La puerta de la cocina de la Ostería Margutta se cerró de golpe desde dentro. Los que allí estaban huyeron al ver el resultado del tiroteo. Yo, por más que me esforzaba en encontrar una conexión entre todos los presentes, no conseguía entender en medio de qué situación me encontraba.
Había supuesto que Vicenzo y Pietro se conocían. Incluso que eran amigos. Obviamente, Francesca también. Pero no había caído en que los dos sacaron sus armas y las depositaron encima de la mesa. Si se desarmaron, es que no confiaban.
Tal como me había dicho Pietro, Chiara estaba de emocionalmente relacionada con él. Y Los dos habían disparado al bufón. La misma Zron le había rematado en el suelo.
Francesca intentó alejarse a trompicones buscando una salida ¿Y las otras dos parejas?
Chiara no dudó. Ni le tembló el pulso. Acorraló a Francesca en una esquina y le disparó en la cabeza. Las paredes de la Ostería se salpicaron de rojo. Casi a la vez, Pietro descargó el tambor de su revólver en las otras cuatro personas, las dos parejas ruidosas, que ingenuamente se habían escondido detrás de la barra. Después de la bala que había gastado con Vicenzo, tuvo al menos una para cada uno, aunque uno de los hombres recibió dos.
– ¿Pero qué estáis haciendo? – les grité a Chiara y a Pietro. Se había hecho el silencio en la sala. Sin embargo, mis oídos no paraban de pitar.
– Tenía alguna cuenta pendiente con ese cerdo – me contestó Chiara. En su voz percibí más odio y rabia que profesionalidad.
– Nos dedicamos a trabajos muy serios, Gustavo. Una cosa es que Il Profesore quisiera salir del gobierno y otra muy distinta que la gente de Il Cavaliere se haga con todos nuestros negocios y canales de distribución – añadió Pietro.
– ¿Qué negocios? – pregunté ingenuamente, como si no hubiera visto a Al Pacino
– Nunca me preguntes sobre mis negocios – me contestó Pietro entre risas. Después, se dedicó a limpiar su arma con una servilleta de tela azul.