Gustavo mira de soslayo el calendario, estratégicamente colgado de una pared en su pequeño cuarto de la casita del Trastevere.
Ya casi no queda 2018.
Ahora puede caminar tranquilo por Roma.
Con decenas de muertos en sus manos,
con esa lánguida mirada vienesa,
con Prodi alejado de la política.
Sin Michaella, sin Zron, sin Pietro.
«Caminando en silencio por la calle, sentía
que a mi espalda la gente en susurros decía,
cómo me has engañado y cómo he acabado
de triste y de solo.
Cómo odio que me hablen en tono beato,
me resulta humillante escuchar,
lo odio tanto.
Qué talento sublime para hacer el daño
anida en la gente
Oh Dios mío, qué ganas de volverme y de
gritarle fuerte: Tú, tú, ¿qué puedes saber
de todas mis caídas, de mi loco ayer?
Estúpidos, estúpidos
No, no sabes nada, estúpido.
¿Dónde está, quién es?
No, sólo Dios lo sabe y yo también»