Estúpidos

…Continuación de Los golpes, siempre por encima de la cintura

Mientras cantaba a destiempo, canción tras canción, Klint se fue acostumbrando al lugar.
Analizando cosas y personas.
Posiciones.
Movimientos.
Inexpresivos rostros, que mostraban pasiones reprimidas.
Instintivamente.
Intuitivamente.
Calculaba.
Una sensación tras otra.
Percepciones.
Intuiciones.
Hasta sentirse tranquilo.
Cómodo.
Sin miedo a lo que no se había incorporado a su tablero.
Pieza a pieza.
En la cabeza.
Alerta por si tenía que escapar.
O actuar.
O ejecutar.

De repente, fijó su mirada una de las puertas.
Sin miedo a llamar la atención.
Ya no lo tenía.

Había tres personas de pie.
Iluminadas por una potente luz.
Una de ellas era reconocible para Klint.
Liam.
Otras dos personas, más altas, permanecían junto a él.
Delante y detrás.
Ajustándole algo alrededor del cuello.
Apretándole.
Pegándose a su cuerpo.
Sería un juego.
Para relajarse.
Nada que temer.
Todo adecuadamente calculado.
En Hong Kong nunca pasaba nada.
No se conocía que los caballeros del imperio británico hubieran sufrido nunca un percance.
Y los señores de Oriente tampoco.

Paró la música.
Otra nueva melodía iba a empezar.
No prestó atención al vídeo.
Estaba ocupado mirando a través de la puerta traslúcida.
La entrega de Liam.
Al placer.
Inesperadamente, por los altavoces se escuchó una voz amarga:

«Camminavo per strada
e in silenzio sentivo
alle spalle la gente
che piano diceva
come tu mi tradisci
e come io sono
finita da sola»

No se la había ocurrido.
¿Cómo podía?
Gustavo se había paralizado con la voz de Ornella.
Poseído por un recuerdo.
Doloroso.
Imborrable.
«Amore mio, amore mio…»

Nadie notaría nada.
Ni parecía importarles.
Sólo a él.
Porque se olvidó de Liam.
Y de la misión que le había llevado allí.
«Stupidi, stupidi»
Un agente esclavizado
Un hombre sin ataduras cosido a sus recuerdos.
Lo había fingido con éxito.
Su frialdad.
Su impasividad.
Su ausencia de apego.

Después de entrenarlo.
De ensayarlo.
Incluso con polígrafos conectados.
Privado de sueño.
Amenazado.
Acosado en situaciones extremas.
O bajo el efecto de drogas diseñadas para destruir cualquier resistencia.
Pasó la evaluación.
Primero en las oficinas.
Luego en נֶגֶב.
Tanta seguridad no había servido para encontrar su punto débil.
La Vanoni.

Al ritmo de la música, extendió los brazos.
Crucificándose.
Echó la cabeza a un lado.
Juntó sus párpados.
Se oscureció la mirada.
Se convirtió en una marioneta.
Derrotada.
Flácida.
A pesar de haber sido vívida hasta entonces.
Como lo son las marionetas animadas por las manos de un niño.
Inquieta.
Incontrolable.
Agitándose continuamente.
Ahora nada.
Una marioneta a la que, súbitamente, cortan algunas cuerdas.
Y pierde fuerza.
Tensión.

Klint había perdido el control.
En un karaoke rodeado de hombres que eran mujeres.
O mujeres que eran hombres.
Y con su objetivo siendo sofocado por placer.

Continuará…

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