¿Han perdido un paciente alguna vez?

A Rafa. Todavía tengo tu teléfono

Seguro que todos hemos perdido a un ser querido, bien sea por accidente o enfermedad. Pero pese a la proximidad emocional, ustedes no se habrán sentido directamente responsables.

A los cirujanos eso no nos pasa. Casi todos, si nos dedicamos a esto de verdad, tarde o temprano, experimentamos personalmente la angustia de perder un paciente. Puede ser alguien muy conocido y próximo. O no.

Ahora mismo no encuentro palabras para explicarles lo que se siente. Sólo puedo decir que no es miedo. Más bien una tremenda, absoluta e indescriptible desolación.

¿Se atreverían ustedes a experimentarlo? ¿Se atreverían a arriesgarse?

Yo he perdido muchos, pero uno de ellos se había convertido en un gran amigo. Era una de esas personas que te encuentras con el paso cambiado y te preguntas ¿por qué no le encontré antes?, ¿por qué no tuve más tiempo para haber disfrutado de su compañía?

Le operé dos veces y sufrí las dos. No sé si le acompañé yo a él o él a mí. Pero todos los lunes me esperaba frente a la puerta de la consulta.

Semana tras semana.

Mes tras mes.

Y cada día que le veía ahí, sentado en la silla, sabía que era una semana menos para compartir.

Me mentía, como los enamorados mienten para gustar al otro. Me mintió sobre su vida. Me ocultó una parte importante de lo que había experimentado en justa reciprocidad por lo que yo le mentí a él sobre el futuro.

Estuve con él hasta el momento en el que se llevaron su féretro al incinerador del cementerio de la Almudena. Y ahora conservo el libro que escribió sobre la comunicación de masas encima de la mesilla, junto a mi cama. Me lo dedicó el 13 de Abril de 2004: con afecto y gratitud.

¿De verdad se atreverían?

Matar a un cirujano

Hace unos días, desde el Brigham’s and Women, saltaba la noticia al mundo. Un cirujano cardiovascular había sido tiroteado en una planta de hospitalización.

¿Qué pudo haber pasado para llegar a un asesinato y un suicidio en uno de los buques insignia de la Facultad de Medicina de Harvard?

El Dr. Michael Davidson, de 44 años, recibió dos tiros de un desconocido. O no.

Davidson había operado a la madre del asesino, Mr. Pascieri, poco tiempo antes. Este, después de disparar al cirujano, se suicidó en el mismo hospital.

Odio, rencor, frustración, impotencia…

Y esto no sólo pasa en Estados Unidos.

Ahora ya podéis leer en el New England Journal of Medicine: Being like Mike

La soledad del cirujano

¿Se han sentido alguna vez solos? No me refiero a faltos de compañía.

Me refiero a estar cara a cara frente a la nada.

Es esa sensación de vacío y silencio, en el momento en el que ya no valen las guías ni las sesiones clínicas, ni las opiniones de sus compañeros más expertos.

Es la soledad de un individuo que tiene que tomar una decisión sobre la vida de otro, en cuestión de segundos, cuando pasa lo que nunca debería haber pasado. Cuando estás aterrorizado, pero sabes que no puedes abandonar.

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Meto una pinza detrás del páncreas, lo despego de la porta y…

«¡Joder! ¡He roto algo!»

Todo se llena de líquido rojo.

Tibio.

Intento apretar para que pare.

A ciegas.

Pero se rasga más.

«¡Me cago en la puta!» – el miedo me hace gritar.

Un lago viscoso empieza a asomar por la laparotomía y es visible hasta para el anestesista, que no para de pasar más volumen de solución cristaloide, porque la tensión cae bruscamente.

Me mira.

Los ojos del pavor.

Hay agitación y nerviosismo.

Por todas partes.

Y muy dentro de mí.

«Lo siento. Lo sé. ¡Lo siento!»

Aquí ya no hay medicina basada en la evidencia que valga.

«Hay que hacerse con esto» pienso

– ¡Va a sangrar mucho! – se me escucha. – ¡Mucho! ¡Qué no se mueva ni dios! ¡Lo cojo yo!

Pero dentro de uno, todo empieza a ir deprisa.

Y estás solo.

Te pitan los oídos.

Te tiemblan las piernas.

Pero estás solo.

No puedes decírselo a nadie.

Pero casi ni te sujetan, están sin fuerza.

El corazón va más deprisa.

Muy deprisa.

Galopa.

Cuando respiras casi duele.

El aire quema.

Ahora ya no pitan, sólo te zumban. Los oídos.

Todos los sonidos que no vengan de tu cabeza ni se escuchan. Son como susurros sin sentido.

Estás solo.

O lo controlas o se acaba todo.

¡Estás¡ ¡Pero solo!

A esa soledad me refiero.

A ese agujero negro agotador.

En ese vacío, algunos aprenden a diferenciar lo principal de lo accesorio.

Otros pueden verme el corazón latir a través del pecho.

Smartphones en el quirófano

No es fácil hacer entender a las personas que están en el quirófano lo que me molesta el sonido de un teléfono. O el de los mensajes que llegan a los smartphones.

Las distracciones electrónicas pueden llegar a convertirse en un problema de seguridad para el paciente. Por eso me surgen las siguientes preguntas:

¿Debe prohibirse introducir smartphones en el quirófano?
¿A todo el mundo?
¿Está justificado que todo el personal del quirófano entre con el teléfono en el bolsillo?
¿Encendido?
¿Que lo saque para mirar?
¿Que conteste un mensaje?
¿Que conteste una llamada?

Surgery is an obsession that cuts both ways…

Pero la frase continúa: …”but passion and deception slice straight through the heart”.

Me he permitido manipular el siempre impactante slogan de una serie televisiva de Ryan Murphy – Nip/Tuck – para reflejar lo que la Cirugía supone para algunos, ¿o para todos?, de los que nos dedicamos profesionalmente a su ejercicio.

Efectivamente, la Cirugía es una obsesión con un filo muy fino. Y doble. Marca a todo el que se acerca, para bien o para mal. Después nadie sigue siendo el mismo.

Hace algunos años, durante un fin de semana, leí un par de artículos muy interesantes en EP[S], uno de ellos sobre los impostores de la Ciencia y otro sobre los Cirujanos Españoles – quizás alguna mente ”torturada” pueda ver cierta intención maquiavélica en el orden.. ”Your secret is safe with me”-.

De los muchos asuntos que Milagros Pérez Oliva aborda en su artículo, el que me más me interesa últimamente es el de las cirujanas. Será porque trabajo y colaboro con muchas en mi centro, y de vez en cuando he oído cosas con las que no estoy de acuerdo, en absoluto.

¿Son las cirujanos mujeres diferentes a los cirujanos hombres? Me han formulado muchas veces esa pregunta. En algunas ocasiones me ha parecido creer que la cuestión llevaba implícita una afirmación ulterior: “y mejores”. Para mí la respuesta está clara. La verán en la formulación de la pregunta. El sexo es sólo un adjetivo al sustantivo “cirujano”. Por supuesto que el sexo influye en la elección de la especialidad, eso dicen algunos datos (Monleon Moscardó PJ y cols. Acta Esp Psiquiatr 2003; 31:24-30). Pero una vez elegida, todos experimentamos el mismo doble filo.

Primero, en la elección de la especialidad. Se supone que los hombres preferimos la profesión porque estamos “programados o entrenados” para sacrificar nuestras responsabilidades familiares, de pareja, etc, tal como precisa una profesión como ésta. Pues bien, Rosanne Spector del Stanford University Medical Center entrevistó a estudiantes norteamericanos sobre sus elecciones de especialidad. El “sacrificio” era un requisitio aceptable para todos los que deseaban elegir una especialidad quirúrgica. Incluso UNA estudiante llegó a decir “Hay cámaras de vídeo para ver a tus hijos [crecer]” (www.medicalnewstoday.com)

¿Y durante el entrenamiento como residentes? Esto si que es interesante. McGreevy y Wiebe del Departamento de Cirugía y de Psicología de la Universidad de Utah en Salt Lake City (Am J Surg 2002; 184:121-125) encontraron que hay más diferencias en los rasgos de personalidad entre las residentes y las mujeres de la población general que entre los residentes y los hombres de la población general. De hecho, y lo escribo literalmente para que no haya dudas sobre la traducción “The striking finding in this study is the fact that male and female surgical residents differ from the general population in the same traits in the same direction.”

Por último, existe una cierta presunción sobre la diferente influencia de la vida privada en la satisfacción profesional de cirujanas y cirujanos. ¿Verdad o mito?….Si a las mujeres se les pregunta por su satisfacción profesional, olvídense, los asuntos privados no son un problema prioritario. La satisfacción profesional de las cirujanas en Austria, por ejemplo, depende de la organización del departamento, de su volumen de casos y de tener que estar de baja maternal (Arch Surg 2004;139:1208-1214).

Ahora espero que comience el debate. Les aseguro que lo estoy deseando

El frágil amor entre la música y la cirugía

Siendo yo, el Dr. Klint, de origen austriaco, no puedo ser ajeno a la belleza de la capital del Imperio Austro-Húngaro: Viena.

Y en esa belleza, durante el siglo XIX, crecieron los genios de la música y de la medicina. Dos de ellos fueron especialmente brillantes en sus respectivos campos, la cirugía y la música, Billroth y Brahms. Y el amor y la amistad fue con ellos durante treinta años.

Cuentan que Billroth, el magnífico cirujano, y Brahms, el genial compositor, se encontraron por primera vez en Noviembre de 1865 en el Zurich Music Hall. Brahms tocó una de sus composiciones y Billroth se sintió tan impresionado que organizó una fiesta privada al día siguiente, con una orquesta, para poder disfrutar de nuevo del músico. Billroth tenía 36 años, Brahms, 32.

Billroth se convirtió en un experto en el piano, el violín y la viola. Según aumentaba el peso de la clínica sobre él, buscaba alivio y lo encontraba en su amistad con Brahms. Sus discusiones, correspondencia y veladas musicales aliviaban las presiones profesionales y le ayudaban a conseguir el triunfo.

Pero después de una intensa amistad, exclusiva y excluyente de aquellos que no fueran “aristócratas artísticos”, en 1887 empezó el deterioro de la relación.

Creció el resentimiento entre ambos en la misma medida que la afición de Brahms por el vino. Este no perdonó las duras palabras del cirujano, comparándole con otros poco educados músicos germanos. Siguieron escribiéndose, pero sin la intensidad de antaño.

Billroth murió en enero de 1894 y Brahms dijo de él: “Billroth tenía todas las cualidades, grandes y pequeñas, para asegurarse la popularidad. Me gustaría que hubiérais sido testigos de lo que significa ser amado en Viena. Pocos muestran su corazón tan abiertamente. Nadie muestra su amor tan abiertamente como aquí”.

La ictericia fue haciéndose más evidente en Brahms, por su galopante disfunción hepática. Murió el 3 de Abril de 1897, justo después de beberse un vaso de vino, como Goethe y Beethoven.

Quiero ser cirujano

«¡Yo sólo quiero ser cirujano! Me he visto todos los capítulos de Anatomía de Grey»

El otro día, mientras evaluábamos a los candidatos a internos del Servicio de Cirugía del Hospital Clínico, una alumna nos dijo eso.

Entonces me surgió una pregunta ¿Qué es ser cirujano?. ¿Qué hace que alguien quiera ser «cirujano»? ¿Es una especie de alteración de la personalidad que conduce al deseo de ayudar a los demás cortándoles en trocitos?

Otros dos estudiantes nos dijeron que se veían como cirujanos porque a ellos les gustaba hacer cosas con las manos.

¿Son las manos? ¿Es el cerebro? ¿Es la pasión por la adrenalina?. ¿Es todo eso? ¿o nada de lo anterior?

¿Operarías a tu suegra?

Hoy me he cruzado brevemente con una pieza publicada por Rogelio Altisent en Diario Médico bajo el título «¿Puedo ser el médico de mi suegra?«. No me ha dado tiempo a ignorar la idea. No he tardado ni dos minutos en ponerme a pensar sobre el asunto.

Todos tenemos nuestra opinión sobre la capacidad de un profesional para tomar decisiones de carácter diagnóstico sobre un familiar. Y hay que admitirlo, la mayoría son en contra. Todavía no me he encontrado a nadie que diga que ella o él son el mejor médico para llevar el caso de un familiar.

Pero ¿esta opinión está basada en hechos? No me digan que no les pide el cuerpo un poquito de evidencia. Dicho y hecho. Entro en Google y tecleo «Should doctors diagnose their relatives?» Para mi sorpresa hay unas cuantas entradas sobre el tema en la primera página de Google.

El artículo que me parece inmediatamente más interesante es «Should doctors treat their relatives» publicado por el American College of Physicians. Después de una lectura rápida, todo lo que saco son opiniones, opiniones y más opiniones. Incluso opiniones de expertos. Es decir, evidencia de muy mala calidad, basadas en prejuicios, especulaciones o valoraciones morales sobre lo que se puede o no se puede hacer.

La verdad es que el General Medical Council británico tampoco ofrece más que opiniones de expertos. Lo mismo que la American Medical Association. Parece que todo tiende a reducirse a un problema bioético.

Pero si un médico no debe tratar, ¿puede un cirujano operar a un familiar? Y visto que Google no me ofrecía mucha evidencia, me he lanzado a PubMed con «Should a surgeon operate on a family member?». Ocho artículos, ocho. Pero de ningún valor. Nada de nada.

En conclusión, si un cirujano debe o no debe operar a un familiar está basado en opiniones y valoraciones morales. Nada de evidencia detrás.

Y, ¿qué opinan los pacientes? ¿quién prefiere que les opere?

Mientras, a reír un poco…

Al amigo a quien no pude ayudar

Escrito en Diciembre de 2005

Otra vez me está pasando.

Sabes a lo que me refiero, eso que se me pone aquí, en el pecho, y que no, que no es un infarto.

Cuando me pasa, tú, que nos dejaste, y yo, que sigo aquí, sabemos por lo que es.

Otra vez, que todas las armas no sirven para nada. Y como aquel día en la habitación del Clínico, sólo nos quedan las palabras.

Recuerdo nuestra charla sobre el cielo que se ve desde el Pabellón Oncológico. Desde esas habitaciones el cielo de la sierra de Madrid es el horizonte del fracaso o de la liberación. Según se mire.

¿Recuerdas con que pasión hablamos del desierto? ¿Cuánto estuvimos? ¿Dos, tres horas? Hablamos de lo impresionante del cielo nocturno sobre el Sahara. Pero ni tú ni yo habíamos estado nunca allí. Y los dos sabíamos que nos estábamos engañando.

Luego cerraste los ojos y ya no volvimos a dirigirnos nunca más la palabra.

Pues siento esa angustia otra vez.