Sólo fue un movimiento.
Suave.
Ni sonó.
Tampoco se escuchaba a nadie.
Hacía frío, como la hoja.
Estaba frío, como el hielo.
De izquierda a derecha.
O de arriba abajo.
Fue un único gesto de una mano armada.
Era otro desconocido.
Un desconocido que volvía a casa, después de empaparse en etanol, un sábado por la noche.
El muro no supo apartarse.
El tampoco.
El cinturón le dejó una franja.
De izquierda a derecha.
De arriba a abajo.
En bandolera.
El globo le explotó en la cara.
Sin pensar.
Sin sentir empatía.
No había que sentir para evitar la parálisis.
No importaba quién era, qué hacía, quién le esperaba.
Pensar impide ejecutar.
No es el momento.
Vamos
Vamos
Vamos
Vamos
El abdomen abombado.
Y titilante.
Como un flan.
Al separar los bordes de la herida la cavidad se convertió en un caldero repleto de carne.
Rebosante de una pócima mágica.
La mayoría de los fluídos del cuerpo se mezclaban allí.
O hacía algo o se moría en la mesa.
Control
Control
Control
Control
Hay que controlar el daño. Y salir pronto de ahí.
Vamos
Sangra
Vamos
Sangra
Vamos
Empaqueta
Vamos
Abandonó el quirófano latiendo, perfundido pero más frío.
Directo a cuidados intensivos.
Un trabajo de equipo.
Y sólo acababa de empezar.
La familia esperaba en una salita triste.
Casi sin luz.
Unas feas sillas de madera convertían el tiempo en una doble tortura.
Cuando me vio, se quedó sin sangre en la cara.
Pero casi sin dejarme reaccionar, me abrazó.
La vida tiene un extraño sentido del humor.
Y la muerte alguna ironía.