de mortalidad en aquel país. ¿Escalofriante? No diría tanto, pero desde luego no podemos seguir escondiéndonos o no ofreciéndonos voluntariamente a nuestros conciudadanos para abordar el error médico e intentar buscar soluciones.

Quizás deberíamos considerar cómo llegamos a la cultura del miedo en la declaración de un error: ¿el miedo a perder el prestigio?, ¿el conflicto emocional al que nos conduce la aceptación de un fracaso?, ¿la arrogancia? Una de las causas más importantes para que los médicos y el resto de los profesionales sanitarios no declaremos nuestros errores y, además, no contribuyamos a la organización de un sistema de prevención de riesgos es la cultura imperante de «Crimen y Castigo». En el caso de los médicos, somos sometidos a estrictos procesos de selección a lo largo de nuestra carrera como estudiantes. Luego pasamos por un proceso de especialización. Se nos entrena para realizar las tareas más complicadas y aceptar los riesgos personales y emocionales que lleva aparejado el contacto diario con el sufrimiento humano, sin que afecte a nuestra vida personal ni a la correcta ejecución de nuestra labor. Pero durante todo este tiempo se nos dice subliminal y prácticamente: “Cuidado con cometer errores, porque si los cometéis -y nos enteramos- seréis castigados”. En este sentido, los profesionales se convencen de que resulta mejor no aceptar que se cometen fallos, ya que parece que no importa cómo lo hagas, pues si cometes un error y se enteran serás castigado.

Para el paciente y los familiares que han sido víctimas de un error, no digo de una negligencia o de imprudencia, sino de un error médico, la asignación de culpabilidades puede ser un gran alivio a su sufrimiento. Pero, paradójicamente, desde el punto de vista de la construcción de un sistema más seguro, cuanta más culpabilización de los individuos menor probabilidad de conseguir una mayor transparencia y un sistema más seguro para todos. Ya sé lo que siempre se dice: nosotros los médicos trabajamos con un material más sensible y, por tanto, no podemos ser valorados como el resto de los profesionales. Si eso lo dicen de verdad, entonces deberíamos recibir más ayuda que los demás para conseguir ser mejores. Les ruego que reflexionen sobre la cantidad de apoyo sincero que recibimos cuando queremos mejorar. Y el lema «Los recursos son limitados» no sirve, pues éstos se asignan en función de intereses. Ahora díganme, ¿hay algún interés por construir un sistema más seguro?

A mí me gustaría realizar una propuesta. Sería muy provechoso para nuestra relación con los pacientes que ante la aparición de un error en la atención sanitaria pudiéramos:

a. Reconocer explícitamente que ha ocurrido un error.
b. Dar una explicación sobre en qué consistió el error.
c. Exponer claramente el motivo por el que se cometió el error.
d. Comunicar un plan sobre cómo se pretende evitar que se vuelva a cometer dicho error.
e. Pedir disculpas.

Y para conseguirlo, los poderes públicos deberían reconocer el derecho a declarar en conciencia y de manera ética sin que nos sea aplicada una cierta cláusula de cooperación por la que las compañías de seguros exigen al asegurado su absoluta colaboración con la aseguradora en la defensa contra la demanda y, con ello, que el profesional no acepte ninguna responsabilidad en el error. También convendría que no se recurriera con tanta frecuencia a la vía penal para juzgar lo que ha sido un error y no un crimen.

En resumen, mi propuesta es avanzar en la cultura de la seguridad en la atención sanitaria. La sociedad debe reconocer que nuestra actividad tiene una especial propensión a la aparición de errores, accidentes y efectos adversos. Por ello, se debe promover su análisis sin culpabilizar al individuo, a la vez que se permite la colaboración entre distintos agentes para crear sistemas de supervisión con responsabilidad creciente que prevengan la comisión y propagación de errores. Finalmente, se debe conseguir que se destinen fondos para investigación y desarrollo de la seguridad de los pacientes. Construyamos la iniciativa «Seguridad en la práctica clínica para el siglo XXI«.

Los residentes y el principio de indeterminación de Heisenberg

Esta tribuna fue publicada por Diario Médico en noviembre de 2007. Lo que me motivó a escribirla fue un foro sobre las especialidades y el debate que se produjo sobre la formación MIR.

Hace unas décadas, formar residentes para un sistema sanitario en vías de desarrollo no era tarea fácil. Nuestra cultura del “si antes tenían que salir los suyos y ahora tienen que salir los buenos ¿cuándo vamos a sacar a los nuestros?” sesgaba la cantidad y calidad de la formación. Además, la convertía en heterogénea y de distribución arbitraria. El sistema MIR resultó ser un gran avance en la modernización sanitaria española. El examen de acceso, simultáneo e idéntico, era equitativo y sin sombra de duda. Pero después de leer el especial El día de las especialidades en Diario Médico, no me queda claro si de verdad los promotores y sostenedores del actual posgrado creen que el sistema de formación debe cambiarse porque ya no sirve para lo que se creó. Tampoco termino de entender si la culpa de ese “fracaso” la tienen los MIR o el mundo en general… y por eso, quizás, conviene ser más duros examinándoles.

Durante algún tiempo el MIR fue perfecto para generar profesionales competitivos y motivados que se incorporaban a un sistema rígidamente reglamentado y poco incentivador de la excelencia. Tan bien funcionó al principio que, gracias a esos “especialistas vía MIR” se pudo generalizar una asistencia de calidad con un gasto irrisorio -en términos de PIB- dentro de todo el territorio nacional, más allá de los dos grandes focos académicos tradicionales: Madrid y Barcelona. Pero poco a poco surgió el enfrentamiento descrito por Grumbach entre “la mano invisible del mercado” y la “mano dura” administrativa, a la que se refieren Beatriz González y Patricia Barber en la introducción de su informe Oferta y Necesidades de Especialistas en España (ver DM del 8-III-2007). Ese mismo sistema competitivo y meritocrático incrustado en el corazón de una profesión regida por una enseñanza universitaria alejada de las necesidades de la nueva sociedad del conocimiento, la ausencia total de visión del futuro, una organización más política que profesional, y una oferta de empleo “de cartilla de racionamiento” ha terminado por resentirse y afectar a todo el sistema.

Resulta chocante que treinta años después de su inicio, el sistema MIR haya conseguido arrojar la indeterminación sobre el significado real de la docencia, sobre el propio método de examen e incluso sobre la calidad de los residentes. El MIR se estableció con unos objetivos que ya son el pasado. En este momento y en el futuro, promover y evaluar la calidad y la excelencia de algo o alguien sólo tiene sentido si se dispone de un patrón oro con el que compararse. Lamentablemente, la carencia de ese patrón en la profesión (falta de planificación de la entrada, carencia de un claro programa de desarrollo profesional y una desordenada salida) tiene al posgrado y a sus responsables corriendo como pollos descabezados. ¿Ejemplos? Diario Médico ha lanzado una encuesta: ¿Sirve de algo la carrera? El hecho de que se plantee la pregunta hace inmediatamente evidente la contestación: “Tal como está, ni para preparar el MIR”. Otro: los residentes piden una evaluación al final de la residencia que Sanidad excluye del decreto formativo. ¿Algunos ejemplos más? Juli Nadal parece añorar a los MIR de antes, que debían ser mucho mejores que los de ahora. Además, por un lado se proponen nuevos planes de formación atomizados y por otro, la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias obliga a la troncalidad.

¿Cuántos médicos somos? ¿A qué nos dedicamos? ¿Cuántos se van a necesitar? ¿Para qué? ¿En dónde? ¿Méritos o necesidades comunitarias? ¿Cómo enseñamos? ¿Cómo seleccionamos buenos candidatos?… La física cuántica nos enseñó que medir produce errores, es el principio de indeterminación de Heisenberg. Pero hay que acostumbrarse a la incertidumbre de la medición: es la grandeza del método científico. La comparación con un control asegura que el error sistemático propio de la medición no invalida las conclusiones y las convierte en generalizables para explicar la realidad.

Para avanzar en la calidad de nuestro sistema de formación y en el continuo que supone la profesión médica desde el pregrado hasta la jubilación, debemos definir patrones de excelencia con los que evaluarnos comparativamente. Pero todos: planificadores, profesores, alumnos, universidades, comisiones, programas, tutores, especialistas, residentes, centros, unidades No seamos cínicos, no evaluemos sólo al MIR. Y si no, como decía un famoso personaje de ficción: “Si no quieres ver una anemia, no pidas una analítica”.

Reforma sanitaria y relación médico-paciente

Esta otra columna fue publicada por Diario Médico en 2009. Se trata de una reflexión sobre como la reforma sanitaria debe centrarse en la mejora de la relación médico paciente-mediante la tecnología:

Secularmente, todos los sistemas sanitarios se organizan sobre el pilar de la actividad clínica denominado relación médico-paciente, que evidentemente ha evolucionado en el pasado siglo hacia una mayor complejidad y calidad científico-técnica. Aun así, sigue tratándose de una relación bidireccional 1:1, 2:1, 3:1, incluso 10:1, que consume todo tipo de recursos intensivamente. Por tanto, resulta fácil deducir que ese acto, cada vez más demandado, es altamente costoso e ineficiente. Las razones son múltiples: la inflación entre el crecimiento en el número de pacientes y la complejidad de sus enfermedades y el aumento de la cantidad de profesionales cualificados disponibles; el aumento de salarios de los profesionales sin el equivalente incremento de su productividad; la inadecuada introducción de terapias; el envejecimiento de la población; el aumento de las enfermedades crónicas, y la mayor demanda de los ciudadanos.

Claro que no recuerdo un tiempo en que esa preciada joya, la relación médico-paciente, no estuviera en crisis. Si en algún momento no la hubo es porque no había una conciencia clara de que había que garantizarla de manera universal, no sólo por justicia individual sino por interés social. En realidad, la asistencia sanitaria es un asunto de seguridad nacional, cuyo valor crítico para la riqueza y el funcionamiento de un país sólo es reconocido públicamente cuando surge la amenaza de una pandemia como la que vivimos actualmente.

Según la OCDE, Estados Unidos gasta más del 16 por ciento de su PIB en atención sanitaria. Su modelo está en crisis y el presidente Barak Obama pone como ejemplo deseable el sistema español. Alemania supera el 10 por ciento. También está en crisis. España llega al 8 por ciento y decimos que el modelo no es sostenible. Así que ni el modelo Bismark ni el Beveridge ni el norteamericano, ni siquiera duplicar el gasto, sirven para superar ese estado crónico al que nos gusta llamar crisis. Así que les desanimo a pensar que bien mediante la contención del gasto o, justo lo contrario, incrementando la cantidad de recursos dedicados a la sanidad, vamos a llegar al sistema sanitario perfecto.

Miren a su alrededor. Somos la única especie que consume ávidamente con el fin de aumentar su calidad de vida. También lo hacemos de manera compulsiva con la sanidad, y si no la obtenemos en el tiempo y forma que deseamos, calificamos el evento de intolerable e injusto. Los servicios de urgencia crecen y crecen, tanto en países con buena atención primaria como en aquéllos que no, porque el primer nivel no está diseñado para responder a las demandas actuales del ciudadano. En realidad, la gente quiere ser escuchada, vista, explorada, diagnosticada y tratada ya. Ignorar las tendencias sociales y pensar que por indicaciones políticas o profesionales van a cambiar los comportamientos es a la vez cándido e inútil. Vivimos en la sociedad de la inmediatez, con comunicación y gratificación instantánea. Cada vez nos conformamos menos y queremos soluciones buenas e inmediatas al menor coste posible.

Calidad subjetiva
Lo cierto es que llegados a un determinado umbral de riqueza, la calidad pasa a ser un asunto subjetivo. Además, el impacto del progreso científico-técnico es marginal en los resultados de salud y transitorio en la valoración del ciudadano. Por ello no es suficiente con buscar la excelencia científico-técnica en la forma actual de la relación médico-enfermo, ni en su gestión, sino que tenemos que repensar e innovar la prestación de los servicios sanitarios con el fin de mejorar la accesibilidad y la calidad percibida.

Ahora todos se preguntarán ¿y cómo lo hacemos? En el actual intento de reforma sanitaria estadounidense la propuesta ha sido utilizar las tecnologías (fundamentalmente TIC) para aumentar la eficiencia del sistema y generar valor añadido. Y allá va el dinero para tecnología. Pero en mi opinión, ese esfuerzo Obama es insuficiente por superficial. Mi propuesta es utilizar la tecnología para transitar de una relación médico-paciente orientada a los profesionales a otra centrada en los ciudadanos. Hay que favorecer la innovación disruptiva sobre la innovación sostenida y así eliminar las rutinas que parasitan los actos médicos y convertir lo complejo en simple, no en más complejo. El fin es usar la tecnología para lo que sirve, para lo científico-técnico, y reservar más tiempo médico a aquello que los enfermos necesitan, lo que produce calidad percibida (sobre su propia salud), lo humano. Básicamente, porque los profesionales ya no tenemos otra opción para aumentar nuestra productividad (y si lo hacemos es disminuyendo la calidad del servicio), tal como expuso el neokeynnesiano William Baumol con su “enfermedad de los costes”.

Cierto que para acometer una empresa así necesitamos primordialmente liderazgo intelectual y profesional, porque no es fácil reingenerizar nuestros procedimientos clínicos, tal como se aplican ahora sobre la plataforma de la clásica relación presencial médico-paciente, y traer la tecnología para aliviarnos de la carga de ineficiencia que la impregna. Pero el liderazgo no debe ser sólo de los profesionales, porque este cambio encuentra numerosas barreras para su desarrollo: culturales (de ciudadanos y profesionales), económicas, políticas, legales y técnicas.

Combinar excelencia y sostenibilidad del sistema a largo plazo dependerá de la innovación en su esencia: la relación médico-paciente. De otra manera, inyectar dinero en gestión, investigación o tecnología sólo nos llevará a bombear nuevas burbujas.

Una tribuna con Mañez sobre el cambio

Aquí va una tribuna publicada en colaboración con Miguel Angel Mañez en Diario Médico en 2010. Algunas cosas han cambiado, pero no parece que a mejor.

Ejecutar cualquier acción tiene un coste de oportunidad. No ejecutarla, también. Y en sanidad, seguir como estamos sólo hará que pronto estemos mucho peor. Fundamentalmente porque para mantener el nivel de prestaciones y calidad que se proporciona ahora, sin introducir ningún cambio, tendremos que afrontar un aumento imparable en los costes y, consecuentemente, un incremento del gasto sanitario. Nos mantendremos así encerrados en el bucle producción-administración, sin ninguna capacidad para tomar una decisión de calidad que lleve a utilizar la sanidad como motor económico a través de la innovación. Mucho menos podremos integrar ésta en el aumento de la eficiencia y la productividad del sistema.

Es necesario preparar una estrategia nítida de cambio, que pueda convencer a todos los agentes de que el esfuerzo de hacer supera la comodidad de no hacer nada. Si lo dejamos todo igual, sólo conseguimos: a) seguir disfrutando de los beneficios actuales (realmente cortoplacistas), b) continuar asentando las costumbres y vicios del sistema, y c) consolidar los errores del pasado, que algunos exhiben como un triunfo. Debemos empezar a analizar punto por punto todo lo positivo que puede implicar una reforma del sistema iniciada desde abajo.

La primera reforma radical está en el ámbito político. Nada más lejos de nuestra intención que cuestionar la organización del Estado, respaldada democráticamente, pero los ciudadanos tenemos la percepción de que la organización práctica del Sistema Nacional de Salud (SNS) es ineficiente como consecuencia del marco legal.

La Ley General de Sanidad, base común para todos los servicios de salud, se percibe como un obstáculo y no como un medio para construir escenarios que funcionen. Las herramientas y estructuras que creó dicha ley ya cumplen 24 años y tal vez sea el momento de adaptarla a las necesidades de una sociedad diferente que precisa de un entorno sanitario ágil y sostenible. Hay que perder el miedo secular a modificar las leyes, ya que no son el escollo a evitar sino el eje que debe guiarnos; y más en el caso de una ley que ya está quedando claramente desfasada.

La clase político-administrativa, pese a tener claramente identificados los problemas organizativos, no ha podido elaborar soluciones reales a los problemas. Las debilidades del sistema siguen afianzándose y eso provoca que sigamos en un entorno sin fórmulas organizativas ágiles para los servicios sanitarios, sin una planificación de recursos humanos centrada en las necesidades y sin un mecanismo de incorporación de resultados de proyectos de investigación e innovación.

En un sistema basado en el conocimiento, sin información no puede haber una gestión eficiente, con todo lo que ello implica. Aunque estemos en un entorno tecnológico avanzado, nuestro sistema tiene tales defectos en la gestión de la información que, por ejemplo, ni siquiera se dispone de un registro fiable de profesionales. En la era de la comunicación, en todo el SNS resulta imposible usar y compartir herramientas interoperables, escalables y sólidas. Y lo que es peor, las actividades orientadas a su consecución por parte de los reguladores-financiadores son tímidas, lentas e ineficientes. Un buen comienzo sería el de compartir información por todos los servicios de salud, que sea pública, que se utilicen criterios idénticos en todo el país y que se asiente una cultura de transparencia en el sistema. Sin embargo, ¿estamos realmente preparados para ello?

Profesionalizar la gestión
Además, no se puede seguir utilizando a los gerentes como piezas políticas. La profesionalización de la gestión sanitaria es otra reforma necesaria. Las consejerías deben confiar en sus técnicos, hacer benchmarking y olvidarse de la microgestión porque es un vestigio de una administración obsoleta y la base de la desconfianza de los profesionales sanitarios.

Habría que desarrollar planes estratégicos que permitan la armonía de gestión y que proporcionen a los gestores las coordenadas de referencia para ser valorados, objetivamente, mediante indicadores adecuados para los objetivos propuestos. Si queremos exigirles resultados, es fundamental permitir cierto margen de actuación, proporcionar herramientas de gestión potentes y en el marco de una estrategia clara promover la competencia entre centros, la comparación y el intercambio de experiencias. Sin esas medidas es imposible una evolución de las organizaciones: cambiar desde la cultura proteccionista a una cultura de responsabilidad.

Según datos recientes, en los países occidentales los médicos ocasionan, directa o indirectamente, el 90 por ciento del gasto sanitario. ¿Qué les impide controlarlo? Múltiples factores influyen en la ineficiente toma de decisiones: la falta de formación adecuada, una deficiente gestión de la información, la desconfianza en los niveles políticos y gestores, la ineficiencia de la Administración, la presión por pares, la presión social, el marco jurídico inadecuado, la desmotivación y el auge de la medicina defensiva, entre otros.

Intereses individuales y colectivos
Además, las organizaciones corporativas profesionales deben aprender a alinear los intereses individuales con los beneficios colectivos, ya que es fácil que estos últimos se diluyan. Sólo de esta forma pueden llegar a un grado de responsabilidad tal que les permita hacer una reflexión colectiva y promover cambios que, a medio y largo plazo, impliquen un escenario mucho más sostenible en el sistema sanitario.

Así, tanto desde un punto de vista individual como colectivo, la última reforma radical pasaría por conseguir un compromiso global de los profesionales con la eficiencia y la calidad. Para ello es necesario desarrollar tres ejes fundamentales: formación, desarrollo profesional vinculado a la estrategia global del sistema de salud e implicación en la gestión de sus instituciones sin cometer los errores ya conocidos del National Health Service.

Continúan surgiendo iniciativas que plantean análisis y propuestas sectoriales de reforma, pero se hunden en la timidez frente a la radicalidad. Ya tenemos experiencia del resultado de intentar evitar el pánico en épocas de crisis y ha salido una tragedia griega. Parafraseando a Einstein, en sanidad «insanity is doing the same thing over and over again expecting a different result«.