Mi Lady Chatterley y su Bruce Chatwin

Cuando me puse a leer el libro, me acordé. Me lo había regalado y dedicado una paciente británica, a la que intervine de no-recuerdo-qué, hace tiempo. Para ustedes y para mí siempre será Lady Chatterley. Lo que ocurrió fue, más o menos, como me dispongo a contar.

Me abordó en la consulta, según iba a atravesar el corto pasillo que conduce desde el cuarto de exploración hasta la sala de recepción de las enfermeras. Al verla no tuve tiempo de reaccionar ni de articular palabra, porque rápidamente extendió sus brazos, me sujetó por los hombros y juntó su mejilla a la mía. Evidentemente, le devolví el gesto de cariño ocluyendo mis labios y aspirando el aire a su través, para producir ese efecto sonoro, no siempre agradable, que llamamos beso. Beso al aire, sería más preciso.

Tras soltarme, y todavía en silencio, dirigió su mano izquierda a las asas del gran bolso de paño que colgaba de su brazo derecho y que había mantenido en equilibrio mientras me tenía apresado por los hombros, y tras separarlas extrajo un libro con una cubierta color ocre, en cuya portada se veía la foto de un adolescente de piel oscura manipulando un largo palo y de pie sobre unos troncos en la orilla de una laguna cubierta de niebla.

Todavía no había empezado a soltarle el convencional saludo al que recurro en estos momentos, “Me alegro tanto de verla, Lady Chatterley”, cuando se adelantó a decirme “Querido doctor, menos mal que le he encontrado aquí. Venía a despedirme porque me vuelvo a mi país. Pero no quería marchar sin entregarle Los trazos de SU canción o las huellas de SU ensueño. Porque usted ha sido mi Bruce Chatwin”.

Confieso que no sabía qué decir. Ni qué hacer. Me quedé paralizado. Nadie a lo largo de tantos años se había despedido de mí en esa forma. He tenido pacientes que han llorado, otros que han reído, los ha habido que se han enfadado conmigo, algunos habían fallecido sin tener la ocasión, y los menos, simplemente, no vinieron nunca a decirme adios. Sin embargo, esta mujer se había presentado de repente para regalarme un libro y decirme que había sido su Chatwin particular. Comprenderán que, en cuanto tuve tiempo para sentarme en la consulta de nuevo y ya a solas, no tardé en coger el libro y empezar a ojearlo .

Si he de ser sincero, nunca había leído nada de Chatwin. Hay miles de escritores de los que no he leído nada porque no tengo tiempo. Así que, antes de avanzar con el libro, me puse a curiosear sobre su autor. Al fin y al cabo, algo común debía haber entre ese inglés y yo para que Lady Chatterley nos asociara. Para ello, y entre visita y visita de los pacientes, usé el ordenador de la consulta y navegué por las páginas que parpadeaban en el buscador de la red.

De entre las 10 entradas por página que aparecen en Google cada vez que le das a SIGUIENTE, atrajo mi atención un artículo de 1989 de El País titulado “Murió Bruce Chatwin, uno de los más brillantes escritores británicos…Víctima de una enfermedad ósea, falleció en Niza a los 48 años”

Y en él se podía leer “El escritor británico Bruce Chatwin, autor de En la Patagonia y Los trazos de la canción, entre otras obras, falleció el pasado miércoles en Niza a los 48 años, víctima de una enfermedad ósea que contrajo en 1985 durante un viaje a China. Su inesperado fallecimiento ha dejado a la literatura mundial sin uno de los últimos practicantes de la literatura de viajes, concebida como género literario específico y no como simple reportaje.”

Yo no estoy muerto ¿verdad? Pues no. Así que esa no debe ser la similitud a la que mi paciente se refería. Ni escribo libros ni soy uno de los máximos exponentes de las literatura. Tampoco he contraido ninguna enfermedad en mis viajes. Por otro lado, ¿qué enfermedad osea se puede “contraer”?

Compulsivamente, presa de una inquietante curiosidad, volví a teclear. Chatwin parece que había sentido una inmensa atracción por Africa. Y si hay un continente donde se puede “contraer” algo, es ese. Por ello me pareció más apropiado buscar “enfermedad ósea, áfrica” que “enfermedad ósea y china”. Los resultados parecían de lo menos atractivo: enfermedad de paget ósea, médica de Tarragona, enfermedades óseas: sociedad española de reumatología…. Pero la siguiente, por casualidad, llevaba por título “El sida, 25 años después de los primeros casos. ¿Replantearse el…?” Y continuaba “O sea, caben en el saco del sida enfermedades preexistentes en África asociadas a malnutrición y miseria. Incluso geográficamente, las zonas más …”

Sorprendentemente, el buscador había confundido “osea” con “O sea”. Como los pijos al hablar.
¿Sería casualidad? ¿Serendipity? No pude resistir más la curiosidad y tecleé “bruce chatwin, sida” y apareció la Wikipedia….”Chatwin nació el 13 de Mayo de 1940 en Sheffield, Yorkshire. Su infancia transcurrió en West Heath en Birmingham (entonces en Warwickshire), donde su padre ejercía como abogado. Se educó en el Marlborough College, en Wiltshire y más tarde en la Universidad de Edimburgo”

Ahí estaba la explicación de la razón por la que Cardín, en el artículo de El País, hablaba de una enfermedad osea. Recuerden que era el año 89:

“Hacia finales de los 80 Chatwin desarrolló el SIDA. Fue uno de los primeros afectados famosos en Gran Bretaña y, aunque trató de esconder su enfermedad, haciéndo pasar los síntomas por una infección o los efectos del mordisco de un murciélago chino, era un secreto escasamente guardado. No respondió bien al tratamiento de AZT y, con su condición deteriorándose rápidamente, Chatwin y su mujer se fueron a vivir al Sur de Francia, a la casa del que una vez fue su amante, Jasper Conran. Allí, durante sus últimos meses, Chatwin fue atendido por su mujer y por Shirley Conran. Murió en Niza en 1989 a la edad de 48.

Se celebró un funeral en la iglesia ortodoxa griega del Oeste de Londres el mismo dia en que fue anunciada la fatwa contra Salman Rushdie, un amigo cercano de Chatwin que estaba en él. Paul Theroux, que fue una vez amigo de Chatwin y compañero de letras, escribió sobre este evento condenando a Chatwin por no reconocer que la enfermedad que le mataba era el SIDA.”

Primer misterio resuelto. Pero aún quedaba el más importante. ¿Por qué Lady Chatterley me había nombrado su Bruce Chatwin particular?….

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