Alargué tanto la pausa ante su pregunta que la camarera tuvo tiempo de interesarse por nuestra selección del menú.
– ¿Qué desean? – dijo, mirando a Pietro.
– Necesitamos algo más de tiempo para poder elegir, si nos disculpa – contesté admirándola desde el desnivel de mi asiento.
– Naturalmente – me dijo, no sé si en italiano o en español, volviéndose hacia mi. Sonaba igual.
Casi como una obligación, más que como cortesía, nos aplicamos a revisar la lista de platos y llegamos al acuerdo de compartir una ensalada con mozarella y carpaccio di manzo; luego para los dos, pasta con una salsa especial, que debía ser una fórmula secreta de la casa.
– Noi siamo pronti – avisó Pietro, mientras hacía señales con su mano derecha
Ella salió de detrás de la barra, sacó una libreta de un bolsillo de su delantal y se dirigió hacia nosotros con cierta parsimonia. Sus movimientos eran suaves y acompasados con el ritmo de la música que se escuchaba como fondo de las carcajadas de los presentes.
Pietro, en italiano, le fue contando lo que habíamos decidido cenar. Yo contemplaba la escena saboreando el Chianti y esperaba que, al terminar, él volviera a la carga.
– Pero Gustavo, ¿cómo lo consigue?
– ¿Te han operado alguna vez de algo?
– No, nunca.
– Da igual. Imagina la situación – le increpé, con voz firme, sujetándole las manos con la mías – Eres el hombre más poderoso de Italia. Eres Il Profesore, o Il Cavaliere, o el Presidente de la República. Te sientas delante de mi, atenazado por la incertidumbre. No sabes si tienes una enfermedad o no, ni si es leve o grave. Has ido a verme para que te informe de los resultados de las pruebas que te han hecho.
– En esa situación si he estado alguna vez. Todos hemos ido al médico
Aproximé mi rostro al suyo como si fuera contarle un secreto.
– Pietro, mírame a los ojos e imagina. Eres un hombre amado y temido por unos y otros, pero ahora estás sentado frente a mi. Y yo te digo: «Tengo malas noticias, tiene usted una enfermedad gravísima. Pero hay una solución: operarle mañana a vida o muerte. Tendremos que abrir por el abdomen y cortar las costillas. Le quitaremos gran parte del hígado y del esófago. Luego lo reconstruiremos con el intestino grueso.Es posible que necesite respirar con la ayuda de una máquina. Durante ese tiempo estará dormido. Tendrá sondas metidas por la nariz y por el pene, en la vejiga, y varios tubos saldrán de su pecho y de su abdomen. Estará en la UCI varios días….». Tú me contestas: «Lo que usted diga doctor. Dígame lo que tengo que hacer y lo haré. Lucharé»
– Si, doctor Klint. Lo imagino – replicó y abrió los ojos como si no viera hacia dónde le quería llevar.
– Eso es tener poder. Del de verdad, Pietro. Sólo con palabras y emociones, que juegan y seducen con probabilidades y expectativas de un futuro mejor que otro desconocido, los cirujanos podemos conseguir que alguien se deje hacer daño y ponerse al borde de la muerte. Lo demás son estupideces.
Continuará…