Cuarenta años son ocho veces cinco años. Ese es el tiempo que ha transcurrido desde que, en una soleada mañana de finales de junio de 1977, un avión de la compañía charter británica Monarch inició su rodadura para el despegue por una de las dos pistas del Aeropuerto Transoceánico Madrid-Barajas – ¡qué título tan pretencioso!- con destino al aeropuerto de Luton,.
Un grupo de estudiantes, unos críos, acompañados de un profesor, iban a pasar un mes en Inglaterra, aventurándose en otra cultura, con otra lengua, estudiando todas las mañanas y viviendo en casas y conviviendo con personas a las que todavía ni conocían. Todo eran risas y alegría. Lo normal. Ninguno de ellos sabía que vendría con el tiempo.
Ellos ahora casi ni recuerdan que, a penas dos semanas antes, se acababan de celebrar las primeras elecciones generales desde la muerte de Franco en el 75. Algunos arrastraban la carga ideológica de un falaz período de paz.
Tras aterrizar y pasar los controles fronterizos, un autocar les condujo a través de la campiña inglesa hasta un pequeño pueblo costero de Merseyside: Southport. Conducían al revés. No había sol. El cielo era gris metálico y llovía.
Tras detenerse el autocar junto a un viejo colegio de ladrillo rojizo y suelo de madera, que crujía, como las casas de Poldark, o Davinia, o las hermanas Bronte, bajaron uno a uno y se dirigieron al encuentro de personas extrañas, que se fueron haciendo cargo de cada uno de ellos. Los coordinadores dieron instrucciones sobre los horarios de asistencia a las clases, que empezarían al día siguiente. Luego, cada uno de los pequeños se fue metiendo en un coche y desapareciendo.
No había móviles, no había internet, no había whatsapp. No había ningún cordón umbilical que uniera a los críos con sus padres. No había padres helicóptero. No había miedo pese a que estaban en el extranjero, en Inglaterra, la pérfida Albión.
Entre clase y clase, había risas, competencia, juegos, deportes, muchos «flakes» de chocolate incrustados en los helados, sandwiches de pasta de pescado con pepino y vinagre, fish & chips en cucuruchos de papel de periódico los viernes por la noche, bailes lentos en la discoteca del YMCA, primeros besos, amores huidizos, viajes por el Lake District, por Liverpool – cómo los Beatles podían componer canciones alegres en un sitio tan sucio -. Y por Manchester.
Y lluvia. Mucha lluvia.
Ahora, cuarenta años después, cuando hablamos, seguimos siendo los mismos niños que entonces, dos cabras locas con algunas cicatrices. Pero el tiempo no nos ha estropeado todavía.
¡ Uf, qué recuerdos ¡ Yo soy uno de los niños que estuvo en Southport en aquél viaje al terminar la EGB. No estábamos en la misma clase, por lo que no te traté mucho, pero sí en el mismo curso.
Para mí fue la primera vez que estaba fuera de casa sin mis padres durante semanas, y lo pasé muy bien. Fue una experiencia muy positiva. Conocimos a chicos de países de todo el mundo y se producían situaciones muy divertidas. Tú hablas de la discoteca de la YMCA. Yo recuerdo que Ma Baker se oía por todas partes allí y, luego, también al volver a España.
Un día, fuimos todos a una piscina cubierta y me impresionó lo bien que nadabas.
Admiro el conocimiento y el éxito, que sé que son fruto del trabajo y del esfuerzo. Por eso, te felicito por la extraordinaria carrera que has desarrollado. He visto tu curriculum y me parece admirable. Te veo con frecuencia en televisión y tus intervenciones me parecen acertadas y claras ante la dura situación que estamos viviendo, más aún para los que estáis en el sector sanitario.
Ha sido muy agradable contactar contigo y rememorar esos tiempos de la infancia que yo viví con mucha alegría (a ti te recuerdo también con una expresión alegre en la cara).
Un placer Gonzalo coincidir por aquí. Desde luego, mi exposición televisiva en estos tristes tiempos habrá hecho más fácil traer recuerdos. Espero que te vaya bien, cuídate mucho y mis mejores deseos para ti y tu familia en 2021.