Quizás mamá nunca le quiso demasiado. Quizás sus gustos eran elitistas. Quizás se sentía solo.
Lo cierto es que la persona a la que más admiraba era a él mismo.
No quería darle importancia al asunto. Incluso forzaba su discurso para no parecerlo. Pero resultaba inevitable.
Un pequeño gesto o un par de palabras inadecuadamente entonadas le delataban.
Intentaba ser caritativo a base de decirle a los demás lo equivocados que estaban al no ser como él.
En lo espiritual y en lo material, se sentía habilitado intelectual y éticamente para demostrar al mundo que él, y sólo él, podía mostrar el camino a una horda de almas perdidas en este mundo de información deslocalizada.
Su voz y su figura le acompañaban. Con una cándida languidez mostraba su desdén por un mundo que no le contuviera a él dentro. O que no cupiera en él.
Por eso daba igual lo que pensaran los otros. El era el hombre que se iba a casar consigo mismo.