La vida secreta de Gustavo Klint

– Te envidio porque me tienes – fue todo lo que dije. Y me marché. No sabía el motivo por el que había pronunciado esa frase. Aparentemente, no tenía ningún sentido en ese momento en el que desfilaba hacia la puerta del Gran Hotel de la Minerve.

Pero me salió así. Seguramente, sólo pretendía mantenerme en su cabeza. Si quería conocer «La vida secreta de Gustavo Klint» tendría que hacer algo más que preguntar. Demasiado barato. Una promesa por cumplir no me parecía una tasa suficiente alta.

Gotta me hoping you’ll page me me right now, your kiss.
Gotta me hoping you save me right now.

Me sentía tranquilo mientras me dirigía por la Via della Minerva hasta la Piazza della Rotonda. Allí me detuve unos minutos para contemplar el Panteón, tan antiguo y tan sólido a la vez. Me vino a la memoria el recuerdo de aquella otra fría noche del mes anterior, el 22 de Enero de 2008, en la que me topé con Romano Prodi y Giorgio Napolitano. Casualmente. Me sirvió para confirmar que mi plan avanzaba.

Ambos, el Primer Ministro y el Presidente de la República italiana, conspiraban junto al Panteón, rodeados por varios agentes de su servicio de seguridad. Al día siguiente se votaría la moción de confianza en el Senado.

Mi misión había muy simple en aquella ocasión. Me tenía que asegurar que el día 23 de Enero el Primer Ministro de Italia, Romano Prodi, presentara su dimisión al Presidente, tras haber perdido la votación. Serían 156 frente a 161 votos. Y una abstención.

Yo mismo me encargué de susurrarle la justificación a Clemente Mastella: «Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce«.

Continuará…

Nota del autor: Basado en hechos reales. Algunas de las expresiones se pronunciaron realmente por los mencionados.

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