Por mucho que me gusten los juegos, éste me intranquilizaba; desconocía las reglas. Y no era un maldito juego. ¡Joder! ¿Por qué? ¿Sólo por haberme apropiado de un iPhone 7? De ninguna manera. No era una broma inocente. Ni un error. Con mis fotos, las que nadie debería tener. Nunca he sido una mujer temerosa. Ni tímida. Ni condicionada por la vergüenza a exponerse. Lo mío es más un asunto de control.
La incertidumbre sobre la naturaleza de la partida era causa suficiente para que me encontrara incómoda y perdida. Peor era el hecho de no saber con quién estaba tratando. Me atormentaba
¿Debía abandonar? Seguro. Pero no podía porque ni siquiera dependía de mi. A la vez, algo dentro me impulsaba a seguir investigando para conocer la verdad. Porque si no, nunca descansaría, no habría un momento de paz en mi cabeza.
¿Un hombre? ¿Una mujer? ¿Quién? Quizá debía volver mi memoria hacia Nueva Orleans, a aquellos años en los que vivía sólo para experimentar. ¿Cómo recordar algo que se remonta casi quince años atrás?
La memoria la guardo en cajas exóticas, como los zapatos, mis pendientes, los suéter, las fotografías en el ordenador o los expedientes sobre todas las personas que he entrevistado a lo largo de mi vida profesional. Todo, menos mis recuerdos, está en mi casa. Bueno, lo digital tampoco. En realidad reside deslocalizadamente en algún lugar de la República Checa, Brasil, Bélgica o la República Srpska. Todo codificado y clasificado. Incluso con una fotografía en el exterior de las cajas de zapatos, para saber lo que se esconde dentro sin tener que abrirlas.
Mis recuerdos son imágenes. No tienen texto, pero si contexto emocional, que resulta imprescindible para la atribución de significado. Y para hacerlos accesibles a los demás, si decido compartirlos. Además, todo tiene su orden. Cada caja está en mi armario mental. Son cajas de marfil, serigrafiadas con motivos que aluden a la naturaleza de los eventos que almacenan. Eso me hace muy fácil localizarlas en las estanterías que distribuyo en cuatro de mis lóbulos cerebrales, temporal derecho e izquierdo y parietal derecho e izquierdo. Los frontales los dejo libres. Esos son para crear y disfrutar. Allí sólo mezclo y elaboro conexiones para fabricar nuevas situaciones. No me gustan que me restrinjan, por ello simulo el futuro. Y al hacerlo, lo creo. Sólo vivo lo que ya ha funcionado en mi cerebro. De esa manera, no hay frustración, ni fracaso, ni desilusión.
Cualquier cosa que me ocurra, ya la he vivido antes. Por eso este juego me descentra…. ¡Dame tormento!