El soniquete era insoportable: Papá, ¡cómprame algo!
Y le compró un banco.
Con su consejo de administración.
Con sus accionistas y su consejero delegado.
Tambén muchas oficinas.
Empleados incluidos.
Todo para que se callara y le dejara en paz.
La reputación la compró en efectivo.
Su libertad, en cómodos plazos.