Chica mala

… Continuación de Amor Rápido

Los hay que sólo buscan dejar sus genes.
Es cuanto necesitan.
En el reservado.
O en un cuarto oscuro.
O en una cama redonda.
Por el amor rápido.
Y por el placer asociado.
Esa recompensa breve.
Muy breve.
Para algunos brevísima.
Ya.
Casi un calambrillo.
Una descarga que te recorre la espalda.
Y se te clava en el cerebro.
Se entornan los párpados.
Durante unos segundos.
Y se pone el contador a cero.

Esa ventaja evolutiva para garantizar la reproducción de las especies.
Para que, a pesar de los depredadores, te pares en medio de la sabana.
Y consumas tus limitadas energías en un ejercicio que te puede acarrear la muerte.
Si te despistas.

O descendencia.
Por los que sacrificarse.

Otros disfrutan más hablando.
«Gustavo, hablas mucho. Demasiado».
Me lo repetía mi madre.
Con su acento austriaco.
Y su aspecto de Julie Andrews.
Entre sonrisas y lágrimas.

Tenía razón.
Cuanto más triste estoy, más hablo.
Como si vomitar mis penas me aliviara.
Porque me quita la angustia.
De ahí dentro.
Del centro.

Unos pocos, muy pocos, saben sacar el máximo de ambos actos.
Un proceso de comunicación.
De preparación para el intercambio de información.
Del preludio.
Del juego, casi mecánico.
De la fricción.
De la palabra.
Del contacto.
De la anticipación.

En ese momento me había cegado.
Por mi mismo.
Mientras tenía a esa escultura carnal entre mis piernas.
Seguro que ella estaba esperando algo más que una historia.
¿Y qué hacía yo?
Contarle mi vida.

Al entrar, nos habíamos sentado en un taburete.
Negro.
Con un pequeño respaldo.
Podía recostarme.
Ella se había levantado del suyo.
Y puesto entre mis piernas.
De pie.
Mirándome de frente.
Mientras le iba disparando mi vida, pasaba sus manos por mis muslos.
Rozaba los suyos con mis rodillas.
Una piel tibia.
Y suave.
Muy suave.
Una chica mala.

En un breve espacio de tiempo, nací, crecí, me enamoré una, dos, trescientas veces…
Cuando llegué a contar como sufría, en silencio, por el ejercicio de mi profesión me dijo:

– Seguro que como eres médico me puedes ayudar…

Me lo tenía merecido

Continuará…

Tito

Nunca supo si fue aleatorio.
O el resultado de la intención.
Tito la vio en algún sitio.
Iluminada por focos.
Enmascarada por el maquillaje.
Catódica.
Y la buscó por el universo.
Hasta dar con ella.
Digitalizada.

Ya nunca más paró.
Empezó a seguirla.
En cada canal.
O red.
Con una propuesta.
La misma.
Un mensaje.
De entrega.
Semana a semana.
Mes a mes.
Año a año.
Tito no dejaba de insistir.
Y ella de rechazarle.

«Tú no eres lo que yo quiero»

Pero un día, sorpresiva e inesperadamente, se encontraron entre la multitud.
En medio de una gran audiencia.

Fue ella quien le vio
Se aproximó.
Directa.
Sin dudarlo.
Sin pensar en su reacción.
Ni le importaba.

Se acercó tanto que a Tito se le nubló la vista.
Extendió su mano derecha.
Apretó la de Tito con fuerza.

– Buenos días.
– Hola

Y Tito sintióse desfallecer.
No supo reaccionar.
Ni qué decir.
En un breve instante.
Sus deseos se habían hecho de carne.

Pese a todo, continuaría.
Por cualquier medio.
Haciéndole saber que estaba allí.
Para ella.
Nunca dejaría de recordarle que, sin exagerar, sería lo mejor que jamás podría tener.

Amor rápido

….Continuación de Reservado

Nos sentamos.
En la oscuridad del reservado.
Uno frente al otro.
Ella desnuda.
Completamente.
Con una piel luminosa.
Que seguía brillando.
Yo continuaba todavía empapado.
Pero me fui quitando la ropa.
Mientras, me miraba y me iba preguntando

– ¿Y qué haces aquí?
– De visita – casi adelantándome – No podía dormir.
– Parece que conoces el sitio.
– Nací en España. En la Mancha. Pero soy vienés. Mi familia es austriaca. Y vengo con frecuencia.

«Como Freud. O Winiwarter. O Buerger. Médico. Un médico vienés nacido en La Mancha» me recordé a mi mismo.

– ¡Qué interesante! – exclamó esa desconocida figura desnuda, de acento eslavo.

Y continuó – ¿Y cuál es el motivo de tu visita? ¿A qué dedicas?

«I was born.. I grew up» dijo Charles Dickens a través de David Cooperfield.

Quería saber la historia de mi vida.
¿Seguro?
¿De verdad quería?
Sin más.
Escuchar por escuchar.
Por conocer mis recuerdos.
Por oír como vaciaba mi memoria.
Una desconocida.
Sin otro interés.
Con nada que ganar.
Y nada que perder.

No lo pensé.
Me dispuse a descerrajarle mi vida.
A bocajarro.
La del caballero imperfecto.
Desde el principio.
Ella no parecía tener prisa.
Yo no quería amor rápido.

Echaba tanto todo de menos, que serviría para aliviar mi amargura.

Mi vida le iba a reventar en pedacitos, dentro de la cabeza y en el centro del corazón.

Continuará

Es mentira, estúpido!

Los servicios sanitarios, todos, están diseñados para y su misión es la provisión de servicios, no la obtención de resultados favorables en la salud de las personas y las sociedades.

Esto genera 3 grandes problemas:

1. Son ingestionables
2. Son impredecibles
3. Son insostenibles (más con lo mismo o lo mismo con menos)

Lo que no mides no se puede mejorar.

Y como no medimos los resultados relevantes para los pacientes, ES MENTIRA que el sistema esté centrado en el paciente.

Y lo seguirá siendo. Hagamos todos los programas de crónicos que hagamos.

Mi recuperación

Le miré antes de decirle adiós.
Cogí su mano.
Antes de declarar su muerte.
Oficialmente.
Antes de dejarle ir.

No me oiría.
Ni me vería.
Pero esperaba desesperadamente.
Que me sintiera.

En una sala blanca.
Abandonaría el mundo.
Rodeado de pequeñas luces parpadeando.
De pitidos.
Y de otras personas que me observaban.
Mientras ayudaban a otras personas.
Incrédulas.
De verme hacer lo que no se esperaban.

Había estado sentado a su lado.
Desde que terminó la cirugía
Habíamos revuelto su cuerpo.
Buscando una causa que se nos escapaba.
Un traumatismo.
En coche.
En una mañana.
En la M30.
Habíamos abierto su abdomen.
Habíamos cortado su esternón.
Y visto su corazón luchando frenéticamente
Por bombear.
Algo.
Sangre.
Que se escapaba por las costuras.

Mi recuperación.
Por desafiar lo que no se puede.
Por hacer lo que decidí.
Por buscar la paz interior..

Reservado

…. Continuación de Represión

Se había puesto de moda.
Entre las señoras.
Y las hijas.
Y los maridos.
Amantes.
Amados.
O no.

El cuero.
Y la seda negra.
Y las palmadas.
Aprendieron rápido los nombres.
Spanking lo llamaban.
Cuando leían.
Nombrando lo que no necesitaba nombrarse.
Organizando lo que no se organizaba.
Vocalizando.
O
Otra Historia de O.

Las pequeñas perversiones.
Como una plaga.
De gusto dudoso.
En polyester.
Para consumo.
En sesiones de tuppersex.
De búsqueda de complicidad con minúsculas sonrisas.
Como su ropa interior.
O de sexware.
Para consumo en grandes superficies.
Superficialmente profundo.
O profundamente superficial.

Y los chicos listos habían estado atentos.
Como los depredadores saben.
Todas sus presas pasarían por el mismo río.
Habría que esperar entre las estanterías.
Con un libro en la mano.
Ojeándolo.
Como leones entre cebras.
Con rayas que distraen.

Las dudas.
Las miradas esquinadas.
El leve temblor cuando cogen el libro.
Como un secreto compartido.

En eso estaba convirtiéndose también Babylon.
Y me costaba aceptarlo.

Ella se dejó llevar.
De mi mano.
Hasta un reservado.
Con algunos orificios en sus paredes
Para ojos en la oscuridad.
Pero no colmillos de vampiro.
Allí estaríamos a salvo.
De las largas manos.
Un sitio más tranquilo.
Donde ella me pudiera ayudar.
Y secarme.

– ¿Cómo te llamas? – me preguntó
– Gustavo – le respondí.
– ¿A qué te dedicas?

Continuará…

Los golpes, siempre por encima de la cintura

…Continuación de Licencia para matar

Mientras Gustavo cantaba, las señoritas seguían cruzando.
Desapareciendo.
Puerta tras puerta.

Gustavo las perseguía discretamente.
Con la mirada.
Extremadamente delgadas.
Sin caderas.
Estrechas.
Con su inherente gelidez, seguía entonando canción tras canción.
Y, simultáneamente, fijándose.

Hasta que, por fin, cayó.
No sólo quien le había abierto la puerta.
Mujeres que eran hombres.
U hombres que eran mujeres.
Hombres que eran mujeres, que eran mujeres que gustaban a hombres.

«you’ll find a god in every golden cloister
and if you’re lucky then the god’s a she»

Klint estaba anticipándose.
Qué más daba.
Algunos gustaban de la situación.
Y mucho.
Sin embargo, el mundo exterior no había madurado.
Lo suficiente.
Era 1993, en Hong Kong.
Y la orientación sexual, fuera, todavía, no era opcional.
Eso no pasaría hasta el siglo XXI.

El estaba allí por otra razón.
Otros juegos.
Jugaba más fuerte.
A una especie de ajedrez.
Un juego de inteligencia.
Y poder.
En el que los golpes se daban siempre por encima de la cintura.

Ahora bien, para que negarlo.
Le gustaba mirar este otro juego.
Comunicación.
Metiéndose en los demás.
Y controlarlo.
Pero, las reinas que se movían por allí no le excitaban.

No como a Lian Xi.
Uno de los mejores pilotos de Taiwan Airlines.
Ejemplo en la profesión.
Hombre de familia.
Pero siempre entre Europa, el Medio y el Lejano Oriente.
Y Hong Kong le ofrecía refugio.
En un trabajo rutinario, que le había desequilibrado.
Agrietado por dentro.

Se detenía allí en el camino de vuelta desde Europa.
Semanalmente.
Antes de volver a Taiwan.
Alcohol.
Mucho.
Tanto como para adormilarle.
Le ayudaba a que el tiempo volara.
Entre segmentos.
Borraba la memoria de acceso temporal.
Y obtenía otra diversión.
De la que no se encontraba fuera.
Al menos en la cantidad que Lian necesitaba.

Continuará…

Represión

…Continuación (de Brillaba como un diamante)

Sentí una enorme decepción.
Incluso en Babylon.
Se habían infiltrado.
Caperucita y el reprimido de Grey también.
La empatía afectiva tiene la culpa.

La represión es infinita.
Entre los humanos.
Y los reprimidos son un universo.
La frustración y la oscuridad de sus deseos les lleva a cometer horrendos crímenes.
Que esconden.
Los cobardes viven fingiendo.
Fingiendo bondades de las que carecen.
Y dando lecciones al resto.
O lo contrario.
Los valientes se atreven.
Las exhiben ante el mundo.
Incluso en orgías de violencia masiva.

Y más algunos…
Uno terminó creando campos de exterminio masivo.
Y justificándolo.
Otro, secuestró la inocencia y la torturó durante años.

Lo conocía bien.
Mi infancia.
Entre amigos y conocidos
En el colegio.
Los reprimidos me habían perseguido.
Y ahora.
En mala hora.
Ahora la represión era mercancía.
Para consumo masivo.
En una gran superficie.

El sonido bombardeaba las paredes.
Haciéndolas vibrar.
De repente, se levantaron varias cabezas.
Los intangibles efectos de una voz.

Got me looking so crazy right now
«Oh oh, oh oh, oh oh oh no no..»

Me acerqué de nuevo a ella.
Con la mano izquierda, me ajusté la cinturilla del pantalón.
Y extendí la otra, para ayudarle.
Ella se levantó.

Salimos del cuarto.
A media luz.
No quería seguir escuchando.
Me traía malos recuerdos.
Terribles recuerdos.
De decepción.
Y dolor.
Dolor que tenía que ahogar.
Como fuera.
Con quien quiera.
En cualquier sitio.
Menos allí.

Continuará…

Licencia para matar

…Continuación

No había sido casualidad.
Entrar en esa calle.
Caminar esa acera.
Sortear a los miles de cuerpos.
Concentrados
Por centímetro cuadrado.
Llegar hasta aquel edificio.
Encontrarse delante de «New York»
Conocer la contraseña.
Y entrar.
Al karaoke.
Y cantar.

A Klint le dijeron que le encontraría allí
Solía pasar las noches.
Cuando hacia parada técnica, en sus vuelos con un Boeing 747.
Encerrado en alguno de esos cuartos.
Con alguien de su tripulación.
Bañados en alcohol.
Y música.
Casi vivía allí.

Aterrizar en Kai Tak no era fácil.
En el primer vuelo menos.
Dejaba Taipei a las 6:30 am.
Llegaba a Hong Kong a las 7:00 am
Había que parar el Boeing 747-400 en la pista.
Estaba acostumbrado a hacerlo en la 13.
A tiempo.
Y seguro.
Sin terminar en la bahía de Hong Kong.

Intentaba entrar alineado.
Después de virar.
Eso era si no había tormenta.
Aunque de vez en cuando, el ordenador le avisaba del peligro.
Intentaba no escorarse entre edificios.
Con el viento cruzado.

Empujaba el tren de aterrizaje a 150 nudos.
Contra el suelo.
Y les daba tiempo a frenarlo.
Frenos.
Thrust reversal
Todo menos sobrepasar el final de la pista.
Que apuntaba directamente al mar.

Porque ¿qué pasaría si terminara en al agua?
Muy probablemente, a los pasajeros, nada.
El servicio de rescate de Kai Tak estaba siempre alerta.
Porque conocían el riesgo.
Había planes para trasladar el aeropuerto a otro isla
Pero mientras, si se cayera un aparato a la bahía, se perdería todo el cargamento que transportara
Y un Boeing 747-400 transporta mucha carga.

Su objetivo parecía frágil.
Un pequeño cuerpo.
Asiático.
De Taiwan.
Era un piloto entrenado en el ejercito.
Durante años y años.
En F4 norteamericanos, vendidos para proteger del peligro continental.
Hilarante.
David contra Goliath.

Klint le había visto en fotografías.
En todo tipo de posiciones y posturas.
En vídeo.
En situaciones de las que no se nombran.
Memorizó cada rasgo.
Gesto.
Ademán.
Para distinguirlo de otros 5 millones.
Que a él le parecían absolutamente iguales.
Y cuyos rostros le parecían mudos.
No le decían nada.

Pero pese a sus diferencias, tenían cosas en común.
Klint y el piloto.
Pilotar, como operar, es tener una licencia para matar.

Continuará…

Obsesionado

Continuación…

I want to feel your heart and soul inside of me
Let’s make a deal you roll, I lick
And we can go flying into ecstasy
Oh darling you and me
Light my fire
Blow my flame
Take me, take me, take me away

Y Gustavo siguió susurrando.
Obsesionado.
Haciendo las segundas voces.
Para que no le escucharan detrás de las puertas.
Hasta que la canción se apagó.

Mientras aparecía un avance de la siguiente música, pensó.
Poco.
Porque no estaba convencido.
Ni de humor.
Ni en su mejor momento.
Pero pensó.

Tenía que obtener la información que le pidieron.
Era lo que le había llevado allí.
A un karaoke.
En Kowloon.
A cubierto por una estancia.
En un departamento de cirugía.
Como un brillante académico.
Como él.
El doctor Gustavo Klint.

Le habían convencido.
Según todos, era el más adecuado.
Porque nadie iba a sospechar de un cirujano de su prestigio.
Dedicado afanosamente al trabajo.
Al estudio.
A la investigación.

Pero estaba desconcertado.
Y al cantar, sentía que le temblaba la voz.
Aunque lo había calculado todo y medido todo.
Carecía de control.
Su control.
Esa capacidad de mantenerse impasible, cuando cualquier otro humano se hubiera roto.
Nunca le había temblado nada.
Ni las manos.
Ni ninguna decisión.
Incluso las erróneas.

Ahora.
De repente.
Se encontraba desarmado.
No conseguía leer a los nativos del lejano oriente.
Sus caras le resultaban un borrón.
No podía ejercer su incomparable capacidad de copiar.
Gestos.
Expresiones.
Acentos.
Palabras.
Deseos.
Ideas.
Habitualmente, las utilizaba contra sus creadores.
Klint devolvía las palabras e ideas ajenas como arietes.
A la corteza prefrontal en los hombres.
A la amígdala en las mujeres.
Pero ahora no podía.
En Hong Kong era imposible.
Un ser proteiforme sin patrón que copiar.
Sin cultura que asimilar.
Sin sentimientos identificables que poder fingir.
Se encontraba absolutamente desarmado.
Y obsesionado.

Un hombre que él había tomado por mujer.
Mujeres que no hacían ruido al caminar.
Humanos entregados a sus perversiones en silencio.
El Dr. Klint se encontraba en la nada emocional.

Así que volvió a cantar.
Obsesivamente…. And I go back to black…

Continuará…