No sabía cómo llamar la atención.
Porque para algunos hombres nada es nunca suficiente.
Por eso dicen que existen los Ferraris. Porque hay hombres que creen que sus genitales no tienen el tamaño adecuado.
Así que se dedicó a gritar el nombre del lobo.
Para asustar.
Para que le miraran.
Gritó una y otra vez.
Hasta desgañitarse.
Hasta perder la voz.
Esperando que su abuelito le hiciera caso.
Hasta que el lobo se lo comió.
A él.