Ciplotorio

Sicilio Silicio era tonto. De los cojones.

Y agente de inteligencia. Pero exactamente en ese orden. No en otro.

Se especula si esa combinación le llevó al Ministerio. Lucha antiterrorista. Servicios especiales.

El se creía especial. Sofisticado e inteligentíssssimo. Aunque lo más parecido a un silicon valley que había visto era al canalillo entre las tetas siliconadas de sus amigas. Del burdel. Porque era su destino preferido. Allí podía desahogarse y buscar información de los bajos fondos.

El desahogo era verbal. Pagaba por que le escucharan. Todos sus relatos era falsos. Pero eran su vida. Ellas le miraban, como idas, y él se vanagloriaba de ser ciplotorio. Como todos los agente secretos. Y las chicas parpadeaban levemente. No entendían nada. El tampoco.

En realidad era ciclotímico. Y lo largaba todo, poniendo en peligro cualquier acción.

O se encerraba en si mismo. Con su espiral de información y análisis. En una depresión borrascosa.

Deambulaba por lugares en los que no brilla el sol, con un abrigo de visón blanco. Los lomos peludos brillaban en la oscuridad. Y junto a su generoso volumen y perímetro, le convertían en un objetivo perfecto a la salida de cualquier restaurante, donde solía cenar con su lugarteniente, sus colegas, sus soplones y sus chicas.

Claro que como agente sólo acumuló fracasos. Sin fin. Sin límite. También tiros. Una docena en su cuerpo. Pero sólo lloró el día que le echaron.

El cese fue fulminante. Y eso que sus compañeros y superiores no eran 007. Ni el ministro M. Pero le encargaron ir al norte a neutralizar a la Tigresa. Y casi le destroza el circo al difunto Angel Cristo.

Le pegó fuego a las jaulas de los felinos.

Intentó recuperarse para la investigación privada. ¿Su trabajo? Maridos desolados, mujeres sospechosas. Y desapariciones, y estafas, y personajes públicos sodomizados en orgiasticas ceremonias.

Y con putas. Muchas putas. Porque era ciplotorio.

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