Los hombres no lloran

Se bajó del coche.
Se aflojó la corbata.
El botón del cuello ¡a la mierda!
Tenía que llamar.
Se metió en una cabina.
Nadie debía enterarse de nada.

“¿Dónde?
¿En una habitación de un hotel?
Otra nueva novia. Aja
¿Cuántas van?”

Llovía fuera.
El lloraba.
A mares.
Sin dejar que se notara.
Los hombres no lloran

“¿Que si yo me siento sólo?
Desde que te fuiste.
¿Qué me echas de menos?
Ya”

“No podemos seguir.
Intenté dejarte ir.
Y no te resististe”.

Y le salió una canción.

Los hombres no lloran.
Los hombres ven fútbol.
Beben cerveza.
Eructan.
Se quedan calvos y engordan.
Los hombres no se pueden querer.

Excepto en el Reino Unido

Con la cremallera en el prepucio

Cuando llegué a Urgencias me dirigí directamente al cuarto de curas. Eran las 4:30 de la mañana y no tenía muchas ganas de perder el tiempo. Me habían llamado para ver a un paciente con una apendicitis y para suturar a otro que, borracho, decía haber sido agredido en la cabeza con una botella.

Al entrar al cuarto de curas, me di cuenta de que iba a tener que esperar. Estaba ocupado.
Uno de mis colegas de guardia se estaba aproximando peligrosamente, sentando e inclinado hacia adelante, al pene de otro individuo que estaba acostado en la camilla y con los pantalones por las rodillas.

– ¿Pero qué haces? le grité.

– Nada, que se le ha quedado la cremallera del pantalón enganchada en el prepucio.

– ¿Y no tienes otra manera de intentar abrirla?

– He descosido la cremallera del pantalón y he tirado de los extremos, pero nada. La tiene ahí, fija.

– Ya veo – repliqué

– Luego lo he intendo con agujas, tijeras, pinzas. Incluso unos alicates…

Mientras tanto, el individuo accidentado asistía a nuestra conversación bastante relajado, por lo que intuí que mi colega, al menos, había procedido a anestesiar localmente la piel. Porque eso debe doler…

– Así que ya no se me ocurre otra solución.

– ¿Y lo vas a hacer con los dientes? No me jodas….Utiliza el bisturí y secciona la piel por debajo de la cremallera. Anda que no sobra piel…

– No hombre, es que estoy intentando ver por donde puedo romper el resbalón y no me he traído las gafas.

Gadgets y conflictos de interés

Una iglesia que ya no lo es.
Una multitud dentro.
Mesas, sillas, personas y conferencias.
Dospuntocéricas.

Silla con silla.
Charla tras charla.
Hora tras hora.
Tweet tras tweet.
Surge la atracción.
El deseo.
Se twittean entre ellos.

@bpcurious Dnd vamos?
@medint Al baño. Aprovchmos msa rdonda.

Abren la puerta.
Cierran el pestillo.
Ropas fuera.
En una mano Blackberry.
En la otra iPhone.
No se hablan.
Se twittean los jadeos.
Se acerca el momento.

@medint Llevas?
@bpcurious Yo no. Tú?
@medint. Si. Espera

Bpcurious le entrega una par de sobrecitos.
Empaquetados.
@Medint se apaña con la mano y los dientes para rasgar el papel.
Metalizado.

@bpcurious. X cierto. q ers?
@medint. Big pharma

Escupe el papel.
Recoge la ropa.
Se viste sin twittear palabra.
Sale por la puerta.
No acepta estas cosas.
Sería un conflicto de interés.

Hiperconectado en Navidad

No es hasta que llegan estas fechas de alegría real y fingida, como los orgasmos, cuando te das cuenta de lo conectado que estás. Mucho. Muy conectado. Hiperconectado.

Lo empiezas a sentir cuando te llega el primer mensaje. Uyuyuy… Esto se va a disparar. Sin control. Sin filtro.

Por Facebook. Por Twitter. Por LinkedIn. Por correo electrónico y por WhatsApp. Por Line e incluso por SMS. ¡Qué locura!, por SMS también. Y sientes el vértigo de no poder contestar. No puedes atender tanta auto-demanda. Porque eres tú quien quiere responder, pero no tienes dedos y dispositivos suficientes para, cual Nacho Cano del teclado, contestar a tantos contactos que te desean Feliz Navidad.