¿Es un crimen?

Disimulé el temblor apoyándome contra la pared. Me esforcé por compensarlo y busqué formas de no desequilibrarme, pero la debilidad me recorría desde las caderas a las rodillas, lo me que traía la terrible sensación de que, inminentemente, me fallarían las fuerzas y las piernas dejarían de sujetarme, porque se doblarían convirtiéndome, finalmente, en una marioneta. Caería como un trapo, informe, sobre mi mismo.

Sostenía el teléfono a la altura de mi rostro. Lo apartaba y lo aproximaba de nuevo. Leía y releía, como si al hacerlo mucho, y rápidamente, pudiera ocurrir el milagro y, mágicamente, cambiara el significado de las palabras que me habían entrado por los ojos y que, ardiendo, estaban a punto de explotar.

Gustavo, ha sido un terrible accidente
Qué ha pasado? √√
No me vuelvas a escribir nunca más

Esperaba y desesperé. Deseaba no saber, ignorarlo todo, como si nada nunca antes hubiera ocurrido. Quería que el tiempo pasado retornara al comienzo y en el presente se borrara lo que lamentaba. En vano.

– ¿Te ocurre algo? Tienes mala cara.

– ¡Déjame en paz! No quiero hablar.

Tuve asco del mundo y de mi propia existencia, a la vez. Cualquier ser humano a mi alrededor, o una voz, o todo, desataba una exasperante descarga que recorría todas las terminaciones nerviosas, en cualquier punto de mi cuerpo.

Sería mi cerebro debatiéndose en una lucha asimétrica, pero cuando me intentaron abrazar para confortarme me dolió la piel. Me quemaba por dentro la angustia, entre náuseas y un enorme peso en el pecho, como si toneladas de culpa reposaran en él antes de aplastarme el corazón.

– Por favor, déjame. Prefiero estar solo.

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