…Continuación de Licencia para matar
Mientras Gustavo cantaba, las señoritas seguían cruzando.
Desapareciendo.
Puerta tras puerta.
Gustavo las perseguía discretamente.
Con la mirada.
Extremadamente delgadas.
Sin caderas.
Estrechas.
Con su inherente gelidez, seguía entonando canción tras canción.
Y, simultáneamente, fijándose.
Hasta que, por fin, cayó.
No sólo quien le había abierto la puerta.
Mujeres que eran hombres.
U hombres que eran mujeres.
Hombres que eran mujeres, que eran mujeres que gustaban a hombres.
«you’ll find a god in every golden cloister
and if you’re lucky then the god’s a she»
Klint estaba anticipándose.
Qué más daba.
Algunos gustaban de la situación.
Y mucho.
Sin embargo, el mundo exterior no había madurado.
Lo suficiente.
Era 1993, en Hong Kong.
Y la orientación sexual, fuera, todavía, no era opcional.
Eso no pasaría hasta el siglo XXI.
El estaba allí por otra razón.
Otros juegos.
Jugaba más fuerte.
A una especie de ajedrez.
Un juego de inteligencia.
Y poder.
En el que los golpes se daban siempre por encima de la cintura.
Ahora bien, para que negarlo.
Le gustaba mirar este otro juego.
Comunicación.
Metiéndose en los demás.
Y controlarlo.
Pero, las reinas que se movían por allí no le excitaban.
No como a Lian Xi.
Uno de los mejores pilotos de Taiwan Airlines.
Ejemplo en la profesión.
Hombre de familia.
Pero siempre entre Europa, el Medio y el Lejano Oriente.
Y Hong Kong le ofrecía refugio.
En un trabajo rutinario, que le había desequilibrado.
Agrietado por dentro.
Se detenía allí en el camino de vuelta desde Europa.
Semanalmente.
Antes de volver a Taiwan.
Alcohol.
Mucho.
Tanto como para adormilarle.
Le ayudaba a que el tiempo volara.
Entre segmentos.
Borraba la memoria de acceso temporal.
Y obtenía otra diversión.
De la que no se encontraba fuera.
Al menos en la cantidad que Lian necesitaba.
Continuará…