Cuando entramos en la habitación, parecía una fiesta.
– ¿Pueden dejarnos?
Una joven eslava nos miraba, sin entendernos, sentada en un sillón que esquinaba la habitación.
Dos bufones daban vueltas, gritando, alrededor del accidentado. Llevaban las llaves de un coche en la mano. Se las tiraban entre ellos. Querían llevarse al «señor» a casa.
Mientras, un tipo de unos dos metros se doblaba en la cama para intentar levantarse. Fornido. Como un semental. Su melena era felina. Indomable. Ni siquiera la almohada había podido aplastarla. Estaba orgulloso.
No fue tan fiero el león mientras sangraba. Estaba dormido. Con un tubo en la traquea. Una máquina soplaba por él.
Un tiro le había entrado justo por debajo de las costillas, muy de cerca. Le dejó chamuscada la piel. Ya se sabe. El estilo vengativo albano-kosovar. No se detuvieron a rematarle. Fue un error.
Como un sedal, el proyectil había hecho como la lectura, una diagonal. Pero perdiendo fuerza. El hígado primero. Luego le había surcado la raíz del mesenterio, milagrosamente. Se apartó el duodeno; y el páncreas. Y sin explicación, no había roto el pedículo vascular.
«Todos los hijos de puta tienen suerte» suelen decir. No era yo quién para juzgar. A nadie. Aunque no tuvo tanta suerte cuando la bala se encontró un intestino grueso. Y le llenó de mierda.
La suerte dura lo que dura un tiro. Las balas las conduce el diablo. Tras el colon, atravesó el hueso y le destrozó la cabeza del femur izquierdo. Y lo llenó de un poco de mierda.
Ahora, descomía por el abdomen. En una bolsa. Y andaba cojeando con una muleta. Era el precio a pagar. Todo era un «percance con mi negocio de chicas»
Esto también estará convertido en una historia de heroísmo y masculinidad. La realidad está hecha de interpretaciones. Los excrementos de perros en las calles, ¿porque da asco limpiar? No, porque no pasa nada, es orgánico, bueno para la vegetación. ¿Quién golpea a sus niños? Nadie: solo es una pequeña nalgadita. ¿Quién se pasa los días mirando la tele por perezoso y apático? Otra gente; si lo hago yo, es porque estoy cansada. Arrepentirse no es un rasgo adaptativo. Pues sí, una muleta. Es porque es un tío duro. No es que descome en una bolsa, es que tiene cicatrices como un hombre verdadero. Al leer entrevistas con asesinos sin causa con víctimas múltiples, se descubre que incluso ellos se lo explican a si mismos de una manera que resultan angelitos.