Cuando llegué a Urgencias me dirigí directamente al cuarto de curas. Eran las 4:30 de la mañana y no tenía muchas ganas de perder el tiempo. Me habían llamado para ver a un paciente con una apendicitis y para suturar a otro que, borracho, decía haber sido agredido en la cabeza con una botella.
Al entrar al cuarto de curas, me di cuenta de que iba a tener que esperar. Estaba ocupado.
Uno de mis colegas de guardia se estaba aproximando peligrosamente, sentando e inclinado hacia adelante, al pene de otro individuo que estaba acostado en la camilla y con los pantalones por las rodillas.
– ¿Pero qué haces? le grité.
– Nada, que se le ha quedado la cremallera del pantalón enganchada en el prepucio.
– ¿Y no tienes otra manera de intentar abrirla?
– He descosido la cremallera del pantalón y he tirado de los extremos, pero nada. La tiene ahí, fija.
– Ya veo – repliqué
– Luego lo he intendo con agujas, tijeras, pinzas. Incluso unos alicates…
Mientras tanto, el individuo accidentado asistía a nuestra conversación bastante relajado, por lo que intuí que mi colega, al menos, había procedido a anestesiar localmente la piel. Porque eso debe doler…
– Así que ya no se me ocurre otra solución.
– ¿Y lo vas a hacer con los dientes? No me jodas….Utiliza el bisturí y secciona la piel por debajo de la cremallera. Anda que no sobra piel…
– No hombre, es que estoy intentando ver por donde puedo romper el resbalón y no me he traído las gafas.